"Lo contrario de la fe no es la duda sino el miedo" (Casaldáliga)
No tengan miedo,
hermanos cardenales, pongan su mirada en el Vaticano II y la senda de Francisco
que no se dejó amedrentar por los pecados estructurales de la iglesia y el
mundo, ni por las amenazas de cismas de los falsos dueños de Dios.
Alguno dice que
Francisco fue "demasiado social" y "demasiado para los de afuera"
de la Iglesia. ¡Era hora después de tanto invierno eclesial!. Porque ¿si la
Iglesia no está para la evangelización-diálogo-no proselitismo a los de afuera,
para qué está?, ¿para el “yo me lo guiso y yo me lo como”? Y si no está para
proclamar un mundo más justo y de hermanos, no está rezando, está en el regodeo
narcisista.
Que no se hagan ilusiones, la “anámnesis” (recordatorio) social de Francisco ha calado hondo, incluso más entre aquellos que están fuera de los muros eclesiásticos…y se quedaron con ganas de “más”, con ganas del "quédate con nosotros" (Lc 24).
La cita de Pedro
Casaldáliga, "lo opuesto a la fe no es la duda sino el miedo,"
ilumina profundamente la encrucijada que enfrenta la Iglesia, especialmente en
momentos decisivos como un Cónclave. El miedo puede ser un obstáculo más
insidioso para la fe que la propia duda. Cristo en la Cruz asume la duda de
Dios de todos los crucificados del mundo: “¿por qué me has abandonado?”
Necesitamos un Cónclave
valiente y revolucionario, no para cambiar dogmas, sino para priorizar el
Evangelio sobre las estructuras, también las eclesiásticas:" La Iglesia no
es un poder. Es un servicio".
Un Cónclave que elija y acompañe a un pastor más que un príncipe: cercano, sencillo, con experiencia en periferias. Incluso a las cuales ni el mismo Bergoglio llegó, así el mundo se entera lo que realmente significa el colonialismo y el mal que hizo "la carga del hombre blanco" (Kipling) en el resto del mundo. Que sea valiente pero dialogante: que no tema limpiar la "podredumbre" (palabra usada por Francisco) pero sin caer en autoritarismo. Y proféticamente incómodo tanto para el mundo (capitalismo salvaje, guerras, ecocidio) y para la propia Iglesia (clericalismo y autorreferencialidad). En resumen, sabemos que no será posible "otro Francisco", pero sí necesitamos "más Francisco" para continuar los procesos iniciados por él.
El dilema está entre
volver a la “iglesia museo” que vive para sí misma o tener el valor de llevarla
como hospital de campaña hacia las periferias, que se embarre sin miedo en el
chiquero del mundo porque sabe muy bien en quien está su Esperanza y el que ama
no se equivoca.
El miedo paraliza la
salida: Una Iglesia atenazada por el miedo al mundo, a la modernidad, a la
pérdida de control o a la dilución de la tradición, tiende a atrincherarse en
la seguridad ilusoria de sus muros doctrinales y litúrgicos. Este miedo es el
motor de la "Iglesia autista o autorreferencial", los tibios del Ap
3,16 o la prudencia de la carne (Rom 8), incapaz de arriesgarse a "seguir
a Cristo en la Historia."
El miedo sofoca la
confianza: la fe es fundamentalmente confianza en Dios, en el Evangelio, en la
guía del Espíritu Santo. El miedo erosiona esta confianza, sembrando la
inseguridad y la necesidad de certezas absolutas e inmutables, características
del "museo religioso" que solo conviene a las castas parasitarias.
El miedo engendra
rigidez. El miedo a la ambigüedad y a la complejidad del mundo lleva a una
lectura legalista y estrecha de la fe, priorizando la norma sobre la
misericordia y el encuentro. Esta rigidez es la antítesis de la "Iglesia
de riesgo" que se atreve a "ser sal de la tierra," incómoda para
las falsas seguridades burguesas.
El miedo impide la
encarnación porque para encarnarse verdaderamente en la Historia, como el
Pueblo de Dios, la Iglesia debe superar el miedo a "ensuciarse las
manos" con las realidades del mundo, tal como Jesús no temió acercarse a
los marginados y pecadores.
La duda, por otro lado,
puede ser un motor de búsqueda y profundización de la fe. Te hace humano y
humilde. Un corazón que pregunta, que busca entender, que confronta las
dificultades, puede llegar a una fe más madura y arraigada. El miedo, en
cambio, cierra las puertas al diálogo, a la novedad del Espíritu y a la
valentía evangélica.
Por lo tanto, en la
encrucijada del Cónclave, la pregunta crucial no es tanto sobre la pureza
doctrinal (que es importante), sino sobre la disposición a superar el miedo y a
confiar en la promesa de Jesús: "Yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Una Iglesia liberada del miedo es
una Iglesia libre para amar, para servir y para encarnar el Evangelio en la
complejidad de la historia, siendo verdaderamente sal y luz para el mundo.
Necesitamos un Cónclave
puesto en el Vaticano II y la senda de Francisco y que no se deja amedrentar
por los pecados estructurales de la iglesia, las amenazas de cismas y el mundo.
El camino de la Iglesia
clericalista, a veces aferrada a tantas “seguridades” doctrinales e
“infalibilidades” de todo tipo deja afuera a multitudes de personas que no
“califican” moral y religiosamente. Es una religión para pocos perfectitos,
“rígidos detrás de los cuales siempre hay hipócritas” (Francisco). El impacto
de Francisco en tantos alejados, tiene que ver con esta solicitud por el otro
distinto, tan propia de Cristo, amigo incondicional de publicanos, pecadores y
extranjeros.
Esta fue la mística de
Francisco, la del tú. Lo demás son milongas. Es la mística cristiana, de
Encarnación y Pascua, de persona y Pueblo, de cuerpo y alma, de tiempo y
eternidad, etc. "dónde esté tu síntesis estará tu corazón", decía.
¡Síntesis, no equilibrismo!.
Una mística que no
asuma la dimensión social no es cristiana, es la herejía liberal del individuo
librado a la competencia y el egoísmo (por favor leer 130 años de encíclicas de
DSI). No hay espiritualidad auténticamente cristiana sin compromiso con la
justicia social. Separar la mística de la lucha contra la injusticia es caer en
una distorsión liberal (e incluso gnóstica) que reduce la fe a un asunto
privado, de consuelo individual, mientras ignora el grito de los pobres y la
urgencia del Reino.
Quienes criticaban a
Francisco por ser demasiado “social” y poco “místico”, viven en otro mundo
religioso donde la oración es escapismo y domesticación de gurúes funcionales a
la cultura del descarte de este mundo, que “progresa” para pocos. Que no se
hagan ilusiones, la “anámnesis” (recordatorio) social de Francisco ha calado
hondo, incluso más entre aquellos que están fuera de los muros eclesiásticos…y
se quedaron con ganas de “más” de ese Jesús, con ganas del "quédate con
nosotros" (Lc 24).
He escuchado a uno de
estos “genios neocon” de las redes, influencer de la soberbia de los que se
creen "moral y doctrinalmente superiores", decir con conmiseración,
que Francisco fue demasiado social y demasiado para los de afuera de la
Iglesia. ¡Era hora después de tanto invierno eclesial!. Porque ¿si la Iglesia
no está para la evangelización-diálogo-no proselitismo a los de afuera, para
qué está?, para el “yo me lo guiso y yo me lo como”? Y si no está para
proclamar un mundo más justo y de hermanos, no está rezando, está en el regodeo
narcisista y contando las monedas como Judas.
Francisco fue “a saco”
contra la sutil herejía del "Dios privado" de las pequeñas sectas
eclesiásticas. El cristianismo nació como un movimiento comunitario y
subversivo: Jesús anunció el Reino de Dios no como una experiencia intimista,
sino como un vuelco radical de las estructuras de poder (Lc 4:18-19). En
cambio, cuando la mística se divorcia de lo social, se convierte en Opio
espiritual, para anestesiar el dolor de los oprimidos con promesas de
"recompensa celestial", como denunció Marx (aunque con reduccionismo)
y Autoayuda sagrada que reemplaza la fe de la cruz solidaria, por el éxito
personal, al estilo del evangelio de la prosperidad o el mindfulness cristiano,
o los cursitos de “emociones” para entretener las burguesías depresivas.
Francisco metía la pata
en algunas expresiones, pero sabía hacia donde iba, y qué había en cada
corazón, no como alguno que lo critica por "imprecisiones". Él y la
gente sabían donde estaba parado, contrariamente a sus detractores de
sacristía, biblioteca y palacio, carentes de calle y realidad.
Por eso insistía en que
"la inequidad es raíz de los males sociales" (Evangelii Gaudium, 202)
y que "esta economía mata". La Iglesia del clericalismo que
denunciaba, aún teme al marxismo más que a la indiferencia ante el sufrimiento
(¡como si denunciar la pobreza fuera "comunismo"!) y confunde caridad
con asistencialismo, sin cuestionar las causas estructurales. Ven muchas
apariciones de la Virgen y ningún pobre...que, en su imaginario, siempre son
"culpables", la clase "peligrosa" (Grabois).
Señores Cardenales, no tengan miedo, necesitamos más Franciso, cuya mística unió el Corazón con los pies en el barro y la contemplación con la acción. Como Dorothy Day u Óscar Romero, que oraban y se enfrentaban a las estructuras del mal de este mundo. Una mística de la carne que no huya del mundo, sino que lo asuma y redima desde abajo ("Lo que le hiciste al más pequeño..." Mt 25:40).
Guillermo Jesús Kowalski