Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

23 de abril de 2022

Evangelio domingo 24 de abril. (Juan 20, 19-31)

 

NO SEAS INCRÉDULO

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.



Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas se puso en medio de ellos y dijo:

Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente.

Contestó Tomás:

¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

¿Porqué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para qué, creyendo, tengáis vida en su Nombre (Juan 20, 19-31 )

 

ALEGRÍA Y PAZ

No les resultaba fácil a los discípulos expresar lo que estaban viviendo. Los discípulos se encuentran con el que los ha llamado y al que han abandonado. Las mujeres abrazan al que ha defendido su dignidad y las ha acogido como amigas.

Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a él.

Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Pero Jesús, el Señor, está con ellos, lleno de vida para siempre.

Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. El Resucitado despierta en ellos alegría y paz.

¿Dónde está hoy esa alegría en una Iglesia a veces tan cansada, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor y humildad para reconocer sin problemas sus errores y limitaciones?

¿Dónde está esa paz en una Iglesia tan llena de miedos, tan obsesionada por sus propios problemas, buscando tanta veces su propia defensa antes que la felicidad de la gente?

¿Hasta cuando podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de <<vivir en Cristo>>?

Y, si falta la alegría que brota de él ¿quién va a enseñar a creer de manera más viva, quién va a contagiar esperanza a los que sufren?

VIVIR DE SU PRESENCIA

El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Solo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.

La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen en un nivel profundo. Con frecuencia la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada que una experiencia vivida.

Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos.

Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente habitada por esa presencia invisible, pero real y operante, de Cristo resucitado. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el evangelio de Jesús.

Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo <<lo mandado>>, sin alegría ni convicción.

Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.

ABRIR LAS PUERTAS

Sin su presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven <<en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos>>.

Con las <<puertas cerradas>> no se puede escuchar lo que sucede fuera. No es posible captar la acción del Espíritu en el mundo.

Una Iglesia sin capacidad de dialogar es una tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.

El <<miedo>> puede paralizar la evangelización. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo. Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su Buena Noticia?

Si vivimos con las puertas cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar las ovejas perdidas? ¿Quién se atreverá a tocar a algún leproso excluido? ¿Quién se sentará a la mesa con pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a los olvidados por la religión?

Nuestra primera tarea es dejar entrar al Resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro de nuestras iglesias, grupos y comunidades.

Somos frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos al aliento del Resucitado para acoger su Espíritu Santo.

NO SEAS INCRÉDULO, SINO CREYENTE

<<No seas incrédulo sino creyente>>. Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: <<Señor mío y Dios mío>>

A lo largo de estos años hemos cambiado mucho por dentro. Cada uno hemos de decidir como queremos vivir y como queremos morir.

Tal vez necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos <<a tientas>>.

¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo?

No hemos de olvidar que una persona que desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada cual para ofrecernos su salvación.

RECORRIDO HACIA LA FE

Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar se lo comunican llenos de alegría: <<Hemos visto al Señor>>.

Este discípulo, que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Inmediatamente se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen  para él nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad.

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: <<Señor mío y Dios mío>>. Nadie a confesado así a Jesús.

Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. <<Dichosos los que crean sin haber visto>>.

 

José Antonio Pagola