Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

8 de abril de 2017

Solapar nos convierte en complices

(Tomado de Telesur)

SOLAPAR NOS CONVIERTE EN CÓMPLICES

Muchos preferimos vivir en nuestra burbuja y cerrar los ojos a la realidad, quedarnos en la pasividad, voltear para otro lado y guardar silencio. Esto respecto a la corrupción del gobierno y a la ineficacia de un Estado fallido. Esto en relación a la violencia sistemática y a la impunidad. Al tráfico de influencias y a la manipulación de los medios de comunicación. Preferimos quedarnos al margen de la injusticia, porque es más cómodo no involucrarse, porque involucrarse exige respeto hacia uno mismo y hacia los otros y sobre todo: honestidad, responsabilidad y entereza.

Y no estamos preparados para rifarnos el pellejo por otros, no aprendimos de solidaridad y de colectividad. Creemos ilusamente que nunca nos tocará a nosotros, que eso solo les pasa a otros: a los que están metidos en cosas.

El sistema nos ha preparado generacionalmente para agachar la cabeza y obedecer a patrones capitalistas; respondemos solamente al derecho de nuestra solamente al derecho de nuestra nariz, vamos a la universidad para convertirnos en azadones y escupir la mano de quien nos dio de comer. El sistema educativo nos prepara para estafar y tiranizar; por un cartón que muy bien podría servir como papel de baño en cualquier emergencia, o para encender el fuego para hervir los frijoles en cualquier aldea, nos creemos intocables y con el derecho a menospreciar y a asaltar a quien menos tiene. Y nos honramos en robar con el respaldo de la ley. Para eso somos profesionales, ¡Chish la mierda!

Amasamos fortunas pensando que cuando nos muramos nos las van a echar a la caja, o peor aún, creyéndonos inmortales. Entre más dinero y entre más cartones, nos vamos volviendo más imbéciles, robotizados, marionetas, acrecentando nuestra insensibilidad. Entonces creemos que vivir es tener un reloj de marca, la ropa de moda, el carro de último modelo, las amistades compradas y obedientes, contactos en las altas esferas de la sociedad, los viajes por el mundo; pregonamos nuestra falsa felicidad para que otros nos alaben, nos envidien y nos respeten. Vivimos como el capitalismo quiere: imbéciles, sin criterio propio, ruines, títeres que el estafador de turno puede manipular.

Mientras nos mantienen ocupados con un televisor que a alguien se le ocurrió que sería el anzuelo perfecto para succionar cerebros, o mientras fanfarroneamos con nuestro carro nuevo, con el armario lleno de zapatos, creyéndonos exitosos; poderosas transnacionales secan y envenenan el agua de nuestros ríos. Solo porque a alguien sin oficio se le ocurrió manipular a la masa mundial haciéndonos creer que ciertos minerales son valiosos fuera de las entrañas de la tierra. Todo tiene su hábitat natural y no debemos tocarlo, porque no nos pertenece, estamos en esta tierra solo de paso. Y solapamos esa hipótesis con nuestro silencio y no solo, también comprando esos minerales que solo pertenecen a las entrañas de la tierra. Somos cómplices del ecocidio mundial que las minerías ocasionan y del trabajo esclavo, porque bien sabemos que miles de personas alrededor del mundo siguen siendo explotadas y violentadas por el tráfico de minerales: los diamantes de sangre, son un ejemplo y los mineros que cada poco mueren soterrados.

¿En qué momento permitimos que existieran especies en peligro de extinción? Por qué no hacemos justicia y nos extinguimos nosotros como humanos, que somos los que estamos acabando con el planeta. Los gobiernos de corte neoliberal oprimen a los Pueblos Originarios, un genocidio lento de más de 500 años. Nosotros solapamos con nuestro silencio, somos cómplices. Porque a no sé a quién se le ocurrió que unas etnias por distintas entran en el rubro de personas, mientras otras pasan como animales de carga. Nunca nos preguntamos, ¿y si yo estuviera en su lugar? O simplemente saber que la diversidad nos engrandece como humanidad.

A la vuelta de la esquina, al otro lado del cerco, a media cuadra, de día y de noche, la violencia institucionalizada realiza limpiezas sociales en las periferias; niñas, niños y adolescentes amanecen asesinados y torturados, y nosotros cómodamente rascándonos la panza decimos sin parpadear: “en algo andaban.” Solapamos porque juzgamos con nuestros pre conceptos producto de un sistema patriarcal y de castas, como sociedad de mente colonizada que hace alarde de su racismo y clasismo.

Mafias poderosas de carácter internacional, infestan la sociedad en la que vivimos, están en todos lados: deportes, televisión, radio, escuela, gobierno, sistema. De reojo las vemos pasar y procuramos no hacer ruido para que no nos miren. Al margen, con las piernas temblando de miedo y cobardía, observamos cómo devastan el país, pero si hay tajada y nos comparten del festín, celebramos el asalto y acariciamos el botín. Seguimos alimentando el patriarcado que tanto daño nos hace como humanidad, porque a unos cuántos los beneficia y si nosotros estamos entre los beneficiados pues le soltamos el hilo. Lo mismo que a la impunidad.

Sigamos pensando, ingenuamente, que nosotros estamos fuera del sistema y que nuestro mundo es aparte, que nuestra burbuja es intocable, que nunca conoceremos el dolor de la injusticia, sigamos abusando de la naturaleza, sigamos siendo insensibles e inhumanos. Sigamos con nuestros pre conceptos, asaltando con nuestros títulos universitarios. Sigamos viendo de reojo, calladita la boca. Sigamos solapando con nuestro silencio y pasividad, sigamos siendo cómplices de sistemas patriarcales, injustos, corruptos, manipuladores y opresores.

Y como decimos en Guatemala, sigamos así, que chulos nos miramos.