Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

2 de julio de 2015

UN GENOCIDIO CULTURAL


"EXTIRPAR EL INDIO DEL NIÑO"

CLAUDE LACAILLE, claudelacaille@cqocable.ca
CANADÁ.
ECLESALIA, 28/06/15

“La culpa más flagrante, de este histórico informe canadiense (1), se refiere al  trato que deparamos a las Primitivas Naciones que vivían aquí en el momento de su colonización. Un período inicial de relaciones de cooperación interdependientes basadas en normas de igualdad y de mutua dependencia (elocuentemente descriptas por John Raulston Saul en otro libro “A Fair Country”) fue reemplazado en el siglo XIX por un ethos de exclusión y de aniquilación cultural. Las primeras leyes les prohibían a los Indígenas abandonar las reservas  que les habían asignado. El hambre y las enfermedades de generalizaron. Se les negó el derecho al voto. Les fueron proscriptas las tradiciones religiosas y sociales tales como el “potlatch” (N. de T Potlatch, nombre de una ceremonia practicada por los pueblos indios de la costa del Pacífico en el noroeste de Norteamérica, tanto en los Estados Unidos
como en la provincia de la Columbia Británica de Canadá)  y la danza del sol. Les fueron quitados los hijos a sus padres y enviados a pensionados en los que se les prohibía hablar la lengua materna: se los obligaba a vestirse como los Blancos y ha observar prácticas religiosas cristianas. Sometidos también a menudo sexualmente. El objetivo era “extirpar al Indio en cada niño” y resolver así lo que John Macdonald describía como “el problema indígena” La indignidad no debía ser tolerada sino más bien eliminada. En palabras de moda en la época, se trataba de asimilarlos: en el idioma del siglo XXI lo llamaríamos un genocidio cultural. Siguiendo este informe, comprendemos que la política de asimilación era innoble y que el único camino a seguir actualmente es el del reconocimiento y la aceptación de valores diferentes, de tradiciones y de religiones de los descendientes de los primeros habitantes del territorio que llamamos Canadá”

Consideraciones de la muy Honorable Beverley Mc Lachlin, P,C, Jueza de Canadá en Toronto, el 28 de mayo de 2015 (traducidas por Claude Lacaille)

¡El Señor destruirá esas naciones!
Moisés dijo a los Israelitas: “El Señor vuestro Dios mismo marchará al frente de vosotros; exterminará a los que habitan del otro lado, para que vosotros podáis apropiaros del país. Y Josué será vuestro jefe, como lo ha dicho el Señor. El Señor destruirá esas naciones como destruyó a Sión y Og rey de los Amoritas y su país. Él los entregará a vuestro poder y vosotros las trataréis como yo os he ordenado. Sed fuertes y valientes, no tembléis de miedo ante ellos porque el Señor, vuestro Dios, marchará junto a vosotros sin abandonaros jamás” Luego Moisés llamó a Josué y en presencia de todos los israelitas le dijo: “¡Se valiente y fuerte!  Eres tú quién conducirá a los israelitas al país que el Señor le prometió a nuestros antepasados, eres tú quién lo repartirá entre ellos. El Señor marchará delante de ti, estará contigo sin abandonarte jamás. No tengas pues miedo y no te dejes abatir” (Deuteronomio 31, 1-8)

Josué conquistó todo el país: la región montañosa, la región meridional, la región de Gochen, el País Bajo, el valle del Jordán como también las regiones montañosas y las llanuras del norte. Venció y mató a los reyes de los territorios situados entre la montaña desnuda próxima al Seir, al sur y Baal-Gad en el valle del Líbano, al pié del monte Hermon, al norte. La guerra que mantuvo duró largo tiempo. Solo los Hivitas que residían en Gabaon firmaron la paz con los israelitas. Hubiera sido necesario que los mataran sin piedad y los exterminaran completamente como el Señor le había ordenado a Moisés En ese tiempo, Josué fue a luchar contra los anaquitas que vivían en las montañas, en Hebron, Debir, Anab y en todas las regiones montañosas de Juda y de Israel. Los exterminó y destruyó totalmente sus ciudades. No quedaron más anaquitas en el país de Israel, solo subsistieron en Gaza, Gath y Asdod. Así Josué conquistó todo el país como el Señor le había ordenado a Moisés luego lo distribuyó entre los israelitas dividiéndolo entre las diferentes tribus. Entonces el pueblo descansó de la guerra. (Josué 11, 16-23)

La interpretación de la Biblia no es siempre “Palabra de Dios”; se pone a menudo al servicio de nuestros proyectos políticos o económicos no demasiado católicos.  Las narraciones bíblicas de la conquista de Canaan han servido de justificación de la bárbara y cruel invasión de los europeos a América y ha contribuido al genocidio físico y cultural de las Naciones Primitivas.
Los autores del libro de Josué describen la conquista como si el pueblo de Israel, unificado y organizado en doce tribus, hubiera llegado de Egipto como un ejército organizado para invadir la tierra de Canaan, combatir, eliminar a todos sus habitantes y apropiarse de la tierra que su dios les había prometido. El ejército israelí, bajo las órdenes de Josué, habría practicado una política de tierra arrasada, eliminando físicamente, ciudades, pueblos y habitantes de ese territorio dejándole el campo libre al pueblo elegido por Dios.

Sabemos que nunca pasó eso. El libro de los Jueces que sigue al de Josué nos describe una situación muy diferente: varias tribus se habrían conformado en ese territorio, otras habrían ido inmigrando progresivamente sin jamás ocuparlas en exclusividad, de diferentes formas, en medio de eternos conflictos, aliándose a veces con los vecinos y adoptando muchas veces, sus religiones. El territorio descripto en el comienzo del libro de Josué se refiere en efecto las fronteras de Israel a fines del reinado de David: “Del sur al norte vuestro territorio se extenderá desde el desierto hasta las montañas del Líbano. De este a oeste, desde el gran río Eufrates hasta el mar Mediterráneo, incluyendo el país de los Hititas.(Josué 1,4) Aún así ese gran Israel de David fue también una idealización: ese llamado famoso reino no se halla mencionado jamás en los anales extranjeros y el nombre de David tampoco aparece en los documentos de los pueblos vecinos. David fue un señor de la guerra, un “apiru” (2) como tantas decenas de ellos como había en la época. Las epopeyas tienden a idealizar el pasado.

¿Por qué entonces presentarnos a Josué como un conquistador todopoderoso que conduce al pueblo como a  un ejército bajo las órdenes de Dios? Los libros del Antiguo Testamento  fueron escritos solo muy tardíamente en la historia del pueblo de Israel. Las investigaciones bíblicas nos permiten descubrir una importante revisión de las tradiciones bíblicas en ocasión de la crisis provocada por la destrucción por Nabucodonosor, en 587 A.C., de Jerusalem y el exilio de las élites políticas y religiosas en Babilonia y la pérdida de soberanía del pequeño reino de Judá ¿Por qué habría permitido Dios tal humillación? ¿Por qué habría roto la alianza con su pueblo? Los autores deuteronomistas  han reescrito  y unificado las tradiciones bíblicas antes, durante y después del exilio, con el objeto de reconvertir a los israelitas a la Torá de Moisés. Según esos reformadores, la infidelidad hacia Dios, la idolatría, el alejamiento de la religión era la causa de esta situación; era necesario volver a la observancia de las leyes divinas y reconquistar el país perdido. Josué entonces se convertía en el héroe, en el inspirador de esa reconquista del reino de David que Dios apoyaría cuando los israelitas regresaran a la tierra prometida.

Ahora bien, esos relatos sobre Israel conquistando Canáa  y destruyendo sus poblaciones autóctonas sirvieron de inspiración a los europeos que invadieron las Américas a partir de 1492. Fue primero el catolicismo español el que invadió el nuevo continente y la importante presencia eclesiástica junto  a los conquistadores servía  a la legitimación de la conquista. Se tomaba posesión de las tierras plantando una cruz y celebrando una misa. El Papa (representante de Cristo y Señor del mundo entero) otorgaba directamente los títulos de propiedad, a través de bulas que dividían el nuevo continente entre los reinos de España y Portugal. La Iglesia, Biblia en mano, legalizaba así la invasión de un territorio extranjero por parte de una potencia imperial y consecuentemente las masacres de su población (El mayor genocidio conocido de la historia estimado en 70 millones de muertos durante los 50 primeros años de la invasión de América) A continuación la evangelización servía para despojar de sus tierras a las naciones autóctonas para entregárselas a los españoles y reducir a la esclavitud a las poblaciones supérstites.

He aquí un ejemplo de cómo se interpretaba el evangelio de Marcos. “ Vayan al mundo entero a anunciar la Buena Nueva a todos los seres humanos” (Mc 16,15) “Id e imponed la religión, ampliad la civilización de la unidad española  en todo el nuevo mundo, bautizándolos por la fuerza de la espada y en nombre de la Trinidad, sometiéndolos a la esclavitud y  a la explotación, enseñándoles a obedecer fielmente a la metrópolis y veréis que Fernando e Isabel estarán junto a ustedes hasta el final de los tiempos” (3) Los textos bíblicos fueron utilizados para legitimar la conquista y condenar las autóctonas culturas idolátricas. “Los conquistadores europeos se inspiraron en las mismas estrategias bélicas que los hebreos. Los curas europeos fueron los directamente responsables de la interpretación de la Biblia y de difundir la espiritualidad beligerante que inspiró la invasión armada de nuestras naciones. Moisés, Josué y sus curas por intermediación de “Yavé, el Dios de los Ejércitos” dictaron las instrucciones precisas sobre el modo como se debía conducir militarmente la guerra para apropiarse de las tierras de Canaán…” (4)

En Canadá, la deplorable situación de los pueblos autóctonos y el ethos de la exclusión y del aniquilamiento cultural recibió el apoyo de las Iglesias cristianas que contribuyeron activamente  a extirpar al Indio de los niños en los pensionados. La divisa de Canadá “A marin usque ad mare” en latín y en español “Desde un océano hasta el otro” fue propuesta por el pastor presbiteriano George Monro Grant en la época de la Confederación. Una cita extraída del Salmo 72, versículo 8 que proclama  el poder del rey Salomón, consagrado por Dios para dominar el mundo: “¡Que sea el amo desde un mar hasta el otro y desde el Eufrates hasta el fin del mundo! Los habitantes del desierto se arrodillarán ante él, sus enemigos morderán el polvo…Todos los reyes se inclinarán ante él, se le someterán todas las naciones” En la época en que no se ponía el sol en el Imperio británico de Victoria, esta divisa expresaba claramente la empresa de la dominación colonial. Los enemigos, los primeros habitantes del territorio conquistado iban a morder el polvo. Como corolario de este terrible informe sobre el genocidio cultural cometido por Canadá, una de las recomendaciones pide a la Iglesia católica pedirle perdón a los sobrevivientes.

Le pedimos al Papa que pida perdón, en nombre de la Iglesia católica romana, a los supervivientes, a sus familias como así también a las colectividades correspondientes por los malos tratos en los planos espiritual, cultural, emocional, físico y sexual que han sufrido los niños de las Naciones Primitivas, de los Inuis y de los Métis en los pensionados dirigidos por la Iglesia católica. Pedimos que esas disculpas sean similares a las expresadas en 2010 a los irlandeses que habían sido víctimas de malos tratos y que le sean presentadas por el Papa a Canadá en el término de un año. (Recomendación 58 de la Comisión Verdad y Reconciliación)

¡Así sea!

* Traducción de Susana Merino, suemerino@gmail.com
* Entre 1965 y 1986, Claude Lacaille, misionero de Québec, fue en tres países marcados por la opresión y la pobreza, Haiti, Ecuador y Chile testigo privilegiado de una época turbulenta y acaba de publicar, en francés y en inglés,  un libro titulado “En misión en la tormenta de las dictaduras”, un testimonio de sus veinte años transcurridos en América Latina
Notas:
  1. Informe final de la Comisión Verdad y Reconciliación, junio 2015.
  2. Apiru: o Habiru fue el nombre dado por varias fuentes sumerias, egipcias, acadias, hititas, mitanias, y ugaríticas (datadas, aproximadamente, desde antes de 2000 a.C. hasta alrededor de 1200 a.C.) a un grupo de gentes que vivían en las áreas de Mesopotamia nororiental y el Creciente Fértil desde las fronteras de Egipto en Canaán hasta Persia. Dependiendo de fuente y época, los habiru son descriptos variadamente como nómadas o seminómadas, generalmente como trabajadores migrantes, ocasionalmente como mercenarios, eventualmente sirvientes o incluso esclavos, aunque también como gente rebelde
  3. Las dos notas siguientes han sido extraídas de la revista de interpretación bíblica latino-americana RIBLA, número 26 “La palabra se hizo india” en un artículo de Humberto Ramos Salazar, titulado Biblia y Cultura, 1997 Prien, Hans-Jürgen, La historia del cristianismo en América latina, Salamanca, Ed. Sígueme, 1985, pág. 815.
  4. Guachalla, Alejandro, Mitos andinos y la teología de los invasores, en RIBLA numero 26, La palabra se hizo india, pág. 12.