Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

22 de junio de 2018

EL CARRUAJE

EL CARRUAJE  
Una metáfora para comprender la dinámica interior sel ser humano.

Empezaremos por utilizar una analogía muy sencilla, bien conocida por las tradiciones de la antigua sabiduría y de la que ya me he servido en mis obras anteriores. La recordaremos aquí brevemente para iluminar el tema que trataremos a continuación. 

Dicha analogía compara al ser humano con un conjunto formado por un carruaje, un caballo que tira de él, un cochero que dirige el caballo y el amo y señor, sentado en el carruaje, detrás del cochero. 

El carruaje representa el cuerpo físico.
El caballo, las emociones. 
El cochero, la mente. 
El señor, la esencia de lo que somos verdaderamente (cualquiera que sea el nombre que se le dé: conciencia superior, alma, Ser superior, Maestro interior, Guía, etc.). 
El conjunto físico, emocional y mental constituye lo que a menudo llamamos “personalidad o ego”. En esta obra utilizaremos los dos términos indistintamente. 

El cuerpo físico, el carruaje 
Según esa analogía, el estado en que se encuentre el cuerpo físico –el carruaje- no sólo depende del mantenimiento que le procure un cochero inteligente, sino también de la forma en que sea llevado por el caballo. Así pues, dado que el estado del cuerpo físico se puede observar y evaluar con facilidad, nos dará preciosas indicaciones respecto al grado de dominio del cochero sobre el conjunto formado por el caballo y el carruaje. 

Las emociones, el caballo 
En la palabra emoción está “moción”, o sea, movimiento. Las emociones son las que inician el movimiento, y lo hacen a través del fenómeno del deseo. Si bien es cierto que hay diversos tipos de deseo (aquí distinguiremos dos grandes categorías) no es menos cierto que la palabra “emoción” conlleva en su esencia un vasto depósito de energía accesible a todo el ser. Por eso, en esta analogía, el caballo representa las emociones: es él el que posee la energía necesaria para tirar del carruaje. Así pues, es un elemento básico en la realización del viaje. 
¿Cómo se utilizan las emociones? Ésa es una pregunta importante, fundamental. A lo largo del libro iremos descubriendo, entre otras cosas, el arte de utilizar el inmenso depósito emocional, porque el buen gobierno de las emociones requiere gran maestría… 

La mente, el cochero  
La mente es la sede de los procesos del pensamiento. Podemos distinguir en ella dos aspectos del ser humano, ambos muy complejos. Gracias al desarrollo de su inteligencia, las funciones del cochero son en principio, las siguientes: 
1. transmitir a su amo y señor las informaciones procedentes del exterior, 
2. entender sus directrices en respuesta a las informaciones recibidas, 
3. ser capaz de dominar el caballo y llevarlo en la dirección que el amo le haya indicado en su respuesta, y 
4. cuidar con eficacia del carruaje. 

Así pues, resulta fácil comprender hasta qué punto es importante el papel de la mente, no sólo porque es el vínculo entre el Ser superior y el ego sino porque, además, a través de ella el ego expresa en el mundo la voluntad del señor, el Maestro interior. 
Subrayemos que esta analogía pone de relieve un elemento importante relativo a las emociones, y es que el comportamiento del caballo depende sobre todo del modo en que  sea dirigido por el cochero. Eso significa que los diversos estados emocionales dependen en gran parte de los pensamientos y no de lo que ocurre en el exterior, como acostumbramos a creer. 

• La esencia del ser, el alma, el señor  
La filosofía materialista no acepta la esencia del ser humano, niega que exista. Pero todas las tradiciones y la propia experiencia de la vida nos recuerdan que, aunque es evidente que tenemos cuerpo físico, emociones y pensamientos, también es evidente que somos algo muy distinto. Los nombres que se atribuyen a esa parte esencial del ser son tan diversos como las culturas. La nuestra, la judeocristiana, la denomina “alma”. A lo largo del libro utilizaremos a veces esa palabra, que nos resulta familiar, pero no en el sentido religioso (que en su grado más elevado lo incluye), sino en el de “esencia”, como cuando se habla del “alma de las cosas”. Otras veces utilizaremos el término “Ser”, que es lo que somos en realidad. 

En ese modelo se considera que el “Ser” o el alma, que iremos descubriendo poco a poco con mayor precisión, es el aspecto del ser humano portador de las más elevadas cualidades del corazón y del espíritu que puedan concebirse. Y aunque el concepto resulte ahora un tanto vago, veremos más adelante que el contacto consciente con la verdadera fuente de ese potencial puede llegar a convertirse en algo muy concreto. 

A lo largo de esta obra podremos constatar que los recientes descubrimientos de la ciencia están empezando a revelar la posibilidad de que exista esa parte del ser humano –sutil, ¡pero cuán activa y potente!- , así como la pertinencia del modelo que hemos tomado como punto de partida.