Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

21 de noviembre de 2019

Biografia


Sören Kierkegaard
Filósofo (1813-1855)
“Lo que la época necesita no es un genio sino un mártir.”
 
Sören Keirkegaard no tenía la pretensión de ser santo. Apenas osaba llamarse a sí mismo cristiano. Pero alegaba saber, con una claridad inusual, qué cosa significaba ser cristiano. 

Este conocimiento imponía el ingrato pero sagrado deber de exponer el cristianismo oficial como lo que él creía que era: una falsificación y un fraude. Así, indirectamente, esperaba dar testimonio de la verdad.

Keirkegaard nació en Copenhague, Dinamarca, en el año 1813. Su padre era una figura severa y puritana que legó a Sören, el hijo de la vejez, su propia disposición melancólica. Ya de niño, Sören asumía hábitos de un hombre mayor, agravados por un accidente de su infancia que le había dejado una renguera y una columna vertebral torcida. Su plan era entrar en el ministerio luterano. Pero varios episodios significativos lo impulsaron en una dirección diferente.

 
El primer momento decisivo fue la ruptura de su compromiso con una joven mujer de nombre Regina. Si bien su amor era aparentemente genuino, algo lo convenció de que la trayectoria hacia la felicidad mundana no era su vocación. Creyendo que Regina era incapaz de comprender sus verdaderos motivos, contribuyó a hacerle creer que era simplemente un sinvergüenza. Si bien Regina se casó, de hecho, con otro, decayó la fama de Kierkegaard en la sociedad de Copenhague. Pasó el resto de su vida escrutando y justificando sus motivos.

Puede decirse que Kierkegaard elevó la introspección a un arte. Distinguió a esta última de la “reflexión” sin fin que estanca la acción. Lo que él favorecía era un tipo de “interioridad” que era una condición previa para cualquier compromiso apasionado. Creía, con tristeza, que la capacidad para tal interioridad se estaba volviendo crecientemente escasa en “la época actual”.

Nada había que Kierkegaard despreciara más que la adicción “moderna” a la novedad, las noticias y el chisme. Todo esto tipificaba la superficialidad y la “nivelación” de una sociedad de masas que prefería experimentar la vida de “segunda mano”. Un objeto particular de su desprecio era el chabacano y escandaloso periodicucho llamado Corsario. Con la esperanza de encender una revolución moral, Kierkegaard se ofreció públicamente como víctima del ridículo del periódico. Los editores lo complacieron, atacándolo tan despiadadamente durante la mayor parte de un año, que por un largo tiempo después, el nombre mismo de Sören se transformó en sinónimos de tonto.

En ese entonces casi un paria social, Kierkegaard concluyó con facilidad que la carrera de ministro no era para él. Con la ayuda de una apreciable herencia, eligió dedicarse a escribir, tarea que siguió con extraordinaria concentración. En muy pocos años produjo una biblioteca entera de obras sobre filosofía, ética, psicología y teología. Esta obra le aseguraría, eventualmente, su fama como uno de los personajes más significativos de la historia del pensamiento occidental. Pero tal reconocimiento llegaría sólo varias generaciones luego de su muerte.


El propósito subyacente de la obra de Kierkegaard fue, en verdad, mostrar lo que significa ser y volverse cristiano. Esto era una tarea irónica, dado que vivía en medio de un país oficialmente cristiano. Empero para Kierkegaard, éste era exactamente el punto. En tanto la iglesia permitiera que la gente creyese que ser cristiano consistía sólo en nacer en un estado cristiano, sus autoridades se aseguraban de que nadie sintiera, jamás, el desafío de volverse cristiano. El resultado era la cristiandad: una suerte de paganismo bautizado en donde cada ciudadano respetable podía pasar por un discípulo.

Este daño estaba causado, a los ojos de Kierkegaard, por los profesores y teólogos que intentaban transformar al cristianismo en un sistema de ideas. El cristianismo no podía ser comprendido como un objeto del pensamiento; su verdad central- que Dios se hizo hombre en la historia- era una absoluta ofensa a la razón. Sólo podía ser comprendido mediante un salto de la fe, un compromiso apasionado, un interés decisivo del estilo que los estudios académicos con regularidad  desaconsejan. El problema del cristianismo no era objetivo (“¿Qué es el cristianismo?”) sino subjetivo: “¿Cómo volverse cristiano?”.

A través de la mayor parte de su obra, Kierkegaard asumió una actitud de “comunicación indirecta”, inventando ingeniosas voces “seudónimas” para reflejar las diferentes etapas del desarrollo religioso. Empero, en años posteriores habló de manera más directa, escribiendo sermones y escritos devotos de sublime belleza. Al final de su vida, sin embargo, había retornado a las barricadas para su campaña más audaz.

Para Kierkegaard el guante había sido arrojado a sus pies en 1854, cuando el obispo Mynster, de Copenhague, murió y fue ensalzado por un prominente teólogo como un “genuino testigo de la verdad”, parte de la “santa cadena de testigos que se extiende hacia atrás hasta los días de los Apóstoles”. Para Kierkegaard el obispo había  sido un hombre decente y bien intencionado. Pero llamarlo “testigo” o invocar a los Apóstoles le parecía simplemente indecente, cuando no blasfemo. Respondió con una serie de artículos que iban directamente al corazón  de su disputa con la cristiandad. Comparado con el espíritu del Nuevo Testamento, acusó, el cristianismo oficial era simplemente una forma de actuación. Participar en ese cristianismo significaba traicionar el espíritu de Cristo tan seguramente como cualquier Judas.

Kierkegaard continuó con esa campaña durante casi todo el año. Si esperaba que sus artículos le atrajeran el martirio, se vio desengañado. Pero al menos él mismo quedó satisfecho de haber cumplido con su tarea de  “auditor” (como escribió, “el apóstol proclama la verdad, el auditor es responsable de descubrir las estafas”).

El 2 de octubre de 1855, Kierkegaard se desplomó en la calle. Fue llevado al hospital, donde permaneció durante el último mes de su vida, paralizado e imposibilitado de abandonar el lecho. Los visitantes comentaron que su rostro reflejaba una gran calma y paz frente a la muerte, si bien hizo gala de negarse a cualquier ministerio por parte del clero: “Hice mi elección. Los pastores son funcionarios reales, y los funcionarios reales no están relacionados con el cristianismo.”

Por Rosario Carrera
Ellsberg R. Libro Todos Los Santos (1997)