Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

4 de agosto de 2017

BLIN 15-16





15.-  La princesa y el delfín

Aquel barco era lo que los hombres llaman un mercante. No llevaba viajeros ni iba a pescar. Solamente iba cargado de grandes cajas, paquetes, sacos, fardos, etc., que llevaba a los puertos de diversas ciudades y países.
Yo no sabía dónde íbamos. Navegábamos. El puerto se quedaba a lo lejos, se perdía de vista, y pronto nos vimos rodeados de agua por todas partes.
Tardamos varios días en llegar al lugar de destino. Mientras tanto, la vida a bordo se hacía monótona y pesada. Es muy aburrida la jornada en un barco mercante. Quería distraerme y no tenía con quién. Los marineros también tenían cara de aburridos. Aprovechando el buen tiempo, se sentaban en cubierta sobre los rollos de cuerda o encima de las cajas y fumaban, charlaban y jugaban a los naipes.

De cuando en cuando, el capitán y Bernabé miraban a lo lejos por unos pequeños y
gruesos tubos negros que llaman prismáticos y daban órdenes a Paco, el timonel.
Sebastián se pasaba mucho rato en la cocina preparando la comida en unas grandes perolas. También había un marinero muy aficionado a la pesca.


En los momentos de descanso, el capitán se sentaba conmigo en la popa. Y para distraerse cantaba y cantaba con su voz de contrabajo.
El barco acusaba el vaivén de las olas y yo tenía un poco de miedo de perder el equilibrio y caer al mar. Como los peces no saben tocar la guitarra... Aunque tengo oído que hay peces a quienes les gusta la música. ¿Será verdad o una fantasía?
En todo el viaje no tuve otra distracción que mirar al cielo y al mar. Me atraía más el mar, porque a ambos lados del barco se veían unos peces que nos acompañaban en la navegación. A veces saltaban fuera del agua y volvían a caer y a hundirse entre las olas. Parecía que jugaban con el agua.
Cierta tarde en que el capitán y Bernabé charlaban apoyados en la barandilla de popa, de repente, Bernabé se quedó mirando fijamente al mar con una atención extraña. Aquella tarde se veían muchos más peces que de ordinario. Bernabé los contemplaba con una fijeza rara, distraído, muy preocupado y como quien busca algo con insistencia.
   ¿Qué pasa con los delfines? — preguntó intrigado el capitán.
   Estoy buscando a "Constantino"  — respondió Bernabé.
   Pero ¿qué dices, hombre?
Bernabé no contestó. Comenzó a gritar y a silbar como loco.
   ¡Ahí está! ¡Eh, "Constantino"] ¿No me ves? ¡Que estoy aquí!
Y comenzó a silbar de una manera especial.
Y entre todos los delfines uno dio un salto tan grande que Bernabé pudo pasarle la mano por el lomo, acariciándole. Este salto lo repitió otras dos veces. Este delfín se distinguía de todos los otros porque tenía una mancha blanca en un costado y unas señales, como cicatrices, en el lomo.
También el delfín silbaba al modo de Bernabé y así los dos pasaron un rato hablando y comunicándose a su manera.



En esto Bernabé hizo una señal al delfín; fue a toda prisa a su camarote y al momento volvió a cubierta en traje de baño. Llevaba en sus manos un arpón.
Al verle en esta indumentaria, el capitán exclamó:
   ¡Eh! Bernabé, ¿qué vas a hacer?
No pudo contestar, porque de un salto se echó al agua al lado de su amigo "Constantino".
Bernabé se puso a caballo sobre e! delfín y se alejaron del barco dando saltos por encima de las olas. A veces sólo se veía el arpón de Bernabé, porque las olas les cubrían por completo.
El capitán, todo nervioso, ordenó parar las máquinas. Nadie sabía qué hacer y todos estaban intrigados. De cuando en cuando se veía a Bernabé a lo lejos. Nos saludaba levantando el arpón.
Buen rato duró este juego. El capitán y los marineros hacían mil conjeturas sobre lo sucedido cuando vieron llegar a Bernabé, siempre a caballo sobre el delfín "Constantino". Al acercarse al barco, los marineros le echaron una escala y Bernabé subió a bordo. En la mano derecha traía el arpón con cinco hermosos peces atravesados, todavía coleando.
   Bueno, hombre, bueno; ¿dónde te has echado ese amigo? Nos tienes intrigados.
Todos los marineros rodeaban a Bernabé, esperando que les contara todo aquello tan extraño.
   En seguida — dijo Bernabé —. Pero ahora déjenme descansar un rato.
Y mientras las máquinas del barco se ponían de nuevo en movimiento, Bernabé se fue a popa para decir adiós a su amigo.

El delfín "Constantino" dio unos saltos de despedida y se alejó de nosotros a gran velocidad.

16.- La historia de "Constantino

El capitán y los marineros, sentados en rollos de cuerda, en cajas, en el suelo, escucharon atentamente el relato de Bernabé.
"Mi padre era pescador, y yo, de pequeño, pasaba horas y horas en la playa.
Un día jugábamos varios amigos con un balón de colores en la arena. Uno de nosotros, que estaba más cerca del agua, dio un grito y todos salimos corriendo tierra adentro. Nuestro compañero decía que había visto un monstruo llegar a la orilla.
Nos detuvimos un poco más lejos y miramos hacia atrás. En la playa, en el mismo sitio donde jugábamos, había un gran pez que coleaba y se removía como queriendo volver al agua. Nos acercamos otra vez. Era un delfín aún jovencillo con una mancha blanca en el costado.


Por lo visto, se había acercado demasiado a la orilla y al retirarse de pronto las olas, se había quedado en la arena sin poderse mover. Nos dio pena y todos los amigos juntos intentamos empujarle hacia el mar. Podéis imaginar lo que era para nosotros mover un
bicho de 300 kilos. Yo gritaba:
¡Una, dos y tres! ¡Aaup! Otra vez. Una, dos y tres. ¡Aaup...!
Y todos empujábamos al mismo tiempo. El delfín se movía un poquito, pero cada vez daba más señales de asfixia. Aumentamos nuestros esfuerzos y una ola más grande vino en nuestra ayuda. Cuando no lo esperábamos, el pobre animal se encontró otra vez en el mar arrastrado por la ola. Allí empezó a dar saltos y a ir y venir cerca de nosotros, como si quisiera darnos las gracias.
Alguien tuvo la ¡dea de echarle el balón de colores y él nos lo devolvió de un golpe con su morro puntiagudo. Después de jugar así un rato, se despidió de nosotros con unos aleteos, saltos y hasta silbidos extraños.
   ¿Y ése era el delfín "Constantino"? — preguntó uno de los marineros.
   Ten paciencia y espera, que no termina todo aquí.
"Cuando yo empecé a navegar iba de grumete en el barco de cabotaje de mi padre. Un día el barco estaba anclado a la entrada de un puerto del Sur. Yo me divertía tirándome al agua y buceando cerca de nuestro barco. Una de las veces que me había alejado un poco, nadando, oí gritos.
En el barco, un marinero me hacía señas y daba voces que no entendía. Todo lo comprendí cuando miré hacia delante y vi una aleta que yo conocía muy bien.
La aleta oscura, en forma de triángulo, de los tiburones. Estaba a pocos metros de mí y venía rápido como una bala. El susto no me dejó huir. Pero cuando el tiburón estaba a menos de un metro de mí, otra aleta que se acercó por mi izquierda, se le puso delante. Yo no pude ver más por entonces y nadé a toda prisa al barco. Desde allí miré.


En el agua había un remolino enorme. Dos cuerpos grandes y oscuros saltaban, se revolvían, se peleaban. Uno sobre todo salía completamente fuera del agua y volvía a caer dando coletazos y abriendo una boca que dejaba ver agudos dientes. Aquello era más emocionante que cualquier combate de boxeo. No duró mucho.
A los diez minutos, el cuerpo del tiburón flotaba panza arriba en el agua y el otro pez se acercaba hacia nosotros. Tenía el cuerpo lleno de heridas y una mancha blanca en un costado. Yo me puse a gritar, a dar saltos y a echar al delfín los peces más gordos que acabábamos de pescar.
El losagarraba en el aire y me daba las gracias con sus zambullidas, sus idas y venidas y hasta con unos silbidos característicos.
Después nos hemos visto muchas veces. Yo he ido aprendiendo a imitar su lenguaje. Los sabios dicen que él ¡mita también el lenguaje de los hombres, pero mucho más de prisa. A veces nos vamos juntos de pesca o de excursión. Es tan listo que siempre se entera cuándo salgo a navegar y dónde voy."
   Y ¿por qué a ese delfín le llamas "Constantino"? — preguntó Paco, el timonel.
   Pues ¿cómo quieres que le llame?
   No sé; pero podías llamarle "Coquito", "Pinchito", "Cu-qui", ¡qué sé yo! De muchos otros modos.


     ¿Tú le has visto hoy...? ¿Y no te has dado cuenta de que tiene cara de llamarse "Constantino"?
      ¡Hombre...!
    —   Además — dijo sonriendo Bernabé
   —, mi amigo, el primero que le vio, cuando se puso a gritar angustiado, llamaba a su hermano mayor:


 ¡Constantinoooo! ¡Constantinoooo! Y por eso...
   ¡Ah!, bueno — dijeron todos.