DE LA IGLESIA
Confieso que me sorprendió el nombramiento del cardenal norteamericano-peruano Prevost al supremo pontificado de la Iglesia. Se debió a mi ignorancia. Después, al informarme mejor, viendo youtubes y charlas suyas en medio del pueblo, de pie en plena inundación de una ciudad peruana, y su especial cuidado por los indígenas (la mayoría de los peruanos) me di cuenta de que él puede ser realmente garantía de la continuidad del legado del Papa Francisco. No tendrá su carisma, pero será él mismo, más contenido y tímido, pero muy coherente con sus posiciones sociales, incluidas las críticas al presidente Trump y a su vice. No sin razón el Papa Francisco lo llamó de su diócesis de pobres en Perú para una función importante en la administración del Vaticano. León XIV vivió gran parte de su vida fuera de Estados Unidos, durante muchos años como misionero y después como obispo en Perú, donde ciertamente adquirió gran experiencia de otra cultura y de la situación social pobre de la mayoría de la población. Explícitamente confesó que se identificó con aquel pueblo hasta el punto de naturalizarse peruano.
Su primera alocución al público fue en contra de mis expectativas iniciales. Fue un discurso piadoso y hecho para la Iglesia de puertas adentro. Nunca apareció la palabra pobre, y menos aún liberación, las amenazas a la vida ni el clamor ecológico. El tema fuerte fue la paz especialmente “desarmada y desarmante”, suave crítica a lo que está ocurriendo hoy día de forma dramática, como la guerra en Ucrania y el genocidio, a cielo abierto, de miles y miles de niños y de civiles en la Franja de Gaza. Parecería que todo eso no estuviera en la conciencia del nuevo Papa. Pero estimo que todo esto volverá en breve, pues tales tragedias fueron tan fuertes en los discursos del Papa Francisco, su gran amigo, que aún deben resonar en los oídos del nuevo Papa.
El Papa Francisco como
jesuita tenía un raro sentido de la política y del ejercicio del poder, por el
famoso “discernimiento de espíritu”, categoría central de la espiritualidad
ignaciana. Supongo que él vio en el cardenal Prevost un posible sucesor suyo.
No pertenecía a la vieja y ya decadente cristiandad europea, venía del Gran
Sur, con la experiencia pastoral y
teológica madurada en la periferia de la Iglesia, en este caso de Perú, donde
con Gustavo Gutiérrez nació y se desarrolló la teología de la liberación.
Seguramente con su
manera suave y su carácter dispuesto a escuchar y a dialogar, llevará adelante
los desafíos asumidos y las innovaciones afrontadas por el Papa Francisco, que
no es momento de enumerar.
Pero tendrá otros
desafios, desde mi punto de vista nunca tomados en serio por los papas anteriores: como desoccidentalizar
y despatriarcalizar a la Iglesia Católica ante la nueva fase de la humanidad.
Esta se caracteriza por la planetización de la humanidad (no sólo en sentido
económico, ahora perturbada por Trump), que de hecho está produciéndose a pasos
cada vez más rápidos en términos políticos, sociales, tecnológicos, filosóficos
y espirituales. En este proceso acelerado, la Iglesia Católica en su
institucionalidad y en la forma como se estructuró jerárquicamente, aparece
como una creación de Occidente. Esto es innegable. Detrás de todo está el
clásico derecho romano, el poder de los emperadores con sus símbolos, ritos y
forma de ejercicio del poder centralizado en una autoridad máxima, el Papa, “con
poder ordinario, máximo, pleno, inmediato y universal” (canon 331), atributos
que, a decir verdad, solo corresponderían a Dios. Y hay que añadir todavía su
infalibilidad en asuntos de fe y moral. Más lejos no se podría llegar. El Papa
Francisco conscientemente se alejó de este paradigma y empezó a inaugurar otro
modelo de Iglesia, sencilla y pobre, y en salida hacia el mundo.
Eso no tiene nada que
ver con el Jesús histórico, pobre, predicador de un sueño absoluto, el Reino de
Dios, y severo crítico de todo poder. Pero fue lo que ocurrió: con la erosión
del imperio romano, los cristianos, hechos Iglesia, con alto sentido de
moralidad, asumieron la reordenación del imperio romano que atravesó siglos.
Pero esto es creación de la cultura occidental. El mensaje originario de Jesús,
su evangelio, no se agota ni se identifica con ese tipo de encarnación, pues el
mensaje de Jesús es de apertura total a Dios como Abba (papá), ilimitada
misericordia, amor incondicional hasta a los enemigos, compasión de los caídos
en los caminos de la vida y la vida como servicio a los demás. El Papa actual
León XIV no será inmune a este desafío. Queremos ver y apoyar su valor y
fortaleza para enfrentar a los tradicionalistas y dar pasos en la dirección
mencionada.
Un gran, inmenso
desafío para cualquier Papa es relativizar esa forma de organizar el
cristianismo para que pueda adquirir nuevos rostros en las distintas culturas
humanas. El Papa Francisco dio largos pasos en esta dirección. El actual nuevo
Papa dio a entender este diálogo en sus primeras palabras. Mientras no se
camine firmemente en esta
desoccidentalización, para muchos países el cristianismo será siempre
cosa de Occidente. Fue cómplice de la colonización de África, de las Américas y
de Asia y así es todavía visto por los estudiosos de los países que fueron
colonizados.
Otro desafío no menor
consiste en la despatriarcalización de la Iglesia. Lo he mencionado antes. En
la dirección de la Iglesia sólo existen hombres y estos célibes y ordenados en
el sacramento del Orden (sacerdote a Papa). El factor patriarcal es visible en
la negación a las mujeres del sacramento del Orden. Ellas componen, de lejos,
la mayoría de los fieles y son las madres y las hermanas de la otra mitad, de
los hombres de la Iglesia y de la humanidad. Esa exclusión machista hiere el
cuerpo eclesial y pone en jaque la universalidad de la Iglesia. Mientras no se
abra la posibilidad a las mujeres, como ha ocurrido en casi todas las iglesias,
de acceder al sacerdocio, la Iglesia muestra su arraigado patriarcalismo y su
marca de un Occidente cada vez más un Accidente en la historia universal.
Junto a eso el
mantenimiento obligatorio del celibato (hecho ley) hace que el carácter
patriarcal todavía se radicalice más y favorezca el antifeminismo que se nota
en algunos estratos de la jerarquía eclesiástica. Como es solo una ley humana e
histórica, y no divina, nada obsta a que sea abolida y se permita el celibato
opcional y hombres casados ordenados sacerdotes.
Estos y muchos otros
desafíos deberá afrontar el nuevo Papa, pues crece cada vez más en la
conciencia de los fieles el sentido evangélico de participación (la
sinodalidad) y de igualdad en dignidad y derechos de todos los seres humanos, hombres y mujeres.
¿Por qué en la Iglesia Católica debería ser diferente?
Estas reflexiones
pretenden ser un desafío permanente que debe ser enfrentado por quien ha sido
escogido para el más alto servicio de animación de la fe y de dirección de los
caminos de la comunidad cristiana, como es la figura del Papa. Llegará el tiempo
en que la fuerza de estos cambios se hará tan exigente que ocurrirán. Entonces
será una nueva primavera de la Iglesia que se volverá tanto más universal
cuanto más cuestiones universales asuma y contribuya a dar respuestas
humanizadoras.
[Por: Leonardo Boff]