Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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15 de junio de 2018

¿EGOÍSMO? ¡NO!

El egoísmo: una visión distorsionada de la naturaleza humana

A pesar de que las ideas de Ayn Rand sobre la naturaleza humana carecen de soporte científico, su sistema filosófico subyace a la ideología dominante de nuestros tiempos


Por Rony Trujillo, Nómada

En el actual sistema socioeconómico global –caracterizado por el consumismo, el lucro desmedido y la búsqueda incesante de dinero y poder–, existe el mito –ampliamente difundido como verdad por la ideología dominante– de que los seres humanos somos egoístas, competitivos e individualistas por naturaleza. Sin embargo –y como puede comprobar de forma empírica cualquier ser humano en cualquier parte del mundo–, la realidad es que el Homo sapiens es una especie eminentemente social, por lo que la cooperación y el altruismo son caracteres conductuales propios de nuestra naturaleza.

Quizás ninguna persona en la historia de la humanidad dedicó más tiempo y energía en defender la tesis del egoísmo como naturaleza inalterable del ser humano que Ayn Rand (1905-1982), una de las referentes del pensamiento libertario a nivel mundial. Para Rand, el egoísmo era una virtud moral, mientras que al altruismo era algo irracional, incompatible con la libertad, el capitalismo y los derechos individuales. “Solo los hombres inferiores tienen instintos colectivos”, escribió en su diario con fecha 22 de febrero de 1937.

Ayn Rand desarrolló todo su sistema filosófico –al cual llamó objetivismo–, bajo la premisa de que el ser humano es inherentemente egoísta. En este sentido, no sorprende que la obra e ideas de Rand constituyan un aspecto central de la justificación moral del capitalismo laissez-faire. En el caso de Guatemala, el pensamiento de Ayn Rand ha sido difundido principalmente por la Universidad Francisco Marroquín, directamente ligada a la élite económica del país. Si la naturaleza del hombre es egoísta, ¿por qué financiar servicios públicos y de asistencia social en materia de salud, educación y seguridad alimentaria? ¿Acaso no están fundamentados los servicios públicos en la solidaridad y el altruismo, principios morales propios de “hombres inferiores”?

Desafortunadamente para Rand y sus seguidores –que por cierto se cuentan por millones alrededor del mundo–, los avances en biología evolutiva y antropología han demostrado que la cooperación y el altruismo fueron fundamentales para la evolución y el desarrollo del Homo sapiens como especie social. En el libro “Orígenes del Altruismo y la Cooperación” (2011), editado por el antropólogo Robert Sussman y el psiquiatra y genetista Robert Cloninger, los autores señalan que “los animales sociales, incluidos primates y humanos, no están obligados a vivir socialmente, pero lo hacen porque los beneficia en muchas formas”, añadiendo que, “a través de la selección natural, primates y humanos han desarrollado áreas del cerebro que responden de forma placentera y satisfactoria ante la cooperación o el altruismo”, lo cual nos indica claramente que existe una base biológica para este tipo de instintos sociales.

A  pesar de que las ideas de Ayn Rand sobre la naturaleza humana carecen de soporte científico, su sistema filosófico subyace a la ideología dominante de nuestros tiempos. La legitimación de la desigualdad y la pobreza extrema, la exacerbación del individualismo y la competitividad, la destrucción acelerada de la naturaleza, el consumismo excesivo, la privatización de bienes y servicios públicos, la riqueza material como medida del valor de una persona, la destrucción del tejido social y la homogeneización cultural, entre muchas otras características de nuestras sociedades actuales, se derivan –en mayor o menor medida– de una visión distorsionada de la naturaleza de la especie humana.

Por otro lado, más allá de nuestros instintos sociales para la cooperación, el altruismo y la división del trabajo, también es importante reconocer que todos los seres humanos tenemos ciertas necesidades emocionales, las cuales solo pueden ser satisfechas en sociedad. “No sos Robinson Crusoe” me repetía mi viejo durante mis años de adolescencia, supongo que como una reacción ante mi tendencia de alejarme –por cortos periodos de tiempo– de la vida social.
Los seres humanos tenemos una necesidad innata de compañía, amor, cariño, afecto, comprensión, atención y aceptación, especialmente durante nuestros primeros años de vida. En la actualidad, la tesis del ser humano como especie egoísta e individualista ha llegado a extremos, tanto que ya ni siquiera abrazamos a los bebés cuando lloran, porque se nos ha dicho que si así lo hacemos el niño va a ser una “persona débil” el resto de su vida. Sin embargo, al actuar de esta forma los padres le están negando al niño la satisfacción de una necesidad emocional que le es innata.

Todo esto me hace recordar una de las escenas de la película argentina “El secreto de sus ojos” (2009), en donde el único deseo de un tipo que lleva secretamente preso por 25 años –en solitario– es que su captor le hable. La comunicación emocional es una necesidad derivada de nuestra evolución como especie social, por lo que nuestros cerebros están programados para ello. De igual forma, nuestros cerebros también están programados para albergar instintos sociales, como la cooperación o el altruismo, los cuales son parte de nuestra propia naturaleza.

Así que haga el amor con su pareja, abrace a sus hijos, sonríale a un extraño, hágale compañía a sus amigos, adopte a un niño, coopere con sus vecinos, apoye a sus compañeros de trabajo, pague sus impuestos y exíjale al gobierno servicios públicos de calidad. Ya mucho daño le ha hecho al mundo el dogma del egoísmo. Somos animales sociales, por lo que es necesario que nos replanteemos los fundamentos filosóficos de nuestro sistema socioeconómico antes de que sea demasiado tarde.

Rony Trujillo, Nómada.
Biólogo. Entusiasta de la aracnología y la filosofía. Me gusta imaginar cómo fueron los bosques de Guatemala antes de la llegada del ser humano