11
de octubre de 2023
Comenzamos nuestro
Círculo de Silencio con un GRITO FUERTE. Vamos a gritar fuerte con nuestro
silencio. Vamos a clamar en forma muda nuestro dolor compartido por aquellos
MIGRANTES Y REFUGIADOS que sufren, a fin de que llegue hasta los oídos del
interior de muchos corazones.
Seamos nosotros quienes
lancemos una piedra al lago, para que los círculos que se producen en su
superficie vayan haciéndose más y más grandes, hasta convertirse en un gran
círculo de amor. Que nuestra voz en el silencio resuene en el Hierro, en
Tafeghaghte y en Bruselas.
El Hierro, una islita de apenas 270 Km 2 y 11.000 habitantes, ¿o quizás en estos tiempos sean muchos más? Todos somos conscientes de la enorme preocupación que sus moradores sienten al verse desbordados en las instalaciones y servicios por la llegada de migrantes, de su incapacidad de poder atender por sí solos a un número de personas que multiplican la población, y de que es preciso actuar. ¿Pero quiénes y cuántos piensan en los que llegaron? ¿Quiénes reparan en sus miedos, en su dolor, en su incertidumbre o en su hambre? ¿Es qué acaso no son personas? ¿Dónde está el alma que da cobijo al desamparado que huye de la miseria y de la muerte? Por mera cuestión de empatía, pensemos en lo que pueden sentir esos hombres, esas mujeres, esos niños asustados y desorientados. Ofrezcamos algo más de nosotros que no sea solamente nuestra espalda. Una hormiga puede ser muy pequeña y frágil, pero juntas, son capaces de levantar el mundo. Por eso, únicamente hace falta que te pares delante de una de esas personas, la mires a los ojos, y el silencio de esa mirada te dirá cual es el camino a seguir.
Tafeghaghte, una
pequeña aldea del sur de Marruecos que ya no existe, porque la corteza
terrestre se la tragó en un temblor colosal. Destruyó sus casas convirtiéndolas
en tumbas. Sembró el caos en una tierra ya de por sí sufrida y dura, condenando
el futuro de los que pudieron salvarse. ¿Podemos entender que estas personas
tengan que mirar entonces hacia a un horizonte más allá de unas limosnas que
puedan recoger de sus autoridades en forma de algunos dírhams con los que comer
algo un día más, aguantar un día más, sobrevivir un día más...?.
Cuando tu casa ya no
existe, cuando tus seres queridos yacen bajo la tierra, cuando tu medio de vida
y de subsistencia es cosa del pasado, ¿podríamos entender su decisión de
emprender un camino que, aunque pueda conducirles a la muerte, sea su única
elección antes que dejarse la vida lentamente en una tierra con el futuro
apagado? ¿Podemos darnos cuenta que en este preciso momento, a la hora de leer
estas líneas, cientos o miles de personas arañan las olas del mar en frágiles
pateras en busca de la salvación de su destino?
Bruselas, gran urbe de
la tierra prometida, escucha la voz de nuestro silencio. Bruselas, que hasta ti
llegue el viento de amor que cabalga en el círculo que nació de una piedrecita
en el lago; que remueva el corazón y la conciencia de quienes tienen la
capacidad de apretar un botón, descolgar un teléfono o enviar un correo
electrónico para demostrarse ante sí mismos que también son seres humanos.
Solamente basta recordar que los padres, abuelos o bisabuelos de los europeos
que ahora ocupan despachos en la Unión, que deciden sobre las políticas de millones
de ciudadanos del “primer mundo”, fueron en su día quienes aprovechaban los
estupendos recursos naturales de esas tierras que ahora reclaman nuestra voz.
Fuimos a sus países a abastecernos de sus minerales, de la fertilidad de su
suelo, de la madera de sus bosques.
Levantamos líneas
rectas en los mapas para crear estados modernos sin reparar en que estábamos
dividiendo y amputando culturas ancestrales. Por ello, es moral y éticamente
sano y deseable prestar atención a este fenómeno migratorio de escala mundial.
Ayer fue el huracán que
azotó Libia, los terremotos en Marruecos y en Afganistán, el enésimo golpe de
estado en Níger, Malí o Burkina Faso, el avance de la sequía pertinaz en el
Sahel, o la extenuante e interminable guerra de Siria, pero mañana seguirá
habiendo mechas que prendan en las sociedades necesitadas y hambrientas la
espoleta que los conduzca hacia un mundo soñado y libre.
Pero lo importante
es... ¿Existirá ese mañana donde quepamos todos juntos?
Tú, que oyes nuestro
silencio desde la calle, desde tu casa, desde la pantalla de tu móvil; tú, que
duermes en una cama y puedes comer cada día; tú, que tienes en tu mano la
posibilidad de ser feliz, ¿te atreves a agacharte, tomar una pequeña piedra
para lanzarla al lago?.
En tus manos está
iniciar nuevos círculos de amor.
Amigos, comienza nuestro
TIEMPO DE SILENCIO. MESA DIOCESANA DE ATENCIONY ACOGIDA DE MIGRANTES Y REFUGIADOS DE CÁDIZ Y CEUTA.
Colaboración de Juan García de Paredes.