Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

13 de octubre de 2016

Lo que va... Del primer fuego a la hoguera final


Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy

Del primer fuego a la hoguera final



El universo no existía,  por lo menos éste que hoy conocemos, hasta que vino la  gran llamarada o explosión y empezaron  el tiempo y el espacio a expandirse.

Y empezase a ir tomando forma la materia en  sus estados: sólido, líquido, gaseoso, plasma y lo que  todavía los físicos  siguen descubriendo.

Ayer

(Parece que fue ayer pero fue hace más de 20 siglos)  cuando algunos de esos seres ya  muy evolucionados  se reunieron en torno a una mesa a compartir lo que se llamaba comida y bebida, al tiempo que compartían lo que se llamaban palabras y emociones. A todo eso junto lo llamaban partir el pan.


Todo hubiera  terminado ahí, sin  pena  ni gloria si no hubiera sucedido que, horas más tarde, a quien había partido el pan y encendido la emoción, otros fueron a buscarlo y le quitaron la vida con clavos  y martillo y… Todo hubiera acabado si  los demás que se dispersaron,  no hubieran vuelto a juntarse después para  proclamar por el mundo entero que el ser asesinado estaba vivo.  Su mensaje siguió corriendo por el mundo con la fuerza de otra gran explosión: el mensaje volvía a hablar de que el mundo seguía siendo uno, que,  con la fuerza de la  primera explosión, seguía manteniendo unida a la humanidad. Y volvieron a juntarse esas “chispas” de la nueva explosión  en   alrededor de  muchas mesas para seguir compartiendo comida y bebida e intercambiando palabra y emoción.


Pero hoy…

Hoy

Poco a poco el partir el pan se fue llamando  “misa”.  La primitiva mesa se fue convirtiendo en altar y la antigua unidad se fue convirtiendo en separaciones, enfrentamientos, guerras, copas de sangre derramada, pan robado a los pobres…

Los que iban a esa misa iban por obligación, sin emoción,  el recuerdo de aquel  que había pasado a otra vida tras  morir clavado, se fue convirtiendo en estatuas de madera o metal y el fuego de la explosión de vida se iba apagando en el hielo de la separación.

A pesar de todo, muchos de los que seguían  hoy  esperando  el fuego nuevo empezaron a vislumbrar el

Mañana
Fue uno de esos místicos, locos de la esperanza, el que empezó a  soñar en voz alta.
Se llamaba Teilhard de Chardin y había empezado a estudiar con otros sabios el antes de ayer,   al  mismo tiempo  que meditaba en el ayer  y, sintiéndose solo con sus pensamientos, en el hoy convulsionado de la historia,  empezó en su soledad a vislumbrar el mañana que para él  estaba empezando.

Fue entonces cuando sintiendo en su espíritu la fuerza  de la antigua explosión con lo que todo empezó… recordado la fuerza expansiva de aquella fracción del pan, sintiendo el  dolor de aquellas apagadas misas que  él no podía celebrar,  escribió  en la soledad del  desierto de Gobi,  mirando al mañana  la:

Misa sobre el mundo

(Se trata de una adaptación del  texto que escribió Teilhard)

Ya que, Señor, aquí en este desierto

no tengo vino y pan para ofrecerte, ni otro altar que las piedras sobre la extensa tierra, yo te ofrezco el trabajo y dolor de todo el mundo.

Mi patena y mi cáliz soy yo mismo,
abierto a la gran fuerza que amanece, que se alza sobre el mundo
en busca del espíritu.
No estoy solo, Señor.
Junto a mí siento
a todos los que quiero
y a los que no conozco:
la masa innumerable de la gente...
ese gran oleaje de los seres humanos
que rompe en tus orillas.

Recibe, Padre, ahora como ofrenda
ese trigo molido
que no logra ser pan,
porque está disgregado
en miles de migajas de egoísmo.
Recibe, Padre, ahora
como ofrenda la sangre
que aún es sangre reseca
en negras cicatrices de violencias y golpes.

Sabes, Padre, muy bien
que desde el fondo
de la harina y la sangre
sube el grito de todos,
de creyentes y ateos:
el grito que se eleva
por encima del mundo.
«Haz de todos nosotros
uno solo, y en paz. »

Creíamos que el fuego
surgía de la entraña
de nuestra madre Tierra.
Tú me diste la gracia de entender,
Poco a poco,
que estaba equivocado:
el fuego era al principio antes de todo.

Al principio era el fuego.
Era el poder ardiente del primer pensamiento
y la palabra
capaz de someter, dominar la materia.
Al principio no eran las tinieblas ni el frío
¡Al principio era el fuego!

Nosotros, criaturas,
somos sombra y vacío.
Tú en cambio eres el fondo de donde nace y crece
todo nuestro universo.

Tu palabra de fuego
bajó sobre nosotros. Tus manos,
tus manos que no tocan
y todo lo acarician y modelan.
Prepara con tus manos
el esfuerzo de toda nuestra tierra,
el esfuerzo y trabajo
que pongo en la patena de barro que yo soy.

Y a través de mi boca
pronuncia la palabra  que todo lo hace firme.
Repite sobre todo lo que hoy va a germinar
y a crecer madurando...

Repite tu palabra:
!Esto es mi cuerpo!
Y sobre toda muerte,
quien va hoy a roer,
a secar y a cortar,
ordena tu palabra:
¡esta es mi sangre!

 ¡Ya está!

El fuego ha penetrado una vez más la tierra. No cayó como un rayo sobre las altas cimas porque el dueño para entrar en su casa no ha de romper las puertas.

Penetró en el silencio y nos parece que no ha cambiado nada.
Pero con tu palabra el mundo se hizo carne,
se convirtió en carne de tu carne...





Hace ya mucho tiempo
tuve el presentimiento
de que este universo,
lo mismo que la carne,
nos atrae por sus pliegues
y sus profundos ojos.
Se nos va entre las manos
y se nos descompone.
Queremos abrazarlo,
pero siempre supera
nuestro abrazo angustiado.

Ahora consagrado,
el mundo se me muestra
con tu cuerpo y tu rostro.
Ahora las criaturas
no aparecen dispersas.
Las veo concentradas en tu propia existencia,
en tu centro,
Jesús.

No sabía explicarme, perdido en tu misterio,
qué es para mí más grande:
si el haber encontrado tu palabra divina
y, con esa palabra, poseer la materia
o tomar la materia en mis manos
para llegar por ella hasta ti, oh Dios.

Todos los seres vivos estamos aquí juntos formando un solo mundo.
Y al mismo tiempo somos
cada uno otro mundo
extraño y diferente.

Ahora, que amanece otro día
vas a hacerte presente
en todos los sucesos
que con el sol se elevan.



 
 Es para mí terrible
el sentir que he nacido
y encontrarme arrastrado por el loco torrente
como hacia un precipicio.
Alargaré mi mano
hacia el pan que me ofreces,
hacia el pan que me quema
y me lanza al trabajo,
y al riesgo, y a las nuevas ideas,
a los nuevos encuentros y a las duras renuncias.

Acepto que me tomes
y me vayas llevando, Jesús, tú
y el poder de tu cuerpo
hacia esas soledades a las que nunca solo
yo me hubiera  atrevido.

Si tu reino
tan solo fuese cosa de este mundo...,
para llegar a verte
bastaría dejarme llevar por las potencias,
las fuerzas disgregantes
de la vida y la muerte.
Pero,
como la tierra se mueve hacia otra orilla,
hacia la unión de todo
en tu ser preexistente,
no nos basta a los hombres y mujeres del mundo
vivir para sí mismo cada uno.
En cambio
se nos pide morir al individuo
y beber de tu cáliz
la copa del dolor
Tú me tiendes tu cáliz:
¡bebed todos de él!

Y así, junto al pan del progreso
que traiga el nuevo día,
beberé en este mundo, como una copa amarga,
la vejez y la muerte.

Pero a quien haya amado a este Jesús oculto
en las fuerzas profundas que maduran la tierra,
la tierra va a abrazarlo, ya muerto, entre sus brazos
y, abrazado a la tierra,
despertará  algún día en el seno de Dios.

Por eso, Dios,
que otros anuncien, si prefieren,
el esplendor intacto de tu más puro espíritu.
Pero yo solo puedo
hablar de la materia
donde tu ser se encarna.
Y en ese cuerpo tuyo,
todo nuestro universo
que por mi fe y tu fuerza
encuentro convertido
en el fuego viviente
donde todo se funde para nacer de nuevo...,
En ese cuerpo tuyo que es todo el universo
yo me entrego confiado
para vivir mi vida,
para morir mi muerte
en tu fuego,
Jesús.
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Misa sobre el mundo. (Párrafos de un comentario de Xavier Picaza en Periodista Digital)

Entre las obras de fondo más religioso de Teilhard de Chardin, destaca un pequeño escrito donde el pan y vino de la ofrenda y de la comunión eucarística, que se expanden hasta abarcar el mundo entero, de tal forma que podemos hablar de una inmersión y transformación crística y trinitaria del conjunto de la realidad. Éste es el tema de la misa cósmica, que Teilhard celebró en las estepas del Gobi donde se hallaba de misión científica, por la fiesta de la Transfiguración del Señor, en el verano de 1923. Retomando la línea de los antiguos teólogos alejandrinos de los siglos IV y V, que habían interpretado la encarnación como presencia del Hijo de Dios en el conjunto de la humanidad y del mundo, Teilhard de Chardin ha desarrollado de forma emocionada el carácter cósmico de la eucaristía, interpretada como transformación de un mundo que se eleva a Dios, vinculado en Cristo, por la fuerza de su Espíritu. 


«En la nueva humanidad que se está engendrando hoy, el Verbo ha prolongado el acto sin fin de su nacimiento, y en virtud de su inmersión en el seno del mundo, las grandes aguas de la materia, se han cargado de vida sin estremecimiento. En apariencia nada se ha estremecido en esta inefable formación y, sin embargo, al contacto de la Palabra sustancial, el universo, hostia inmensa, se ha convertido misteriosa y realmente en carne. Desde ahora toda la materia se ha encarnado, Dios mío en tu encarnación... Ahora, Señor, por medio de la consagración del mundo, el resplandor y el perfume que flotan en el universo, adquieren para mí un cuerpo y rostro en ti. Lo que entreveía mi pensamiento indeciso... tú me lo haces ver de un modo magnífico: no sólo que las criaturas sean solidarias entre sí, de manera que ninguna pueda existir sin todas las demás..., sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo Centro real, que una verdadera vida, sufrida en común, les proporcione en definitiva, su consistencia y su unión.