Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

29 de junio de 2017

¡BLIM! 7-8

 7.      EL CAMBIO

 Aquellos días no duraron mucho.
Una tarde volvió Santi a casa loco de contento. Se  acababa de organizar una orquesta en su escuela  y él formaba parte de ella. Iba a ser un gran conjunto con toda clase de instrumentos. Pensaban dar el primer concierto por la radio antes de las vacaciones de Navidad y debían empezar cuanto antes los ensayos.
Doña Rosa preguntó:
¿Qué instrumento tocas tú?
Yo tocaré el contrabajo — dijo Santi.
Me acordé en aquel momento del buen papá Fernández y de su violón.
No sé si saben ustedes que el contrabajo es lo mismo que el violón. Me sentí muy orgullosa de que Santi tocase el violón. Si hubiera podido, hubiera llamado por teléfono a papá Fernández para que le hiciera uno barato. Pero lo que oí después me dejó triste. Dijo don Roberto:

¿Cómo vas a hacer para conseguir un contrabajo? Es más caro que una guitarra.
No lo sé — dijo Santi —; estoy esperando que mi amigo Juanjo me llame por teléfono. Me dijo que él tenía uno y que seguramente...
En aquel momento sonó el timbre. Pero no en el teléfono, sino en la puerta. Fue Pepe a abrir y poco después entraba el amigo de Santi, Juanjo, con un gran estuche que yo conocía muy bien. Era el estuche de un violón. Santi lo abrió en seguida y se quedó mirándolo entusiasmado. Mientras tanto, el violón y yo empezamos a hablar. Los instrumentos de música hablamos entre nosotros sin que nadie nos oiga.
Hola, ¿qué tal estás? — me dijo el contrabajo con su voz profunda.
Yo aquí lo paso muy bien. ¿Y tú?
Me he aburrido mucho, porque ese Juanjo no sabe tocar el contrabajo.
Pero ahora lo pasaremos muy bien los dos en casa de Santi.
Lo dudo. Me parece que si Santi se queda conmigo, tú te irás con Juanjo.
Me daría mucha pena, porque Santi y sus hermanos son muy simpáticos.
Juanjo tampoco es mal chico. Sabe tocar la guitarra y le gusta mucho viajar. A mí no podía llevarme, pero tú podrás conocer muchos sitios nuevos.
Iba a decirle que prefería estar con Santi cuando Juanjo se acercó a mí. Me agarró  por el mango y después de pulsar un poco mis cuerdas me metió en el estuche. Mientras salía de casa escuché el vozarrón del contrabajo, que me decía:
¡Adiós, chica, buen viaje...!
Santi empezaba a pasar el arco sobre sus cuerdas, mientras los hermanos cantaban con sus vocecitas de flauta. Cuando se cerró la puerta, no les oí más y empecé a echar unas lagrimillas.

8. JUANJO

Juanjo tenía una hermana más pequeña que él. Cuando ella empezaba a cantar se rompían los vasos de la casa y caía un chaparrón. En cambio, Juanjo era un buen cantor; aunque los vecinos de su casa no pensaban lo mismo.
En cuanto llegó a casa me sacó de la funda, puso una correa para colgarme de su cuello y empezó su repertorio. Estaba impaciente.

Al poco rato, las vecinas gritaban desde el patio:
¡Ese niño, que se calle!
¡A ver si cantas un poco más bajo, patojo!
¡Que has despertado a mi nene...! — y se oía la voz de un bebé que lloraba.

La madre de Juanjo llegó apurada, cerró la ventana del patio y le mandó a Juanjo que dejase de cantar y se pusiera a estudiar.
 Pero Juanjo cantaba hasta estudiando. Me colgó por la correa de un clavo junto a su cama y desde allí le veía sentado ante su mesa de trabajo con el libro de historia abierto y cantando en voz baja:


Con tres barquitos veleros
cruzó Cristóbal el mar;
¡qué sorpresa dio a la gente
cuando le vieron llegar!
Cuando Colón, muy solemne, 
puso en América el pie
¿no sabén lo que hizo luego?
poner el otro también.

En casa de Juanjo pasé varios meses tan contenta que no eche mucho de menos a Santi. Además, Santi venía a veces a saludarnos a Juanjo y a mí. Juanjo me llevaba a todas partes
Con él fui a visitar La Antigua Guatemala Me llevó al Parque  Central ,  me subió al cerro de la cruz , se empeñó en subirme también a lo alto de la catedral  y se puso a cantar allí con sus compañeros. Pero las grandes campanas de la catedral empezaron a lanzar su "din, don..." y tuvieron todos que bajar tapándose los oídos. ¡Menos mal! La catedral prefiere que toquen la guitarra abajo en  el parque. Se parece a las vecinas de la casa de Juanjo.  Juanjo era muy alegre, como veis, pero tenía conmigo menos cuidado que Santi. Me llevaba muchas veces colgada a la espalda con su correa. Una vez casi me aplastan en la  camioneta. Entramos al mediodía, cuando toda la gente vuelve de trabajar, y lo pasé muy mal. Me rompieron una cuerda.


Otra vez estuve a punto de caer al agua en Panajachel. Estábamos dando un paseo en una de las barcas. Juanjo se puso a cantar lo de Don Cristóbal Colón, y una vez que perdió el equilibrio casi me voy al mar. Hubiera sido terrible. ¡Como los peces no saben tocar la guitarra...!

A veces, cuando la hermana de Juanjo se ponía a cantar, él la amenazaba con pegarla con la guitarra. Yo temblaba. Menos mal que no lo hizo nunca.

El día que más miedo pasé fue cuando el gato de Juanjo quiso ser músico. Mientras Juanjo estaba estudiando, "Chuchi" — un gatazo negro y travieso — se subió en la silla donde me había dejado mi dueño y me acercó sus uñas. Mis cuerdas hicieron: ¡blim!, ¡blum!... En cuanto lo oyó, Juanjo se quitó la zapatilla y se la tiró a "Chuchi". En vez de darle a "Chuchi" me dio a mí. Todavía me dura la cicatriz.