Tras la muerte del Papa Francisco, la Iglesia Católica entra una vez más en tiempo de espera, discernimiento y transición. Mientras el mundo observa hacia Roma, muchas miradas también se vuelven hacia el Espíritu que sopla más allá de los muros vaticanos.
Este texto nace como una meditación imaginativa desde la figura de Santa Hildegarda de Bingen -mística, profetisa, médica, teóloga, compositora y consejera de Papas- quien en su tiempo desafió las rigideces de la jerarquía eclesial con visiones ardientes de justicia, creatividad y sabiduría divina. Hildegarda denunció la corrupción del clero, defendió el canto como vía espiritual, y escribió con fuego sobre la necesidad de una Iglesia viva, conectada con la creación, y en profunda escucha del alma femenina.
Hoy, al alba de un nuevo cónclave, podríamos preguntarnos: ¿Qué susurraría Hildegarda si escucháramos su voz en este momento? Este poema intenta recoger ese susurro encendido.
El Espíritu no espera
cónclave
No esperen al nuevo Papa
como si el Reino
viniera con él.
El Espíritu no habita
solo en el palacio romano.
Sopla en las grietas,
en las cocinas donde se
reza en silencio,
en los pies que caminan
sin papeles,
en las mujeres que
enseñan sin púlpito.
He visto en mi espíritu
una Iglesia que se
volvía rígida,
como un árbol viejo
que se resiste a la
primavera.
Su corteza era doctrina
sin compasión,
y sus ramas, palabras
secas sin fruto.
Pero también he visto
la savia:
esa fuerza verde
que sube desde lo hondo
cuando nadie la ve.
La savia es justicia,
es canto,
es cuerpo que no se
avergüenza de sentir a Dios.
A ustedes, mujeres de
fe,
parteras del sentido,
en medio de los sin sentidos,
les digo:
No esperen la
renovación desde arriba.
Háganla germinar donde
pisan.
Que su voz no se
apague.
Que su canto no pida
permiso.
Porque el Verbo ya fue
sembrado en ustedes
como semilla que
escucha la luz.
Y al que venga,
al que elijan como
sucesor de Pedro,
oren por él.
Pero recuérdenle, con
firme ternura,
que la Iglesia es una
sinfonía,
no un solo instrumento.
Que no hay santidad sin
justicia.
Ni profecía sin
escuchar a las mujeres.
Ni Iglesia sin la savia
del Espíritu
que danza donde quiere
y no necesita cónclave
para hacerse presente.
Mientras preparaba un retiro espiritual para mujeres, me senté a escribir este texto como un ejercicio de escucha interior. No surgió desde la urgencia de decir algo, sino desde el deseo de abrir un espacio de resonancia profunda, inspirado por dos fuentes que se entrelazaron en mi corazón: el legado indomable de Santa Hildegarda de Bingen y la inquietud compartida por muchas de nosotras ante la elección de un nuevo Papa.
No lo escribí para anticipar respuestas, sino para invocar preguntas más hondas. Preguntas que brotan del alma de las mujeres que han caminado con la Iglesia, sirviendo en el silencio, soñando en voz baja: ¿Qué Iglesia soñamos las mujeres que hemos servido en el silencio? ¿Dónde está el Espíritu cuando el mundo mira hacia Roma? ¿Y qué pasaría si escucháramos a nuestras profetisas?
Esta reflexión no pretende representar literalmente a Hildegarda. No es una reconstrucción histórica ni una ficción piadosa. Es más bien un susurro desde su fuego místico, una evocación de su espíritu visionario, una chispa encendida en medio de este tiempo de espera. Es, en parte, una plegaria. En parte, una advertencia. Y, sobre todo, un recordatorio de que la savia de la Iglesia no fluye solo desde lo alto, sino también desde lo profundo.