Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

7 de octubre de 2019

La vida nos pertenece



¿La vida nos pertenece?

Es frecuente encontrarme a muchas personas que consideran que su vida les pertenece en propiedad. Tienen razones para ello. Por un lado, nos hemos visto lanzados a existir sin ser preguntados y como nos movemos en estos parámetros espacio temporales siendo seres humanos, únicos e irrepetibles, concluimos que la vida es una posesión más, la más preciada de todas las que tenemos. Además, en general, cada uno es responsable de sus actos, de cómo cuida de su salud, de su tiempo disponible, de cómo trata a los demás y no queda más opción diariamente que decidir en qué y cómo volcamos nuestras energías. Desde este modo de ver las cosas decimos que hay que aprovechar el momento, que es importante realizarse como persona, cumplir los propios objetivos y cuando avanza el tiempo se experimenta aquello de «cualquiera tiempo pasado fue mejor».


Todo eso es cierto en parte, pero está incompleto. En realidad, la vida no es nuestra, no tenemos título que acredite la propiedad sobre la misma. De hecho, la manejamos sólo unos pocos años de todos los que realmente dura en la Tierra. Ni en la niñez, ni muchas veces en la vejez podemos hacer uso de nuestra presunta propiedad a voluntad. No decidimos las fechas de nacimiento y muerte. Somos un misterio para nosotros mismos y para los demás, que se nos va revelando a sorbitos mientras vivimos.

El verdadero y último autor de la vida es Dios, su legítimo propietario. De todas las vidas que recorren la Historia. Principio y fin de todo lo que existe. La vida de cada uno es dada, es una tenencia, un préstamo, una prenda de lo que será la Vida. Y esta realidad presente, que es todo lo que tenemos, no se trasciende a sí misma, no se da a sí misma significado. Dios ha planteado la vida desde la confianza infinita en nuestra libertad. Por eso puedes ponerte un tatuaje, acercarte a la orilla del mar o ayudar a cargar las bolsas de la compra, pero nada es realmente nuestro. Ni nosotros mismos. Ni la vida que nace en nosotros. Mucho está en nuestras manos, pero todo es de Dios. Por eso también podemos afirmar que «lo mejor está siempre por llegar», porque, finalmente, la vida depende de Dios.