Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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29 de noviembre de 2019

Debacle boliviana


La debacle boliviana:
adiós radicales;
bienvenidos
radicales.

Así como el emblemático Cerro Rico de Potosí, Bolivia fue históricamente objeto de saqueo, como lo han sido hasta hoy la mayor parte de países de América Latina.

POR FERNANDO BARILLAS / 18 NOVIEMBRE, 2019
Una nación gigante en tamaño, abundante en recursos naturales, integrada por 36 pueblos originarios de raíces aimaras, quechuas y guaraníes -entre otras culturas-, dejó de ser uno de los países con los peores indicadores de pobreza y desigualdad para convertirse en un modelo de crecimiento y desarrollo económico, y todo ello gracias a un individuo que personifica todo lo despreciado, discriminado y repulsivo para las clases conservadoras latinoamericanas.

Sí. Evo Morales encarnaba la peor pesadilla para las élites de cualquiera de nuestros países: marxista, obrero, sindicalista y, por sobre todas las cosas, “indio”. Y como tal, era el depositario de todos los estigmas y prejuicios de los aspiracionistas.


En consecuencia, lo natural para Evo era encabezar una opción política radical como única alternativa para impulsar transformaciones profundas, no cosméticas. Porque un país como Bolivia -o como Guatemala, a lo mejor-, solo podía despegar desde esa radicalidad. Las tibiezas -y de eso sabemos bastante- no funcionan, solo alimentan la perversidad del sistema y agrandan las brechas; benefician a los mismos y al final nada cambia para las mayorías.

Y el país sudamericano despegó. En 14 años, bajo un mandato abiertamente socialista, se registró un florecer social y económico, con una reducción envidiable en sus índices de pobreza y un incremento en los niveles de alfabetización y acceso a la salud, empleo e infraestructura -entre otras variables-, que posicionaron al otrora Alto Perú como el de mayor crecimiento en la región.

Pero el poder embriaga, ciega; pierde. La ola progresista se expandió en algunos países de América Latina, y mientras algunos regímenes lograron consolidarse de manera legítima y democrática, otros lo hicieron manipulando las leyes a su favor y reduciendo libertades, para perpetuarse en él.

¿De dónde viene la radicalidad? Del hastío.

Bolivia jamás fue país hasta que llegó Evo con una posición radical. Pero con el tiempo, hartos de su sed de poder, los radicales de derecha lograron algo que hasta hace algunos meses parecía imposible, y que empuja al país a la otra esquina, al otro extremo.

De acuerdo con Daniela Martins Gutiérrez, politóloga boliviana citada por Nómada, “cuando él (Evo) llegó al poder en 2005, la Constitución boliviana no estipulaba la figura de la reelección. La cambió y se fijó la posibilidad de dos mandatos, y que sólo el pueblo mediante referéndum podría aprobar cambios sobre temas como éste. Dispuso que su primer período no contaba, entonces fue reelecto en 2009 y 2014; quiso modificarla nuevamente para volver a participar en la elección, pero perdió el referéndum del 21 de febrero de 2016. Y aunque perdió, apareció en la boleta presidencial de 2019.”

Yo estuve ahí, como observador internacional de la Misión de Observación Electoral de la OEA para ese referéndum. En esa ocasión pude constatar que los bolivianos no estaban inconformes con su gestión; al contrario, la valoraban y aplaudían, pero ya no lo querían al frente del gobierno.

El capricho de Evo por aferrarse al poder, sus abusos y su incapacidad de propiciar nuevos liderazgos que coadyuvaran a la preservación de su legado, son hoy los principales ingredientes de la debacle boliviana.

Evo, el radical que transformó su país pero que fue incapaz de escuchar la voz de su pueblo, abrió las puertas a otros radicales, tremendamente peligrosos, cegados de odio y urgidos de venganza. Con sus decisiones, facilitó el camino para que las clases conservadoras utilizaran la religión como recurso de manipulación colectiva y acudieran a la fuerza, el racismo y la intolerancia para recuperar la hegemonía arrebatada.

No obstante, los graves desaciertos del exgobernante no justifican en lo absoluto su derrocamiento. Es un golpe de Estado, punto. Y un régimen con este origen no debería ser reconocido ni aplaudido en la región, puesto que conocemos en carne propia lo que ello significa. En todo caso, procedía que se repitieran las elecciones sin Evo participando, pero permitiéndole mantener el poder hasta que culminara su mandato.

En ese contexto, el papel de la OEA para identificar y denunciar las anomalías en el proceso electoral fue valioso. Lastimosamente, la posición posterior de la organización, en particular la de Luis Almagro, tira a la basura ese trabajo y legitima el uso de la violencia para cambiar gobernantes. La agenda política del excanciller uruguayo, claramente alineada con la visión exterior tradicional de los patronos del norte, constituye un retroceso no solo para Bolivia, sino para el continente entero.

Lo más triste es que la escalada de muerte se intensificará tras el anuncio de la presidenta autoproclamada, Jeanine Añez, de deslindar de toda responsabilidad penal a los militares que participen en los operativos “para el restablecimiento del orden interno y la estabilidad pública”.

Es, pues, una decisión tomada desde la radicalidad, que permite asesinar libre e impunemente a quienes quizás no están pidiendo necesariamente que Evo retome el poder, sino que se respeten los avances que su país logró alcanzar, justamente, desde la radicalidad.

Adiós radicales; bienvenidos radicales.

Articulo tomado de: Nómadas