Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

7 de junio de 2018

COMUNIÓN, Para otro mundo posible

Para Otro  Mundo Posible


8


Nos enfrentamos antes con el tema COMUNICACIÓN   y  COMUNIDAD   ¿qué nos queda ya?... Y nuestro subconsciente religioso nos da unas palmaditas en la espalda.
Volvemos la cabeza y el susodicho subconsciente nos pregunta con cierta ironía; “compañero, me parece que vos sos creyente de esa religión que ahora llaman judeo-cristiana”…

Sí le contesto: judeo-cristiana-europea-romana- con unas gotas de latinoamericana. Pues entonces – insistió  el subconscientes  no sé,  con tanto com, com… como te traes nos has plasmado en estas páginas algo  que tú y tus compañeros tienen siempre a flor de voz…
Yo entorné los ojos y caí en la conciencia: ¡Ah sí, ¿Cómo me  olvidaba?: 

COMUNIÓN

Y en la mesa de todos,
en el altar del mundo
se pondrá pan y vino
que lleguen para todos.


Y al partir ese pan,
compartiendo la vida,
seremos todos uno.

Y sabremos lo que quiere decir
Comunión,
por la que alguien fue llevado a la Cruz.
Y ahora, viviendo entre nosotros
nos enseña a poner en común la propia vida

Empezamos con  una historia:

ERASE UNA VEZ…

EL   PAN   PARTIDO

Pequeño prólogo:
Estas líneas tratan de presentar otra manera de ver eso que llamamos “misa” y que en otros tiempos se llamó de otra manera.  Pero intenta presentar a través  de una historia que es inventada pero real.  Esto que aquí contamos les ha sucedido realmente a muchas personas que han debido vivir peligrosamente por los caminos de América Central: Chiapas, El Salvador, Guatemala… Unas vidas que otros llevan en su corazón por otros caminos de la tierra.  Vidas que muchos querríamos encontrar por los pequeños caminos que nos han tocado en suerte.

1. EL PAN

En Palestina, ya desde tiempo de Jesús, y en todos los países en torno al mar Mediterráneo, el trigo y el pan eran alimento fundamental para el pueblo.  Hoy también, es alimento fundamental aunque algunos ya consideren que no necesitan pedírselo al “Padre que está en los cielos”

Los niños de la guerra guatemalteca, y los supervivientes de la posguerra, siguen también rezando “el pan nuestro...”
Para ellos, el pan es la tortilla de maíz.

En México, Nicaragua, El Salvador… sobre la mesa, la tortilla sirve de alimento básico.

Cuando el hambre aprieta su garra sobre los estómagos empobrecidos, queda al menos la tortilla con un poco de chile picante.
También aquí siguen rezando “el pan nuestro…” al menos hasta el próximo concilio en el que tal vez les permitan decir “la tortilla nuestra de cada día…”
Por ahora, en todos los países del mundo, en todos los que se predicó el evangelio, se sigue hablando del pan, aunque los dueños del mercado vayan sustituyendo el pan por tantos derivados de la harina que reemplazan entre los dientes al pan o a la tortilla de siempre.

2. EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

En este barrio marginal de la ciudad, chepito entra el templo, de la mano de mamá Fidelia.  Allá dentro recobra pronto la libertad.  Doña Fi9delia se arrodilla, Chepito se suelta de la mano y puede revolcarse por el suelo, junto a ese perro que se pasea entre las bancas.

Chepito no se entera de las lecturas que tartamudean los lectores, ni de lo que explica el padre en la homilía, ni distingue qué es ese redondelito blanco que levanta allá sobre el altar. Ni lo distingue ni le preocupa, porque en ese momento está agarrando de una pat5a el perro, que se quiere sacudir al tiernito como si fuera una pulga.

Doña Fidelia se acerca a comulgar. Chepito la acompaña a trompicones en la fila y cuando el padre pone en la mano de la mamá esa tortilla pequeña y blanca, el nene abre la boca como un pecesito, a ver si a él también le toca algo en el reparto.

Así va a seguir pasando hasta que Chepito vaya a la catequesis y se entere de que eso que le daban a la mamá en la misa no es tortilla sino pan convertido en Cuerpo de Cristo.  A Chepe no le cuesta trabajo creer que es el cuerpo de Cristo.  Lo más difícil es aceptar que puedan llamar pan a ese redondelito blanco y delgado como una cartulina.

Un día Chepe recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo.  Cuando se lo dan responde: “amén”.  Le han explicado en la catequesis que amén es como decir sí.

Aunque… parece que el “sí” dura poco tiempo.
Chepe va dejando de acompañar a misa a Doña Fidelia, porque Don Tono, su papá la acompaña pocas veces y él ya va siendo mayor como su papá…

Chepe ya mayor del todo (trece años) termina la escuela y, como no hay “pisto” en su familia para estudiar más, empieza de aprendiz en un taller de automóviles.

Un día, muy feliz para él, el dueño le paga por primera vez unos cuantos quetzales.

Al volver a casa pasa antes por la tortillería.

Por la noche, como todavía no ha olvidado de rezar las oraciones que le enseñó doña Fidelia, al decir “el pan nuestro de cada día”  se siente orgulloso y piensa que sí, que ese día el pan es suyo de verdad.

Una noche Juan, el hermano mayor de Chepe no volvió a casa.

Un vecino llamó a la puerta y contó a Doña Fidelia y a su esposo que unos hombres armados habían entrado en la oficina de los sindicalistas.  Que habían escuchado disparos y el edificio había empezado a arder.

Los hombres armados no habían permitido a los bomberos apagar  el fuego.
Pasaron la noche entre sollozos contenidos, reuniendo un poco de ropa y comida.

A punto de amanecer, Ton Tono y Doña Fidelia, el tiernito a la espalda, con Chepe y los demás patojos tropezándose detrás, salieron sin hacer ruido y se perdieron por los caminos del monte.


3. PARTIR
Don Tono conocía bien esos caminos.
En los primeros días fueron encontrándose con otros grupos que escapaban igual que ellos.  Eran familias o algún hombre sólo, alguna mujer con su tiernito, que habían sentido sobre ellos el terror de la persecución o el vacío de la esposa o el compañero desaparecido.

Por la noche encendían  un fuego tímido y calentaban un poco de sopa o repartían unas tortillas.  Afortunadamente era la época seca.
Chepe, agotado, se tumbaba en la hierba (para él no había petate) y se dormía mirando al cielo estrellado.

Pasaron varios días caminando bajo el bosque.  Algunos del grupo se acercaba a veces a una aldea cercana y compraba tortillas para repartirlas entre todos.  Eso y las raíces de malanga les daban un poco de fuerza para seguir. Procuraban que no les descubrieran los soldados y, cuando algún helicóptero hacía tronar su motor por encima de los árboles, se acurrucaban todos bajo las ramas o tras algún terraplén rocoso.

Chepe cargado con un poco de lo que habían tenido tiempo de recoger, caminaba pensativo.   La soledad le ayudaba a seguir pensando, haciéndose un montón de preguntas:
¿Por qué estaba él y toda aquella gente huyendo por los montes…?
-¿Por qué aquel aquellos hombres que habían matado a su hermano y a sus amigos ahora les perseguían a ellos?
-¿Por qué ellos eran pobres y tenían que huir comiendo raíces, mientras otros se encontraban cómodos en los grandes chalets de la capital, defendidos por los soldados que a ellos les perseguían?


Ellos, un grupo de veinte personas, se apiñaban como una sola cuando gruñían los helicópteros en lo alto.  Cuando el cansancio y el hambre les detenía se juntaban en círculo.  Partían y compartían las tortillas, las raíces y algún  conejo o tepezcuintle que había caído en sus manos.  A las tortillas, los bananos o los tepezcuintles no les decían mío, sino nuestro.

En esta tierra mujeres y hombres habían crecido con los pies sobre ella, entre maíz, árboles frutales y animales.  Sentía la tierra como una gran mesa donde todos podrían sentarse alrededor para comer de sus frutos.

Y no comprendía por qué otros hombres y mujeres, algunos pocos, habían dicho:
- Mía
- Esta tierra (una gran extensión) es mía.

Y otros, mujeres y hombres, muchos más, se habían quedado sin un pequeño terreno.

Chepe sabía que su hermano Juan se había estado reuniendo en el sindicato campesino para poder decir “nuestra” a la tierra.  Sospechaba que por eso aquellos hombres armados habían entrado para materles y quemar la oficina.

Y ahora ellos, don Tono, Doña Fidelia y los demás no tenían tierra.  Solo unas tortillas y unas raíces que compartían en la noche.

Así Chepe, caminando, reflexionando y madurando atravesó con su familia y los compañeros bosques y caminos hasta llegar a un río.  -¡El río!- exclamaron los mayores y, mientras buscaban el vado para cruzarlo volvió el color a su rostro y sonriendo como hacía muchos días no sonreían.

Chepe se fue enterando de que  ya no les perseguirían allí, que aquello era México, ese país del que tanto hablaban y cantaban en los corridos de la radio y le pareció que una vida nueva comenzaba para él.

Pero seguía preguntando por qué para poder sonreír habían tenido que huir por tantos caminos.


4. PARTIR EL PAN
La gente del pueblito  mexicano donde habían ido a parar era pobre como ellos, pero les recibió con los brazos abiertos.
En un terreno fuera de la aldea empezaron a levantar sus “champas” y los vecinos se acercaron a ayudarles, les prestaron trastes de cocina y les llevaban tortillas calientes del día, mangos, alguna que otra gallina…
Lo refugiados llamaron a aquel asentamiento “Nueva Vida”.

Se acercó pronto el padre Alfonso, párroco del pueblo. Les ofreció su camioneta para cargar los tambos de agua o llevar los enfermos al hospital.


Fue entonces cuando Chepe, después de varios años, volvió a misa.  Volvió en parte por agradecimiento al Padre Alfonso, en parte porque en aquel desgarrón del destierro, cualquier lugar donde encontrarse con gente y a resguardo era bueno.

Entonces entendió un poco mejor las ceremonias que apenas le entraban en la cabeza cuando fue, o le llevaron, a hacer la primera comunión.

El P. Alfonso bajaba los escalones del presbiterio durante el sermón e intentaba que el sermón se convirtiera en plática familiar.

El jueves santo llegó al pueblo el Señor obispo, bajito, con un gorrito rojo en la cabeza.  Chepe nunca había visto ningún obispo hasta entonces Se quedó con los ojos muy abiertos cuando vio que hicieron sentar en torno al altar a unos cuantos hombres y mujeres de su tierra y que el obispo y el cura se ponían de rodillas a lavarles los pies.

El obispo y el P. Alfonso se sentaron después y abrieron el diálogo con los asistentes:

-Esto que hemos hecho- decía el obispo- ya saben, es lo que hizo Jesús con los apóstoles y nos mandó hacer a nosotros después.

-Pero no solo dentro de la iglesia- añadió el P. Alfonso- también fuera de aquí tendríamos que seguir viviendo lo mismo.

Intervino, Macario un guatemalteco gstado por los años y el sufrimiento:
-Eso es lo que han hecho ustedes por nosotros.  Vinimos aquí sin nada; nos acogieron y nos ayudaron a vivir una nueva vida.

-No hemos hecho nada especial –comentó una vecina de la aldea- simplemente hicimos lo que teníamos que hacer.

Otro vecino añadió:
-Nosotros éramos muy pobres, cuando vinieron nuestros hermanos de Guatemala.  Por primera vez encontramos a otros más pobres que nosotros. Dios nos dio el poder compartir con ellos lo poco que teníamos.

Siguió el diálogo en el que unos recordaban los sufrimientos  de su vida pasada y otros hablaban mirando con el corazón hacia el futuro.

El obispo se levantó, y todos con él:
-Presentaremos ahora las ofrendas ante el altar:  Los dones que nos ha ofrecido la madre tierra.
Luego, en la consagración:


-Este pan que pondremos sobre la mesa se va a partir y repartir entre todos.  Es Cristo que se parte y se comparte y así une a los que venimos de lugares distintos y distantes. Quienes creemos en él sigamos repartiendo y compartiendo toda esta tierra y los dones que Dios nos ha dado sobre  ella.  El que aquí recibe el pan y en la vida, ahí fuera, no comparte, es como si mintiera e hiciera falso el pan de la comunión.

Chepe recordó en ese momento su vida en Guatemala. Pensó en su hermano cuando volvía furioso de la finca donde trabajaba.  La dueña de las tierras, una señora que se comía los santos en devociones y misas… llevaba ocho meses sin pagar el sueldo a sus trabajadores.

Chepe no sabía todavía que aquellas tierras habían sido, desde tiempo inmemorial de sus antepasados mayas, hasta que hombres armados con arcabuces y espadas se había apoderado de ellas; y hasta que más tarde, otros armados de papeles y sellos habían legalizado el robo.

5. POR QUÉ A “PARTIR EL PAN” LO LLAMARON “MISA”
Pasaron los años…
El poblado de refugiados en México fue creciendo. Casi todas las semanas aparecían nuevos fugitivos, con las ropas destrozadas y unos pocos trastes de cocina al hombro o sobre la cabeza, cargados de patojos hambrientos y deshidratados.  Los recogían en el poblado y los ayudaban a instalarse como a ellos antes les habían ayudado los pobres de la aldea mexicana.

Corrió luego la voz de que el gobierno y los guerrilleros habían empezado a hablar de paz.  Que para eso se habían reunido en algunos países de Europa…

Una tarde llegó a Nueva Vida un “land rover”.  Se detuvo en el centro del poblado rodeado enseguida por los curiosos ojos de los pequeños.  Dos jóvenes de rostro y gesto campesino bajaron del vehículo.  La gente se acercó cuando vio que les acompañaba el P. Alfonso.  Uno de los muchachos miraba insistentemente alrededor.  Se escuchó un grito y Doña Fidelia empujando a los vecinos de delante corrió a abrazarlo. Entonces Chepe reconoció a su hermano Juan.


Los jóvenes reunieron al pueblo en la “champa” grande llamada pomposamente “el salón comunal”.  Les  contaron que iba llegando la paz, poco a poco, pero iba llegando.  Algunos de los refugiados en otros poblados ya se habían atrevido a volver al país.  Habían vuelto y, por ahora, no habían sufrido ninguna persecución.

Los jóvenes se ofrecieron en nombre de los organismos de derechos humanos a organizar el retorno a su tierra.

Juan contó primero a su familia la aventura que había corrido, cuando entre el fuego y los disparos pudo saltar por la ventana y escapar de aquella masacre donde cayeron casi todos los compañeros del sindicato. Había escapado vagando varios días por el monte hasta encontrarse con la guerrilla.  Allí se había incorporado a la lucha.

Explicó que el enfrentamiento seguía muy duro, pero que estaban intentando llegar a la firma  de la paz, porque de un lado y de otro estaba muriendo demasiada gente.  Países solidarios les estaban ayudando en el empeño.  El les animaba a volver y creía que ahora se podría comenzar por fin un país nuevo.  Aseguró que les iban a facilitar buses para que pudieran volverá su tierra y les acompañarían organismos internacionales…

Los días siguientes fueron de preparativos. Allá quedaba la milpa sin florecer.  La dejaron con gesto agradecido a los vecinos.

El día de la despedida se celebró la misa en el centro de la aldea.  Los vecinos mexicanos acudieron emocionados
Aquel día habló solo el P. Alfonso, ellos tenían la garganta demasiada anudada para poder hablar.  Leyó aquel trozo de los Hechos de los apóstoles: “Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma y nadie consideraba propios sus bienes…”


Luego el sacerdote comentó:
-Esta tierra, hermanos, el pequeño mundo en el que nos ha tocado vivir, no será feliz mientras un país o unos pocos dueños quieran guardarlo para ellos solos.  Por eso aquel Jesús de Nazaret volcó todo su empeño en convencernos de que viviéramos todos como hijos del mismo Dios y nos intentó enseñar a  compartir el pan, símbolo de toda nuestra vida.  Así ustedes lo han compartido.  Por eso antiguamente la misa se llamaba así: “partir el pan”
Al final todos salimos del templo a compartir nuestra vida con los otros… y por eso el padre que preside al terminar les envía a todos con esa misión (porque misión quiere decir envío).  Y así  tenemos que entender la palabra “misa”

6. PODEMOS IR EN PAZ
La caravana de autobuses salió del asentamiento por el camino de tierra.  Lloraban los vecinos del pueblo y los que retornaban a su país.

Cuando el pueblo se perdió a sus espaldas y los viajeros se acomodaron en los asientos, entre ropa, petates, chunches del hogar… entonces dejaron de mirar atrás, se secaron el rostro y empezaron a pensar en el porvenir.

Chepe era ya un muchacho maduro y fuerte.  En la comunidad tenía fama de silencioso y reflexivo.

-¿En qué pensás Chepe? –le preguntaban los compañeros en la aldea.
Mirando por la ventana del bus, Chepe repasaba su vida y sus  experiencias a lo largo de todos aquellos años.

Esa palabra que leían a tropezones en el templo, hablándonos de pan compartido, de comunidades con un corazón y una sola alma… m,ientras los que se hacen dueños de la tierra siguen sacando la lengua para tragar la comunión aunque luego envían a los guardias a desalojar las tierras y con la misma lengua nos mienten y nos amenazan para que nos mantengamos tranquilos en nuestra miseria.

Chepe seguía hablando por dentro:
-Yo quiero volver encontrar en la tierra a donde retornamos, una gente para reunirme en comunidad, con la que podamos escuchar y comentar la Palabra de Jesús y los profetas.  Quiero que el padre en el altar no nos enseñe el pan redondo, sin que lo parta y nos lo de partido a comer… porque este es el cuerpo de quien nos une…


-Y quiero que cuando nos digan que  “podemos ir en paz” salgamos fuera del templo a compartir la vida y a intentar esea paz tan difícil, que le costó la sangre a Él y a tantos de los nuestros a quienes llamamos mártires…”

Y Chepe, la cara aplastada contra el cristal, en el momento que el bus atravesaba el puente (“Bienvenidos a Guatemala”)… se fue adormilando mientras en su corazón repetía:  “Padre que estás en los cielos… danos hoy el pan nuestro de cada día”…
Se iba adormilando hasta que una voz lo despertó:
-¡Bajen todos del bus con la cédula de identidad en la mano!













1.- DESDE LA VIDA

Será el mundo un altar, como una mesa
en que todos partamos nuestro pan
para ser todos uno, en el recuerdo
de aquel que nos llamó a la comunión.

Comunión, palabra  falsificada
Esta es una palabra de las más falsificadas en el lenguaje religioso.
En los países de tradición católica aunque de vida y conducta menos cristianas, mucha gente habla de que sus hijos van a “hacer la comunión” como de una ceremonia que se celebra una vez en la vida.  Ya ni siquiera se habla de “primera” comunión, porque para muchos es la primera y la última.

Los padres llevan a su hijo a hacer la “comunión” como un festejo familiar, a veces rodeado de apariencias, de regalos, de comidas en restaurante y sin ninguna conciencia de lo que significa esa palabra.


También muchos educadores religiosos consideran la comunión como algo piadoso pero individual: los niños, -y los mayores- en esa comunión comulgan con Jesús. Van en fila donde el sacerdote, sacan la lengua (pocos han aprendido a alargar la mano), vuelven a su sitio con los ojos semicerrados y se quedan en su banco con los ojos cerrados.  Ya no les importa nada de los que pasa ahí fuera.  Están cerrados a la vida.  Pero pensemos…


Qué significa comunión:
La expresión “comunión” no es algo simplemente religioso.  Se relaciona con todo lo que en los temas anteriores hemos tratado: con el compartir, convivir, colaborar…  Sin eso no hay verdadera comunión.

Uno de los principales fracasos de la religión es el aislamiento.   Considerar la fe como algo individual, aislado. “Dios y yo…”

Esa actitud de los creyentes les viene muy bien especialmente a los dueños del mundo. Les conviene tener a los “Fieles” separados, que no se comuniquen demasiado… separados o masificados que para el caso es lo mismo.  ¿No han pensado eso?: la mejor técnica para mantener a las personas como individuos aislados es masificarlos.

A una gran masa de público en un estadio, en un auditorio o en una catedral, se la puede tener “masificada” y aislada con la manipulación del sentimiento, sugestionados con unos gritos y uno cantos donde haya poco que pensar.  Eso lo saben muy bien ciertos predicadores.

Comunión de personas
Por el contrario: cuando, aunque sea en una catedral, quien preside procura hacer pensar a los presentes, hablarles de lo que sucede y de sus causas, entonces se rompe el individualismo y se crea comunión de personas.  Piensen por ejemplo en la diferencia entre las arengas de muchos políticos o los gritos de muchos predicadores… comparadas con las homilías donde se ayuda a pensar, por ejemplo las de Monseñor Romero en El Salvador donde se juntaba el mensaje del evangelio con la reflexión sobre lo que estaba sucediendo en el país.  Se le escuchaba en el templo, en la radio, desde casa o desde las escalinatas de la catedral.  Eran tan claras sus pláticas que no dejaban indiferente a nadie.  Por eso lo mataron.


Eso es crear comunión: ayudar a unirse tomando conciencia de la realidad y de lo que Cristo nos dice sobre ella.  La comunión, en la celebración de la Eucaristía, no se realiza solamente cuando nos acercamos al altar a recibir el pan consagrado, sino cuando desde que comienza la celebración nos sentimos reunidos y unidos, cuando juntos escuchamos pensamos y en algunos casos comentamos todos la Palabra que escuchamos…

Y cuando al final de la misa se nos dicen que “podemos ir en paz”, quien vive en comunión no sale egoístamente a ocuparse de sus asuntos, sino a vivir todo eso que ha celebrado y compartido en la misa.

No es solo cuestión de “misa”
Es que la comunión no solo es cuestión de “misa”: Comunión es poner en común.

Hay gente no creyente que comparte sus bienes, comparte su trabajo, comparte su solidaridad con los marginados,.  Sin saberlo vive en comunión.

Al contrario de lo que antes hemos comentado: ¿Qué  comunión hace quien saca la lengua o extiende la mano para comulgar pero luego es individualista, egoísta, cruel, dictador?
Para alguien que se dice creyente en el evangelio hacer comunión es mucho más que ir a comulgar.  La comunión nos pide vivir todo lo que hemos reflexionado en los demás capítulos.
Mientras los cristianos consideremos la eucaristía como un acto individual, donde la piedad es una evasión de todo esfuerzo de unidad, paz, y justicia en la humanidad, vamos a estar lejos del mundo nuevo que Dios nos propone.
Hay mucho que cambiar en nuestra manera de celebrar lo que llamamos misa y comunión.

Porque también “Otra comunión es posible”

3.- ESCUCHANDO LA PALABRA
En esto no puedo alabarlos 1 Corintios 11, 17-29
“Y resulta que, cuando se reúnen, no comen la cena del Señor. Porque cada uno se adelanta a consumir su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha.  ¿No tienen sus casas para comer y beber?  ¿O es que desprecian la asamblea de Dios y quieren avergonzar a los que nada poseen? ¿Qué puedo decirles?, ¿voy a alabarlos?  En esto no puedo alabarlos” (1 Cor. 11, 20-22)

La celebración de la eucaristía se hacía en la comida de fiesta.  Se juntaban para comer, no  en un templo (ni en un restaurante) sino en casas particulares donde compartían sus alimentos, lo que humorísticamente en algunos lugares se llama comida “ de traje” (yo traje esto, el otro trajo aquello…).

Pero empezó a suceder que algunos en vez de llevar la comida para ponerla en común, comían lo suyo tranquilamente mientras otros pasaban hambre.

* Hoy sucede lo mismo aunque no se nota porque cada uno come en su casa.  Se ha separado la comida en común de la comunión. Pero entre los que van a misa -también entre los que no van- ¡qué diferencias de comida y medios de vida existen!

Jesús en comida de bodas, cuida de la alegría de la fiesta    Juan 2, 1-11

“Cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, aunque los servidores que habían sacado el agua lo sabían, se dirige al novio y le dice: -Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados están algo bebidos, saca el peor.  Tú, en cambio has guardado hasta ahora el vino mejor” (Jn. 2, 9-10).

* Influido por su madre. Muchas veces el Evangelio habla de las comidas de Jesús con toda clase de personas.  La comida es un lugar de compartir, de comunión, incluso cuando no sea una misa y por eso cuando fue a instituir la memoria de su pasión y resurrección eligió una comida festiva de amigos, hoy muchas veces no se nota ese ambiente de comida de fiesta.

La multiplicación de los panes y los peces    Mateo 14, 14-21

“Después mandó a la multitud sentarse en la hierba, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; ellos se lo dieron a la multitud.  Comieron todos, quedaron satisfechos, recogieron las sobras y llenaron doce canastos. Los que comieron eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños". (Mt. 14, 19-21)

* Estas lecturas, aunque no hablen directamente de la eucaristía se relacionan con la comunión.  Se ve más claro en el texto de Juan.
* La multiplicación de panes y peces está relacionada con la actitud de Jesús en toda su vida.  Compartir, hacer que la humanidad se encuentre para comer no para disputarnos el pan y la vida.

Yo doy mi carne para la vida del mundo     Juan 6, 51

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre.  El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (Jn. 6,51).

* Casi todo este capítulo nos habla conjuntamente de la multiplicación del pan, de Jesús pan de vida, de la respuesta a Dios en la comunidad.  Como los que buscaban a Jesús solo por interés personal, nosotros a veces queremos usar la religión para conseguir que Dios nos dé el pan… pero no somos capaces de compartir nuestro pan y crear una auténtica comunión.

4.- PARA EL DIÁLOGO Y LA ACCIÓN
Unas pistas de diálogo sobre el sentido de esa celebración que siglos antes se llamaba “partir el pan” y hoy se ha quedado en “misa”
  1. Cuando usted va a misa ¿Siempre que se encuentra con amigos, con alguna comunidad o se coloca en un banco, aislado?
  2. ¿Se queda lejos del altar donde sigue pasivo de lo que allí delante hace el celebrante? ¿Por qué parece que el “celebrante” es solo el sacerdote, o también usted?
  3. ¿Es justo que la misa parezca muchas veces una ceremonia para gente bien situada y sin problemas y no para gente que le va mal, o que busca el mundo nuevo del Reino de Dios?
  4. ¿Ha reflexionado sobre cómo la palabra “comunión” tiene mucho que ver con “comunicar”, “poner en común” … y las otras palabras “COM…” que hemos tratado en estos capítulos.
  5. ¿Piensa que la comunión es solo con Jesús… o también con los que llamamos hermanos, prójimos, vecinos…? ¿Cree entonces que podemos celebrar la “fracción del pan” y comulgar el cuerpo de Cristo siendo indiferentes a los que en el mundo están sin ningún pan que partir y sin que nadie “comulgue” con ellos.
  6. ¿Piensa que la misa de su parroquia no tiene nada que ver con las misas que se celebran en todos los rincones de la tierra y con aquellos que en todo el mundo están ajenos a esas ceremonias?
  7. Cuando al final dice el que preside: “podéis ir en paz” ¿Usted piensa, aunque no lo diga. “Bueno ya terminó… Vamos a casa”… o siente que allá fuera del templo tiene que continuar viviendo lo que ha celebrado y reflexionado?

Esto… bueno, esto ni se lo pregunto… ¿No será usted de los que a veces quieren “pagar” una misa