Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

29 de octubre de 2015

Lo que va de ayer a hoy... Los Fotógrafos



Lo que va de ayer a hoy

Historias    bíblicas  de ayer que se repiten hoy

LOS FOTÓGRAFOS
AYER
Las  grutas, las cavernas en aquellos tiempos eran lugares sagrados. En  cuevas de  América o de Europa,  artistas primitivos pintaban  allí  imágenes que  representaban a sus dioses o a las víctimas que  ofrecían a sus divinidades y luego ellos se las comían en churrasco.

Es  impresionante imaginarse a aquellos hombres agachados  bajo las rocas, sin una humilde linterna, tal vez con una pequeña hoguera, sin más pincel que las manos, expresando  en la pared sus sentimientos,  su esperanza o su hambre.


Cuando  un tal Marcelino  S. Sautuola descubrió las pinturas en las cuevas de Altamira, le envolvió el escepticismo de sus vecinos. Sólo cuando unos expertos de la universidad de Toulouse confirmaron lo auténtico del  hallazgo, se cambió el escepticismo por admiración y aquellas cuevas se  empezaron a conocer como la capilla Sixtina del arte rupestre.


En la capilla Sixtina de Roma ya no se pintaba con las manos, aunque sí cayendo sobre el rostro del pintor  Miguel Ángel  las gotas de pintura del techo. 


Antes y después de  ese  pintor, otros artistas reflejaron  en  muros y lienzos  las creencias religiosas  de los seres humanos. Por la época del pintor de la Sixtina    una nueva ola  sacudía el arte para no limitarlo a pinturas sagradas sino  a reflejar también ambiciones orgullos y

pasiones,  volviendo a poner ante los ojos los cuerpos de diosas y semidioses de la antigüedad sin ningún sentimiento religioso, aunque la belleza tampoco se puede separar fácilmente de la religión.


Pues  ahí siguen  los artistas mojando sus pinceles en tintes, pastas, óleos  para reflejar sus sentimientos.  Casi siempre entonces eran impulsos religiosos   los que más brotaban  de  su  imaginación, aunque poco a poco se  iba abriendo paso un arte humanista sin   contacto  con ángeles, santos o símbolos celestiales.



La  pintura de lo sobrenatural podía hacerse con calma.  Los santos no corren y el pintor tenía tiempo de copiar  despacito sus figuras en el lienzo o los muros.


Hasta que apareció el “click”.   Pero eso ya sucedió, como quien dice: 









HOY

Ese hoy empezó en 1,826 cuando don Nicéforo consiguió que surgiera una imagen dentro de una caja oscura con una lente. La mano del autor destapaba un corto tiempo la lente y la luz se imprimía en la cámara.  Aquella primera imagen  sin uso de pinceles no tenía nada de religiosa. Por si tienen curiosidad,  miren esta imagen borrosa,  la primer fotografía de la historia: Una vista desde la casa de Nicéforo Niepce  en la Borgoña francesa.



Entonces empezó la carrera desenfrenada  para  que la imagen sobre distintas placas  que la química inventaba,  fuera aumentando en nitidez y en rapidez  para que la imagen se imprimiera, sin el laborioso trabajo con pinceles. 

Todo se resolvió en un ¡click!


En esa época del siglo XIX había disminuido  en Europa el sentido religioso. Pero todavía hoy  a muchos  nos hubiera gustado contemplar una imagen de Jesús en algunos de los momentos  significativos de su vida, conseguida sin pinceles ni imaginación, sólo con un simple apretar el botón.


Una verdadera  fotografía de su crucifixión hubiera sido espantosa,  aunque  nos hubiera  conmovido las entrañas. Preferimos una clásica  pintura ante la que podamos decir: ¡Qué bello crucifijo!  Frase que suene a cruel ironía. Es como decir: ¡”qué belleza de tortura!”. 





Pero  nos hubiera gustado más una  foto de grupo en los momentos solemnes de la llamada Ultima Cena.


Las imágenes que tenemos de esa celebración son como las de los políticos  al final de una asamblea. Todos mirando al frente.



Aquí tienen ustedes según Leonardo da Vinci lo que fue la última cena o  la “primera comunión” de los apóstoles.


Pero  ¡qué poco expresiva y qué poco ambiente de primera comunión!. Ni siquiera están vestidos con un traje adecuado y sobre todo, (hablando de nuestro tema de hoy)  ¡no se ve ni un solo fotógrafo!.  ¿Cómo es posible?.  ¡En un acto tan solemne!




Ahí nada más se ven  platos de comida, vasos con algo que parece vino, trozos de pan… Se ve también  que todos los apóstoles  están hablando a la vez, como desconcertados de  lo que se debía hacer en aquel momento. No se distingue en la pintura  quiénes son los que ahí celebran su  primera comunión ni quiénes son los que  asisten como meros espectadores del evento.


Se ve  que ese  cuadro  fue producto de la imaginación del pintor. Esta “apostólica primera comunión” del primer jueves santo,  no tiene nada que ver  con lo que hoy son unas auténticas y bien organizadas  primeras comuniones.


En aquella ocasión  se trataba de personas mayores, con atuendo  de época. Nada de vestido blanco (ellas) ni de traje y corbata negra (ellos).  Y  lo más triste, la falta de fotógrafos;  sin  el ambiente que crea la presencia de esos atentos, ágiles y experimentados camarógrafos, con aparatos de distintos tamaños acercándose al altar  y metiéndose en los mejores puntos de vista para  destacar más lo sagrado de ese acto… o para  distraer  a los niños que, pese a    los empeños del celebrante,  no se enteran de lo más  importante de la ceremonia. Para muchos de los allí presentes, parece que lo importante no es ni  el cáliz, ni la hostia, ni ese condenado a muerte clavado en una cruz  detrás del altar. Nada de eso es importante. Lo que vale es el fotógrafo  que se  mete entre los bancos, toma primeros planos de las criaturas y no se sube encima del altar para tomar una buena perspectiva, porque a lo mejor se lo prohíbe el sacristán.


¡Oh Señor qué lejos estamos de  las  cavernas  donde religiosamente  los habitantes pintaban bisontes y ciervos en homenaje a sus dioses!






¡Qué lejos  estamos    de la Capilla Sixtina donde  Miguel Ángel pintaba ángeles, profetas y condenados saltando hacia las llamas!






¡Qué lejos de otras  cuevas, las llamadas catacumbas  de Roma donde los  creyentes celebraban la cena del señor clandestina, la comunión  a escondidas, porque en vez de fotógrafos podrían entrar los legionarios romanos  para llevárselos   como alimento para las fieras.
 

Menos mal que hoy a los sacerdotes de la época postmoderna les queda la solución de dar primero la comunión a los fotógrafos y después mandarlos a la calle.  Aunque podría  haber protestas, porque tal vez   a algunos  de los presentes lo que más les interesa en esa ocasión es  la foto, el ¡click!