Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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18 de septiembre de 2020

Biografía

James "Guadalupe" Carney

Sacerdote y revolucionario (1924-1983)

"Ser cristiano revolucionario."

En 1983, el padre James Carney les pidió a su hermano y a su hermana que se reunieran con él, en Nicaragua. Les explicó que estaba planeando cruzar pronto la frontera hacia Honduras. En ese país pobre había pasado veinte años de su vida, hasta 1980, cuando se lo denunció como subversivo y se lo expulsó por la fuerza. Estaba sobreentendido que volvía para morir. Antes de partir, Carney les confió un manuscrito de su recientemente completada autobiografía: "La metamorfosis de un revolucionario". En sus propias palabras, era "la historia de un estadounidense criado y educado para ser un 'gringo' burgués católico pero que poco a poco se transformó, por medio del Espíritu de Jesús, al usar las experiencias de su alma en contacto con el mundo que lo rodeaba".

El libro de Carney describe una formación americana bastante típica, en su amplia familia católica en la región del oeste medio: monaguillo, héroe futbolista en la escuela secundaria y estudiante universitario amante de la diversión. Al igual que muchos de sus contemporáneos, su juventud sin problemas se vio interrumpida por el llamado al servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial. Carney sirvió en el Cuerpo de Ingenieros del Ejército durante la invasión de Francia. Luego de la guerra estudió ingeniería en la Universidad de Detroit, una universidad jesuita. Pero la guerra lo había forzado a pensar mucho sobre el sentido de la vida y ya no se pudo contentar con ganarse simplemente la vida. Deseaba más. Decidió hacerse jesuita.

El entrenamiento de un jesuita es excepcionalmente largo; requiere muchos años de filosofía y teología, todo esto en latín en aquellos tiempos. Carney no era un estudioso particularmente ávido, pero lo llevaba el deseo de ser sacerdote misionero y servir entre los más necesitados. Se ordenó en 1961 y recibió de inmediato el nombramiento deseado: una misión jesuita en Honduras. Carney solicitó ser conocido como padre Guadalupe, como expresión de su profunda devoción por Nuestra Señora de Guadalupe.


En un principio, la labor de Carney estaba llena de las acostumbradas obligaciones pastorales sacramentales: celebrar la misa los domingos, predicar, preparar a los niños para la primera comunión. En cuanto a su fracaso para dirigirse al mundo social de la gente, él luego reconoció que "ésta era una religión de tipo enajenante: llevar a la gente a Jesús en el Bendito Sacramento en vez de enseñarles a imitar a Jesús de Nazaret, el Liberador del oprimido".


La realidad más llamativa en Honduras era la pobreza extrema de los campesinos rurales. Carney se sentía cada vez más impulsado a abandonar la confortable seguridad del mundo sacerdotal para identificarse más profundamente con el mundo de los pobres. Era necesario un cambio, seguramente, para sacar a las masas de su miseria, y Carey prestó su ayuda a muchos proyectos sociales. Pero, en forma paulatina, concluyó que esta pobreza era el fruto de la injusticia y que lo único que la aliviaría sería el fortalecimiento de los pobres y una transformación radical de la sociedad.


En la década siguiente, Carney se comprometió cada vez más con las luchas campesinas por la tierra dejaba a la mayoría de la población rural en la condición de sirvientes contratados, hambrientos, analfabetos, viviendo en chozas y resignados a ver morir a sus niños de desnutrición y enfermedad. Mientras tanto, los dueños de las haciendas hacían gala de su fe católica, y apelaban a los obispos para que bendijeran el statu quo y denunciaran el comunismo. ¡Pero cuando los obispos comenzaron a hablar de justicia social, los ricos hablaron de traición, herejía y subversión comunista! Carney fue un chivo expiatorio particularmente útil.


Debido a su ministerio público y su cercana identificación con la lucha del gremio de los campesinos, Carney había llegado a ser un motivo de irritación cada vez más visible para la oligarquía. Pero jamás abandonó su trabajo pastoral. Por el contrario, trabajó incansablemente para elevar la conciencia tanto social como religiosa entre los campesinos, despertándolos al sentido de su dignidad y sus derechos como hijos de Dios. Vistiendo pantalones caqui y la camisa de algodón de un campesino, viajaba por todo el campo, durmiendo en hamacas o sobre piso de tierra en los hogares pobres; si se los amaba verdaderamente se debía tratar de eliminar su pobreza.



En la década de 1970, Carney se describió a sí mismo como un "marxista-cristiano" El cristianismo proveía el motivo del amor; el análisis marxista, pensaba él, proveía las herramientas para volver socialmente efectivo este amor. se hallaba convencido de que su papel debía ser el de añadir la lucha revolucionaria a la dimensión cristiana.


En 1980, el gobierno de Honduras arrestó a Carney, lo despojó de su ciudadanía hondureña y lo expulsó, por la fuerza, del país. Durante tres años trabajó en Nicaragua, recientemente liberada de la dictadura por la exitosa insurrección sandinista. Esta experiencia de vivir en una sociedad revolucionaria lo estimuló. Pero todo el tiempo su corazón permanecía en Honduras.


A mediados de julio del año 1983, se deslizó a través de la frontera con un pequeño grupo de guerrilleros hondureños. "Si los ejércitos de la burguesía capitalista pueden tener sus capellanes", razonó, "con mucho más derecho el ejército de liberación del pueblo debería tener sus sacerdotes capellanes". Mas los sueños de un levantamiento popular eran irreales. En semanas el grupo de guerrilleros había sido atrapado y eliminado.


En cuanto al padre Guadalupe, el ejército sostuvo, de manera poco plausible, que había muerto de hambre en la selva. Años más tarde, desertores del ejército revelaron que Carney había sido capturado con el resto del grupo. Fue interrogado y torturado. El 16 de septiembre lo subieron a un helicóptero del ejército y, aún vivo, lo arrojaron, para que muriera, sobre la ladera de la montaña. Sus restos nunca fueron recuperados.


En el manuscrito que entregó a su hermano y hermana, Carney había escrito:"Desde mi noviciado he pedido a Cristo la gracia de ser capaz de imitarlo, incluso hasta el martirio, hasta dar mi vida, hasta ser muerto por la causa de Cristo. Y creo firmemente que Cristo podría otorgarme esta tremenda gracia de convertirme en mártir de justicia."


Extraído del Libro de Todos los Santos

Ellberg Robert