Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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31 de enero de 2020

Martires


El Vaticano se inquieta por el martirio de un niño de 12 años (y otros 9 religiosos), pero no la justicia

Miles de líderes comunitarios, sindicalistas, estudiantiles y religiosos fueron perseguidos durante los 36 años del conflicto armado en Guatemala. En el período más sanguinario, 3 sacerdotes españoles y 7 catequistas guatemaltecos —incluido un niño de 12 años— fueron asesinados en Quiché. Y ahora, 40 años después, el Vaticano reconoce su martirio, pero la justicia guatemalteca los ignora.

POR KIMBERLY LÓPEZ / 30 ENERO, 2020
Un hombre carga un ataúd durante un entierro de víctimas del conflicto armado interno en Cotzal, Quiché.
FOTO: CARLOS SEBASTIÁN
Los nombres, historias y circunstancias de las muertes de 10 religiosos de Quiché llegaron a oídos del Papa Francisco. Y por eso, el 24 de enero de 2020, el Vaticano abrió una causa de beatificación para reconocer el martirio que padecieron antes de ser brutalmente asesinados.

Ahora los llaman mártires, por haber sido perseguidos y asesinados por defender una causa, sus creencias y sus convicciones. Más adelante es posible que sean llamados beatos.
Después de 36 años de conflicto armado, Guatemala dio paso a un proceso de búsqueda de justicia y resarcimiento. En ese contexto, la Diócesis del Quiché se encargó de recolectar testimonios sobre su vida y muerte.


En 2013, al finalizar la recolección, solicitaron al Vaticano que los reconocieran como mártires e iniciaran un proceso de beatificación. Y tras 17 años, la Iglesia finalmente accedió.

Mientras tanto, en Guatemala sus nombres son recordados por la Iglesia pero invisibles para la justicia guatemalteca.

De los 10 nombres reconocidos en el Vaticano, el Ministerio Público y la Fiscalía de Derechos Humanos, a cargo de investigar los crímenes acontecidos durante la guerra, solo ubica las causas de: José María Gran Cirera, Faustino Villanueva y Juan Alonzo Fernández, los tres sacerdotes de nacionalidad española que están en proceso de investigación.

Pero la muerte de las otras siete víctimas, los guatemaltecos, no figura en ninguno de los expedientes de las agencias que se encargan de los crímenes de guerra. Sus muertes no han motivado ninguna investigación, ni siquiera de oficio.

Erick Mangandid, de la Fiscalía de Derechos Humanos, explicó que solamente pueden iniciar investigaciones a partir de denuncias concretas, presentadas por algún tercero.

“Se necesita que alguien promueva la investigación”, respondió.

Fue la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, quien denunció nacional e internacionalmente la muerte de los tres sacerdotes, junto a otros dos casos que también resultaban emblemáticos. Entre estos, la persecusión a su familia y lo acontecido durante la quema de la Embajada de España. Los acusados eran Efraín Ríos Montt, Óscar Mejía, Benedicto Lucas y Ángel Aníbal Guevara, el coronel Germán Chupina y los civiles Pedro García Arredondo y Donaldo Álvarez.

La denuncia fue presentada a finales de 1999, ante Audiencia Nacional de España. Este órgano se declaró competente para realizar esa investigación ante la evidente inactividad de la jurisdicción guatemalteca frente al caso.

La justicia española solicitó órdenes de extradición para los acusados pero la Corte de Constitucionalidad dejó sin efecto esas órdenes y determinó que España no tenía potestad para juzgar a guatemaltecos.

Sin embargo, no se abrió ningún proceso, ni España ni en Guatemala, por la muerte de los 7 religiosos guatemaltecos.

Los mártires del Vaticano

Durante la guerra, la Iglesia Católica ocupó un papel protagónico en la defensa de derechos humanos y protección a las comunidades.

Todos los mártires eran miembros activos de sus comunidades, líderes religiosos o catequistas. Fueron promotores del proceso de paz. Los jefes de Estado, que orquestaron más de 600 matanzas, identificaron esa postura como subversiva y reprimieron la actuación de grupos eclesiales.

Su cercanía con la población, los recorridos por las montañas y cantones no fueron bien vistos por los miembros del ejército, quienes en varias ocasiones los amenazaron para que no siguieran participando en reuniones dentro o fuera de la Iglesia.

Para los militares, hasta los niños parecían una amenaza. Y es por eso que entre los mártires se encuentra un niño de 12 años, quien fue torturado y asesinado.

Según lo estableció la Comisión de Esclarecimiento Histórico, los años más sanguinarios de la guerra fueron desde 1978 a 1985. La mayoría de víctimas eran originarias de Quiché, Huehuetenango, Chimaltenango, Alta y Baja Verapaz, la costa sur y la capital.

Los asesinatos de estos 10 mártires ocurrieron entre 1980 y 1991; y están documentados, a través del testimonio de testigos y pobladores de Chinique, Zacualpa, San Miguel Uspantán, Chajun, Chicamán y Sacapulas. Estos son sus nombres y sus historias.

1. José María Gran Cirera

Sacerdote español enviado a Guatemala en 1975. Lo asesinaron 5 años más tarde en las montañas de San Gaspar Chajul, al norte de Quiché. Durante su paso por la Diócesis de Quiché desarrolló un vínculo fuerte con la población de las regiones más pobres y aquellos que sufrían persecuciones de cualquier índole.

En la quema de la Embajada española, algunas de las víctimas eran catequistas de Quiché, por esa razón la Diócesis emitió un pronunciamiento en el que condenó la violencia y la ocupación militar en la zona norte de ese departamento y la existencia de “un esquema de desarrollo económico, social y político que no tomaba en cuenta los intereses de los pobres”.

Días después, José María Gran fue citado, interrogado e intimidado por un comandante militar de Chajul. “No se olvide que es extranjero y aténgase a las consecuencias”, le advirtió.

2. Faustino Villanueva

Las personas que lo conocieron lo describen como una persona sin inclinaciones políticas, pero cercana a la gente de Joyabaj, sensible a la realidad, entregado a las visitas de enfermos y a los recorridos en aldeas.

Fue asesinado el 10 de julio de 1980, un mes después de la muerte de Gran Cirera. Ese día, en horas de la noche, dos hombres tocaron la puerta de su despacho y pidieron hablar con él. El sacerdote fue asesinado cuando acudió al llamado.

3. Juan Alonzo Fernández

El sacerdote llegó a Guatemala en 1960. Fue asesinado en 1981, luego de ser detenido y torturado. Toda su experiencia como misionero la vivió en la zona norte del Quiché, en donde los ataques contra líderes religiosos eran más frecuentes.

Después de la muerte de Gran Cirera y Villanueva, había un temor generalizado en los sacerdotes de la región. Fernández se refugió fuera de Quiché, pero cuestionado por sus ideales, regresó. “No deseo que me maten, aunque tengo un presentimiento”, escribió.

A los tres días fue retenido, embriagado e interrogado por un grupo de militares. Después de unas horas fue liberado. Sin embargo, a los dos días fue interceptado mientras conducía una moto. Lo asesinaron al instante.

4. Juan Barrera Méndez

Apenas tenía 12 años y era un miembro activo de la iglesia y catequista. Tenía a su cargo algunas actividades dentro de la parroquia y del cantón en el cual vivía, El tablón, en Zacualpa.

En la recopilación de testimonios, realizada por la Diócesis del Quiché, testificaron que era sumamente solidario con las necesidades de sus vecinos , que demostraba mucho sentido de la justicia. Quizá por eso, sospechan, no fue tratado como niño, sino como adulto y acusado de ser guerrillero.

Rodearon su casa. Él y su hermano fueron capturados. Su hermano logró escapar pero él no. Su cuerpo apareció a kilómetros de su casa con marcas de tortura y cortes de cuchillo en las plantas de los pies.

5. Rosalío Benito Ixchop

Fue un catequista y se encargaba de dirigir los rezos y cantos religiosos en la parroquia de Chinique, Quiché.

Tenía 68 años y nunca aprendió a leer, pero por su participación en actividades religiosas era muy conocido por su comunidad.

Un día, cuando regresaba de su casa, fue emboscado y asesinado. Junto a él iba su hijo Pedro Benito, quien corrió la misma suerte.
Un hombre camina frente a los féretros de víctimas del conflicto armado interno en Cotzal, Quiché. FOTO: Carlos Sebastián

6. Reyes Us Hernández

Además de ser catequista, también se dedicaba a ser promotor de salud en la comunidad de Macalajau. Básicamente, visitaba y atendía a enfermos y personas en condiciones de gravedad. Fue asesinado en San Miguel de Uspantán.

En testimonios de su familia hay registro de que estaba consciente de que era perseguido y que podía morir por su trabajo con las comunidades.

7. Domingo Del Barrio Batz

Fue asesinado en Chajul, en 1980. Se dedicaba a dar catequesis y, años más tarde, también fue nombrado sacristán.

Eso implicaba acompañar al sacerdote a las visitas en aldeas. El 4 de junio de 1980, encontraron su cuerpo junto al del sacerdote José María Gran.
Los testigos contaron 5 heridas de bala.

8. Nicolás Castro

“Si no nos dejan reunirnos en el oratorio, lo vamos a hacer en la montaña, o en las cuevas, o de noche en nuestras casas”, solía decir el catequista originario de Uspantán. Su trabajo se concentraba en Chicamán.

Pasaron las 11 de la noche cuando el 29 de septiembre de 1980, cuando golpearon su puerta y, al no obtener respuesta, la derribaron. El ejército lo apresó y suplicó que lo mataran en su casa para no ser torturado e interrogado.

Le asesinaron en el patio de su casa, varios vecinos fueron testigos.

9. Tomás Ramírez Caba

Fue asesinado en la parroquia de Chajul, en donde trabajaba como sacristán. Su responsabilidad era cuidar el convento y la iglesia. En varias ocasiones fue intimidado por el ejército por su trabajo, según cuenta su esposa.

Después de varias amenazas, una tarde irrumpieron en la iglesia, le quebraron el brazo a golpes y le dispararon por la espalda. Encontraron su cuerpo en la entrada del convento parroquial.

10. Miguel Tiu Imul

Era catequista en la aldea La Montaña, Sacapulas. Era promotor de la no violencia. Decía que no se podía andar con la biblia bajo un brazo y el fusil en otro.

Lo asesinaron una tarde que salía de su casa para revisar sus cultivos. Su hija mayor escuchó un disparo cercano a su casa y encontró su cuerpo sobre el camino.

Miguel agonizaba y murió frente a ella.

Mientras en el Vaticano avanza el reconocimiento de los 10 mártires, en Guatemala no hay garantías de justicia hasta que se presente una denuncia, empiece una investigación y se procese a los responsables.

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