Señor, tú me sondeas y
me conoces;
me conoces cuando me
siento o me levanto,
de lejos penetras mis
pensamientos;
distingues mi camino y
mi descanso,
todas mis sendas te son
familiares.
No ha llegado la
palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la
sabes toda.
Me estrechas detrás y
delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me
sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu
aliento,
adónde escaparé de tu
mirada?
Si escalo el cielo,
allí estás tú;
si me acuesto en el
abismo, allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el
confín del mar,
allí me alcanzará tu
izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo: "que al
menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga
noche en torno a mí",
ni la tiniebla es
oscura para ti,
la noche es clara como
el día.
Tú has creado mis
entrañas,
me has tejido en el
seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido
portentosamente,
porque son admirables
tus obras;
conocías hasta el fondo
de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto,
me iba formando,
y entretejiendo en lo
profundo de la tierra,
tus ojos veían mis
acciones,
se escribían todas en
tu libro;
calculados estaban mis
días
antes que llegase el
primero.
¡Qué incomparables
encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso
es su conjunto!
Si me pongo a
contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.
Señor, sondéame y
conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce
mis sentimientos,
mira si mi camino se
desvía,
guíame por el camino
eterno.
Colaboración de Juan García de Paredes.



