Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

16 de julio de 2016

Lo que va de ayer a hoy: ¿A DÓNDE MIRAN USTEDES?


Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy



¿a dónde miran ustedes?

Ayer... Hoy



El hombre…  y la mujer…. Bueno…, la persona es un ser en relación,  según  dicen los filósofos.   .  Somos seres  en una relación a veces    conflictiva -  “a ver quién puede más” – otras veces  de sumisión – “lo que usted mande” -  otras de miedo   o de amor en sus  infinitas formas.

Por la fuerza del  miedo  necesitaron los humanos unirse y defenderse contra los  elementos de la naturaleza    o contra otros semejantes  llevados del instinto de propiedad o de dominio.

Pero la evolución del ser humano implicó también que se fuera  transformando  no sólo su inteligencia sino la conciencia.  El    ir pasando de considerar  al otro, no como nuestro competidor,  sino  como    nuestro compañero, nuestro colaborador, nuestro complemento  es tan lento  que aún nos falta mucho  para llegar a una normalidad que todavía nos parece anormal.

Se educa para ser competitivos no para ser complementarios. Ese  es el problema.
Esto sucede  no sólo  de persona a persona  sino de grupo a grupo.

Cuando nos juntamos  varios movidos por una  necesidad  o un proyecto común,  primero entre nosotros cuesta  llega a esa unidad y surgen con frecuencia pequeños o mayores  enfrentamientos que terminan hasta  en tragedia. ¿Hará  falta  buscar ejemplos?  Tal vez el más brutal sea  el de la pareja mujer, hombre  que, después de jurarse amor eterno, a veces termina en duro enfrenamiento o en asesinato.

Todos conocemos casos de  grupos humanos donde se mezclan amistades y  enemistades. Por eso  aunque otras veces dividimos en dos partes  este trabajo: AYER… HOY…  esta vez no me atrevo y empieza el artículo con los dos titulares juntos porque no tenemos  una línea divisoria en el tiempo


En el hoy donde estamos se encuentran juntos, y a veces en conflicto, el instinto individualista, el  yo a la defensiva, el ego  (según viene  del latín),  con la salida de esa cueva en que vivimos cada uno, sin  atrevernos a abrazar al tú, al ustedes, vosotros, al you (que nos viene del inglés.)

Con la evolución de  la conciencia se han dado pasos gigantes, para salir de la cueva del yo,  aunque el hombre y la mujer no acaban de romper ese encierro.  A veces salen, a veces se repliegan hacia dentro o se asoman la puerta de su cueva, su  ego, armados de  un garrote, de una pistola o simplemente de  una lengua de víbora que envenena el ambiente.

Pero ahora quiero insistir  más en  esa realidad humana  que  ha ido avanzando en la historia con la inelegancia o la consciencia. Me refiero a los “colectivos humanos”, los que llamamos con variedad de nombres: tribus, pueblos, naciones, asambleas, sociedades, comunidades,  sectas, asociaciones benéficas,  congregaciones, clubes, equipos de trabajo, ejércitos, pandillas,  centros culturales o recreativos… (Aquí  se suele decir: “y un largo etcétera”). Gente que se junta para algo.

Ese “para algo” puede  resumirse  en dos  orientaciones: Juntarse para  resolver necesidades   personales  (hacia dentro)  o para actuar cambiando algo exterior al grupo (hacia fuera),
Hacia dentro: una cooperativa de consumo, un centro recreativo,  una asociación de lectores o de coleccionistas de sellos o de montañismo…   tienen un interés común más sencillo. No le faltarán problemas, pero se refieren a sus relaciones  grupales de amistad, poder, colaboración…

Lo más complicado es  un grupo o asociación  cuyos miembros se juntan para  una acción hacia fuera de sus muros, de sus relaciones  internas: Pensando en casos extremamente variados, serían: una  banda de atracadores,  una sociedad de caridad,  una asociación de médicos o cualquier ONG,  un ejército regular o irregular ,  una parroquia, una orden religiosa,   una emisora de radio o TV,  una  secta empeñada en salvar al mundo por las buenas o a la fuerza.

Separemos las malas hierbas de este conjunto de colectivos para  quedarnos  con los grupos humanos que se juntan,   para hacer algo bueno: ONGs, asociaciones  religiosas  que de algún modo se sientan misioneras, asociaciones benéficas o educativas…

Para estudiar estos colectivos  será preciso  contar con una ley que “científicamente” podríamos llamar la LEY UMBILICAL.  La ley dice: <Toda asociación  humana de acción benéfica  consta de un  ombligo  determinado. Ese ombligo está formado por los intereses particulares de los miembros de la asociación,  que son independientes  de la misión para la que se fundó >.  A veces los miembros  de esa agrupación necesitan   descansar,  hacer memoria de sus tradiciones, mejorar sus condiciones de vida, salir a pasear  y reforzar sus lazos de amistad. Hace falta todo eso. Pero si esos momentos e intereses  les hacen olvidar el objetivo por  el que se juntaron,  puede que se convierta  ese colectivo  en un grupo de compañeros  que se sienten más o menos bien juntos, pero quien los conoce se pregunta: ¿Y estos para qué se  ha  asociado?

Si cualquier ONG  centra su interés en conseguir medios económicos para realizar sus proyectos… pero ese esfuerzo mercantil  va dejando arrinconados  sus objetivos propios y lo que ahí  domina es el negocio,  algunos  miembros  tal vez dejen la asociación  porque  no ven para qué se apuntaron a esa iniciativa.

Ya hubo  alguien  que escribió un artículo: ¿Usted no tiene todavía su ONG?,   donde analiza con   ironía los manejos que emplean algunas de estas asociaciones para sacar jugo de  esa fundación “benéfica”  y enriquecer su “ombligo económico”.  Posiblemente quienes  las fundaron lo hicieron con toda generosidad y buenas intenciones, pero hubo gente que  después encontró en ellas un medio de  subir en la escala social y económica.

Eso sucede también con algunas asociaciones religiosas. El fundador fue un hombre de Dios y dedicó su vida a un mensaje  de servicio para el pueblo, pero luego aparecen  los que se infiltran en  el grupo religioso y ven en él un  modo de vida  sin mayores intereses altruistas.

Sin llegar a esos extremos,  también algunas parroquias, con muy buena voluntad, centran su atención en actividades piadosas, amontonan rezos, liturgias, procesiones,  horas santas… Cada una de ellas está bien, pero los participantes  se olvidan  de poner vida.  No recuerdan  que aquel campesino Nazareno los  envió  para anunciar la buena noticia  de un mundo nuevo que él llamaba el reino de Dios. Una comunidad  donde se atendiera a los pobres y marginados, se defendiera el derecho ya justicia y la gente cambiase y mejorase el corazón, más que  los ritos y ceremonias.

De  ese modo algunas asociaciones religiosas ponen como centro de sus vidas el sentirse juntos como hermanos, lo que está muy bien, pero se olvidan de que  sobre todo se juntaron, siguiendo al Maestro (y  a sus fundadores) para salir a la periferia del mundo y  anunciar el evangelio a los pobres,  para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor (Lucas 4, 18).

Estas reflexiones nos pueden servir a todos los que nos hemos juntado en cualquier organización fundada con alguna misión  “hacia  fuera”   para hacer el bien en esta tierra.
Pues  a ver  ahora… como dice  el título de estas líneas: ¿a dónde miran ustedes?, ¿al horizonte para el que se fundó su asociación?   ¿O el ombligo  que tiene todo grupo  humano   puede  hacerles olvidar su misión? Es cuestión de despertar nuestra conciencia.