Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

17 de noviembre de 2018

Difuntos, no. Vivos

DIFUNTOS, NO. VIVOS. TE DOY MI CUERPO POR UN EURO
Written by Faustino Vilabrille

No creo en las oraciones, ni en las misas, ni en el purgatorio ni en ese Dios que espera que le llegue una oración o una Misa para sacar a alguien de ese lugar de sufrimiento que no puede existir, porque es contrario al Dios Verdadero. Por eso rezar por los difuntos es una ofensa a Dios. Porque ni ellos ni Dios nos piden oraciones, ni misas por los “difuntos”, pues están en sus manos. Eso es un “negocio” que hemos inventado nosotros, pues Jesús dice: “deja a los muertos enterrar a sus muertos: tu vete a anunciar el Reino de Dios” (Evangelio de Lucas 9,60).

Por el contrario, sí que nos piden a gritos que: pongamos pan en la boca del hambrien to, agua en la lengua del sediento, ropa en el cuerpo del que tiene frío, cuidado en el que está enfermo, acogida en el inmigrante, compañía en el encarcelado; que pongamos justicia donde hay injusticia, igualdad donde hay desigualdad, amor donde hay odio, aprecio donde hay desprecio, vida donde hay muerte, paz donde hay guerra, cercanía donde hay lejanía, perdón donde hay odio, vida donde hay muerte, pan donde hay hambre, agua donde hay sed, salud donde hay enfermedad, abrigo donde hay frío, alegría donde hay tristeza, compañía donde hay soledad, rescate donde hay esclavitud, como los miles y miles de niñas que salen a venderse a las playas de Kenia y dicen a los turistas: “te doy mi cuerpo por un euro”, o las mujeres de los barrios de Kigali, Ruanda, por 0,30 euros. Causa: la pobreza, hambre eterna para ellas. ¿Quiénes son los del euro?


¿Difuntos? No, Vivos para siempre
La vida se nos da y la merecemos dándola: Rabindranath Tagore
Nos hacemos la vida más agradable haciéndola agradable a los demás: Albert Ginon
“Nada perece en el Universo: cuanto en él acontece no pasa de meras transformaciones; la vida empieza, pero no termina nunca, tan solo cambia”: Pitágoras.
Tu lucha por el bien, tu compromiso con la vida, el amor y la felicidad, repercuten en el universo entero. El valor de lo que hagamos bien, irá para siempre con nosotros.

La idea de inmortalidad y el ansia de vivir para siempre, atraviesan toda la historia de la humanidad y la naturaleza. Una sed tan grande no puede quedar sin agua.

El día de todos los santos multitud de personas se acercan a los cementerios a llevar flores, lo que puede significar que seguimos recordando y queriendo a quienes han partido de este mundo, o que tenemos fe en la vida más allá de esta vida, o las dos cosas.

Personalmente pienso que solo tiene verdadero valor creer que hay vida más allá de la vida. Si no es así, lo demás no pasa de ser un rito para consuelo de ingenuos.

Por experiencia y los conocimientos más elementales de la física, sabemos que todo se transforma, pero nada desaparece. Todo está, de la forma que sea, en algún sitio. También tenemos muy claro que todo lo que vive quiere vivir, y mientras tiene capacidad para hacerlo, así lo hace.

Hay un hecho evidente: millones de seres vivos, incluido el hombre, murieron a lo largo de la historia de la humanidad y mueren hoy a diario de forma terriblemente injusta a causa de las injusticias, del hambre, las guerras, el odio, la emigración, la violencia, la opresión, el mal trato, las torturas, la insolidaridad de unos seres humanos contra otros, los incendios, la violación de toda clase de derechos. Quemando un pequeño bosque destruimos más información genética que cabe en el ordenador o la biblioteca más grandes del mundo. ¿Es justo que todos esos seres humanos y toda esa vida queden muertos para siempre? ¿Es justo que quede tanta injusticia sin reparar? ¿No hace falta algo o alguien capaz de resarcir de tanto dolor y sufrimiento? Todo esto pide a gritos una res-puesta.
Supongamos que lleguemos a construir un mundo feliz, incluso hasta erradicar la muerte. Muy bien. Pero, ¿qué hacer con los que quedaron muertos para siempre? Ante esto nos vemos totalmente impotentes, incapaces, sin respuesta que ofrecerles. A este dramático problema, solo se enfrentó Jesucristo, con una respuesta, no solo inmanente pro- poniendo un proyecto de vida y salvación para este mundo (cosa que hicieron también en gran medida otros grandes hombres), sino también trascendente (esto es lo más original de Jesús), vinculando la lucha por la vida en este mundo con la vida para siempre, o vida eterna: “vine para que todos tengan vida, y vida en abundancia”, “quien cree en mí no morirá para siempre”.

Pero, ¿qué es creer en Jesús? No es solo aceptar que es verdadero lo que Él nos dijo, sino vivir lo que El practicó y enseñó. Por tanto, creer es ser justos, es amarnos, es hacernos felices, es ayudarnos, es apoyarnos, es respetarnos, es ser fieles, es ser nobles, es ser honrados, es ser solidarios, es luchar por ser iguales, es vivir y dar vida a todos y a todo, luchando apasionada y éticamente por la vida. Quien lo practica está creyendo. Quien está creyendo de esta manera vivirá para siempre, pues dice Jesús: “en verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna”.

Los difuntos ya no están en nuestras manos. Están todos en las manos de Dios, las mejores manos, seguro que sí. Pero, ¿y los que fueron unos criminales, perversos, genocidas, crueles hasta el mayor sadismo, como en el infierno de Mauthausen? Pues también están en las manos de Dios. ¿Están en la vida eterna? Tienen que acabar estando en ella, pues no vinieron a este mundo por su propia voluntad. ¿Cómo se las arregla Dios para darles la vida eterna? Eso es cosa de Él. Él sabrá cómo hacerlo, pues para eso es Dios. Juzgar ahí ya no es competencia nuestra. Competencia nuestra es juzgar en este mundo. ¿Cómo? Practicando la justicia, el amor, la fraternidad, la unidad, la solidaridad, la vida, la esperanza, la colaboración, la igualdad, la comprensión, el perdón y la a paz. Eso es lo que nos piden los hermanos que están en la otra orilla de la vida que hagamos los que aún estamos en esta orilla de vida. Al final tiene que haber plenitud para todos y para todo.

Por tanto, aunque tengamos pena por los que marchan, no vayamos a funerales y velatorios a llorar la muerte, sino a celebrar la vida, el triunfo, la felicidad. No vayamos a la iglesia o al cementerio a llorar aunque lloremos. Vayamos a dar gracias, por la vida del hermano vivo para siempre. Vayamos a perdonarle y pedirle perdón si nos quedó algún resentimiento porque no lo hemos tratado bien. Vayamos a rectificar lo que sabemos que estamos haciendo mal. Vayamos a comprometernos a ser mejores, amando más, siendo más justos, más hermanos, más amigos, más conciliadores y reconciliadores, más solidarios con los empobrecidos, más amables, más serviciales, más honrados, más generosos, más austeros en nuestras vidas para que haya lo suficiente para todos. Este es el mejor camino para una vida feliz para este mundo y para la vida eterna.

No hagamos oración ni demos misas por los difuntos: si Dios está esperando a que recemos o encarguemos una misa por ellos para darles le plenitud de la vida, ese Dios es cruel, no es misericordioso, no es ni humano. Eso del purgatorio es completamente absurdo: si Dios está esperando a recibir una oración a una misa para sacar a alguien del purgatorio, ese Dios es un sádico, despiadado, feroz, duro, salvaje. Ese Dios así, no puede existir. Ni existe tal purgatorio. Es completamente contrario al Dios de Jesucristo que Él nos enseñó con sus hechos y sus palabras: Un Dios lleno de Misericordia, de Amor, Bondad, Ternura, Comprensión y Compasión, preocupado por el bien y la felicidad de todos y de todo. Dios solo es feliz con nuestra felicidad: aquí depende de nosotros, allí depende de Él, y por eso la tiene preparada para todos los seres humanos y para toda la creación.

Así pues, la muerte no parte la vida en dos mitades, sino que es el paso de esta orilla de la vida a la otra orilla de la vida. Es toda una misma y única vida. Jesús quiere vida para todos y para siempre, para aquí, y desde aquí para siempre, una vida y vida en abundan cia, que si no la hay para muchos millones de personas como para las niñas de Kenia que tienen que venderse por un euro para comer algo, o las mujeres de los barrios de Kigale por 0,30 para dar algo de comer a sus hijos diciéndoles: “me marcho a trabajar”, eso es porque no somos justos y solidarios unos con otros.

CONCLUSIONES:
-Luchar porque todo ser humano tenga vida en abundancia: fuera injusticias, abusos, explotaciones, desigualdades, muertes injustas y prematuras. Al contrario: vida digna y gratificante para todos y toda la creación.

-Cuidar y cultivar la vida de toda la creación: los animales, las aves, los peces, los árboles, las plantas, las flores a las que Dios viste de gran belleza como nos enseña Jesús (Ver Lucas 12,27).
-No traficar con los seres humanos, ni con sus órganos, ni con sus cuerpos muertos o asesinados: Que nadie tenga que vender sus propios órganos como en la India, para po der comer, o en China asesinar a los presos para traficar con sus órganos: Una cornea 25.000 €, un riñón 150.000 (El Español 24/08/17).
-Abolir la prostitución y el turismo sexual. Comerciar con el cuerpo de los demás es hacerlo con lo más sagrado de la persona. El abuso de los niños/as es el más abyecto de todos.
-Seguir amando desde la otra orilla dando vida desde la nueva vida a esta orilla, haciendo donación de todos nuestros órganos para trasplantes y de nuestro cuerpo para la investigación médica. En España somos un gran ejemplo en este sentido, pues durante 2017, hubo 2183 donantes que hicieron posibles 5259 trasplantes. Hagámonos, pues, donantes de órganos.

-Admirar y agradecer a Dios la gran maravilla de la vida, incluso en nuestro propio cuerpo, pues permaneciendo siempre como persona única e irrepetible, adquirimos un esqueleto nuevo cada 3 meses, la piel se renueva cada mes, las células que recubren el estómago cada 4 días y las que están en contacto con la comida cada 5 minutos. Los 250 gramos de médula ósea que tenemos cada uno, son capaces de fabricar cada día 200.000 millones de células nuevas de glóbulos rojos, cada uno de los cuales contiene 280 millones de moléculas de hemoglobina. Realmente somos algo maravilloso. ¿Por qué estando tan bien hechos nos tratamos a veces tan mal a nosotros mismos con drogodependencias e incluso inducimos a los demás a hacerlo?

Hagamos nuestra la recomendación de Tagore: merecer la vida dándola a los demás como Jesús la dio por nosotros hasta el compromiso total.

Los hermanos, a los que no deberíamos llamar difuntos, sino vivos para siempre porque ya están en las manos de Dios y no necesitan nada de nosotros, lo único que nos piden es que pongamos pan en la boca del hambriento, agua en la lengua del sediento, ropa en el cuerpo del que tiene frío, cuidado en el que está enfermo, acogida en el inmigrante, compañía en el encarcelado; que pongamos justicia donde hay injusticia, igualdad donde hay desigualdad, amor donde hay odio, aprecio donde hay desprecio, vida donde hay muerte, paz donde hay guerra, cercanía donde hay lejanía, perdón donde hay odio, vida donde hay muerte, pan donde hay hambre, agua donde hay sed, salud donde hay enfermedad, abrigo donde hay frío, alegría donde hay tristeza, compañía donde hay soledad, esperanza donde hay desesperación, rescate y libertad donde hay esclavitud.

Con los próximos proyectos de cooperación con Ruanda y Guatemala, tendremos oportunidad de practicar este mensaje, que es el mismo que el de Jesús de Nazaret, para dar un poco de vida y esperanza a los más necesitados de ellas.

Faustino Vilabrille