Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

9 de octubre de 2015

Lo que va de ayer a hoy... Los medio sordos



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Lo que va de ayer a hoy
Historias   bíblicas  de ayer

que se repiten hoy

los medio sordos

AYER   
(Marcos 7,32) Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que pusiera las manos sobre él.   Lo tomó, lo apartó de la gente y, a solas, le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva;   levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo:


  
Effatá, que significa ábrete.    [Al momento] se le abrieron los oídos, se le soltó el impedimento de la lengua y hablaba normalmente.   Les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más insistía, más lo pregonaban.
 
Estaban llenos de admiración y comentaban:
   —Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El sordo de nacimiento es mudo de nacimiento… Es posible que aquel hombre  se  hubiera quedado  sordo  a  temprana edad y por eso  las palabras  que salían de su boca  a tropezones eran restos del poco vocabulario que llegó a  aprender de pequeño. Tuvo que ser tremendo, en  la  antigüedad, cuando no se habían inventado  los audífonos para sordos. 


Se dice, creo que es verdad, que  es más triste ser sordo que ser ciego.


Por  lo menos  la sociedad suele aceptar mejor al ciego.  Al ciego se le tiene compasión, se la  agarra del brazo para cruzarle la calle. Se le explican  atentamente las cosas. A veces  se le sobreprotege y algunos ciegos prefieren que  les traten con más normalidad.  Al ciego se le nota que lo es cuando se acerca tanteando  con  su bastón. Al sordo no se le nota a primera vista.


El ciego  es “el pobre ciego”, el sordo  es “ese sordo”  a veces objeto de  burlas.


En la conversación el ciego suele participar activamente, el sordo se puede quedar arrinconado si no hay alguien  atento a su lado que a veces le explica gritándole al oído:”¡  están diciendo que…!”


Se suele comentar cómo un triste ejemplo  el de  aquel hombre que necesitaba mucho el oído para trabajar. Un tal Don  Ludwig  Van Beethoven  que se fue quedando sordo. Sus últimas sinfonías las escuchó   en su cerebro.  La novena, cuentan las crónicas que el día de su estreno…  

El público que llenaba el teatro vienés Kärntnertor aquella noche de mayo de 1824 se puso en pie para aclamar la obra con una calurosa ovación. Daban patadas en el suelo, aplaudían y gritaban ¡Bravo!. Pero Beethoven, de espaldas al público junto al director, no oía las aclamaciones. Uno de los solistas le tiró de la manga de la levita negra y le hizo darse la vuelta para que viera lo que no podía oír.

  Este preludio sobre la sordera nos sirve  para terminarlo con una frase  que nos cambia de órbita. Es un refrán: “No hay mayor sordo que el que  no quiere oír”. Y dicho esto pasamos  al...


Hoy

Hoy la medicina ha hecho grandes avances y la tecnología también. Un sordo, si no  lo es del todo,   puede buscarse  un audífono  que le hace subir  el volumen de la audición, o incluso seguir una conferencia acercando el oído   a algún  altavoz  de la sala.   Así queda disminuido su aislamiento.  El aislamiento de quien no es sordo mental.  “Un sordera bien administrada puede ser muy útil”  decía alguien.


Si Jesús  hubiera tropezado  con alguno de estos  sordos,  de los citados en el     refán (los  sordos voluntarios).  Si Jesús, o cualquier profeta o predicador  se  encuentra con  alguno de esos sordos mentales,  no le serviría de nada  meterle los dedos en los oídos.  Es que,  como todos sabemos, aquello que resuena en nuestro pabellón auditivo y llega  vibrando por unos huesecitos hasta el tímpano, no vale si se queda ahí y   no  llega al cerebro.  El sordo mental se hace el distraído, pone una barrera  entre  lo que  oye y lo que piensa. No  escucha.


No es sordo mental el que escucha, reflexiona y discute  lo que le dicen. No es sordo el que dialoga y se convence o no se convence, pero matiza sus propias convicciones.  Ahí está la diferencia entre oír y escuchar. Entre si  le rebota en el tímpano  lo que le dicen o lo acoge en el pensamiento y lo contrasta  con lo que sabe, ve  pros y contras y forma su opinión.


Saltando del  ayer, de  la experiencia de  Jesús  que  ayudaba a escuchar al  sordo aquel, podemos hoy llegar a un seguidor de Jesús en el siglo XX,  que  luchó por  librar a  su pueblo de la sordera.

Se llamaba Enrique Angelelli, era obispo de  la Rioja argentina.

En el lugar donde lo mataron, sus amigos  seguidores de Jesús pusieron este  recuerdo:
  
Hoy hablamos de él porque luchó contra la sordera mental de los cristianos.  Una de  las frases que más le caracteriza es la que leímos en   ese  cartel- memorial.   Decía que  el seguidor de Jesús anda a por la vida:

  Con un oído atento al evangelio y el otro al pueblo.

Eso molestó a quienes tenían los dos oídos  atentos a su poder y su dinero. Por  eso  lo quitaron de en medio.  El papa Francisco que le conoció habla ya de  proponerlo como mártir, testigo de Jesús.


 También puede molestar lo que decía el “pelao”, como lo llamaban cariñosamente,  a quienes tienen  un oído muy atento a su religión pero el otro totalmente cerrado  a las necesidades y problemas del pueblo: Un oído a la religión,  no al evangelio,  el otro a las fuerzas  que  en el mundo  dominan la comunicación.


Lo malo es que los decibelios, o las voces susurrantes de quienes tienen el poder de la información y la deformación pueden dejarnos sordos de un oído o de los dos.
 

Un oído  abierto a la religión sin  verdadero evangelio, el otro a  quienes dominan la opinión y dejan al pueblo en la ignorancia.

Esas personas necesitan que  el maestro carpintero de Nazaret les  meta los dedos en las orejas,  les diga effetá (ábrete), les haga cosquillas a ver si les abre el conducto auditivo para saber escuchar los gemidos y los gritos de angustia y esperanza de los que lo pasan mal.

Eso  es lo que nos pide  quien nos quiere librar de la sordera: saber oír a la vez las palabras de buena noticia  del mensajero y que al mismo tiempo  nos entre en el oído el clamor de la gente que no domina las grandes empresas de prensa radio y televisión, los que necesitamos oír y ver, porque a veces sus gritos son mudos.  


¡Effetá!