Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

9 de octubre de 2015

Reflexión sobre El Cambray

Guatemala llora y se lamenta
Angel García-Zamorano

 El día 1 de octubre, en horas de la noche, un cerro colapsó y se formó un alud que con violencia y estrépito sepultó 125 viviendas en la aldea El Cambray II (Sta. Catarina Pinula). Se calcula que en ellas habitaban unas 700 personas. Nadie lo sabrá nunca exactamente porque familias enteras desaparecieron y no quedó nadie para decir cuántos miembros la formaban. Son los que en la improvisada morgue figuran como “desconocidos”.
Lo primero que rompió el silencio en aquella trágica noche fueron los gritos de dolor y rabia de los sobrevivientes y familiares de las víctimas. Lloraban afligidos a sus seres queridos y vecinos, con quienes habían compartido su vida dura y sus esperanzas de un futuro mejor.

Y después, mucho después, se oyeron muchos lamentos de una población indiferente al dolor ajeno, sin sensibilidad, exclusivista. Quizá alguien diga que esto es exagerado, que toda Guatemala se ha conmovido y se ha solidarizado con las víctimas. Es cierto. Pero es que los lamentos siempre llegan tarde y de nada sirven. En vez de lamentos, ¿no estaría mucho mejor un poco más de sentido social para evitar estas tragedias; que la inmensa riqueza que genera este país, tan bendecido por la naturaleza, estuviera mínimamente distribuida para evitar estas catástrofes? ¿No es contradictorio lamentarse y estar al mismo tiempo pensando en ampliar los graneros, mientras a otros ni siquiera les llegan las migajas de la mesa?

¡Qué ironías ocurren! La Municipalidad de Santa Catarina Pinula ha ofrecido ataúdes para enterrar a las víctimas que van apareciendo debajo de toneladas de tierra. ¿No hubiera estado mejor que en vez de ofrecer ataúdes para enterrar a los muertos, ofreciera aquello que impida entierros colectivos? Y la bandera nacional tiene que estar ondeando a media asta durante tres días en señal de duelo. ¿Por qué guardar luto cuando ha sido la misma sociedad la que ha condenado a morir a los habitantes de El Cambray? ¿Será que hay que desplegar banderas para ocultar la culpabilidad detrás de ellas? ¿Por qué lamentar a los muertos quienes les han condenado a morir antes de tiempo?

Los lamentos no sirven de nada. Las lágrimas son expresión del dolor por los muertos y desaparecidos. ¿Será bueno juntar lágrimas y lamentos? Las lágrimas brotan por el dolor sufrido y la dignidad herida. Los lamentos, de ordinario, de la insensibilidad que, como cualquier emoción, desaparece pronto para dejar lugar a otros lamentos inútiles.
Mientras tanto, los pobres siguen socorriendo a los pobres haciendo llegar a los sobrevivientes ropa, comida, los centavitos de la viuda del evangelio para que a alguno de los sobrevivientes le sirvan para rehacer su vida. Pero nada de esto puede evitar otra tragedia semejante. ¿Dónde están los que pueden realmente resolver el problema? Desaparecidos, pero no bajo tierra.

Los relatos de los sobrevivientes y familiares de las víctimas, rompen el alma. Familias de 18 miembros en la que solo quedó el abuelito; la hermana de 10 más llorando la pérdida de sus hermanos y a sus papás. Niños que se han quedado solos y que irán a engrosar los “niños de la calle”.

Y escenas que hablan más que los relatos, como la de quien logró recuperar de su vivienda desaparecida un gran Cristo negro de Esquipulas y lo sacaba a las espaldas entre la arena desprendida de la montaña. Es el símbolo de la cruz que han tenido que llevar sobre sus hombros los vecinos del Cambray, a la que Jesucristo también une la suya, como expresión de la gran injusticia social que se está cometiendo contra ellos y está condenando a muchos a la muerte, como le ocurrió a él; es manifestación de que Jesucristo ha querido hacerse presente en el lugar de la tragedia para juntar sus gritos y sus lágrimas en la cruz, con los de la aldea El Cambray.

Este signo está condenando el pecado de una sociedad dividida, que margina, ajena a las tragedias que se van sucediendo cada día y otras de vez en cuando. Pero a las de cada día, niños con hambre, pilotos de camionetas asesinados, extorsiones originadas por el hambre y la pobreza, ya estamos acostumbrados. Ha tenido que venir esta catástrofe para ver si reaccionamos. ¿Lo haremos?