Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

27 de julio de 2018

MARCELINO LEGIDO

El esplendor de la misericordia
Homenaje a Marcelino Legido
Por >Juan Antonio Mateos Pérez

Seguida de una nota Bibliográfica. Le siguen numerosos testimonios de diferentes obispos: Raúl Berzosa (homilía de su funeral) cardenal Carlos Osoro Sierra, el arzobispo de Toledo Braulio R. Plaza, los obispos eméritos José Sánchez, Antonio Ceballos y Nicolás Castellano, el auxiliar de Valladolid Luis J. Argüello; teólogos como Ángel Cordovilla, Xabier Pikaza, Carlos Chana; filósofos como Carlos Díaz; sacerdotes como Joaquín Tapia, Donaciano Martínez, Felipe Fernández, José Luis Martín Barrios, Domingo Martín Vicente, Eugenio Alberto Rodríguez y comunidades religiosas como las Carmelitas Descalzas de Salamanca y las Benedictinas de Alba, así como la comunidad cristina del Cubo de Don Sancho, testimonio vivo de la vida entregada a los más necesitados.
Dejó una brillante carrera como filósofo e intelectual en la Universidad de Salamanca en la especialidad de filosofía griega y clásica, para estudiar teología y hacerse sacerdote en 1970. Un intelectual que demostró muy pronto tener un corazón lleno de amor y siempre abierto a la transcendencia. Pasará unos años en Alemania para realizar su tesis doctoral, a la que se dedicará en profundidad, no menos que a la atención pastoral y personal de numerosos inmigrantes españoles, portugueses, turcos, etc.


Su filosofía y teología las pondrá al servicio de la pastoral, su pensamiento abierto a los grandes logros del siglo, irá más allá de la sabiduría aterrizando en une práctica que une lo social y lo religioso. Con tres doctorados le proponen dar clases en la Universidad Pontificia, renunciando a su vida académica y afirmando que los pobres también necesitan doctores. Desplegando esa sabiduría práctica en la Parroquia de El Cubo de Don Sancho en el año 1972,una zona rural y pobre, cerca de la raya entre Salamanca y Portugal. La vida de Marcelino en este momento no fue una transición, sino una conversión total (Xavier Pikaza), un cambio en la forma de pensar y ser en la Iglesia, llevando el evangelio hasta las últimas consecuencias.

Allí llegó, comenta Domingo Vicente Martín, con una gran humildad y extrema pobreza rodeada de una alegría contagiosa, yéndose a vivir con una familia pobre compuesta por dos piadosas mujeres ya jubiladas, más tarde, con otra familia similar habilitándose un humilde corral como habitación y sala de estudio. Compartió todos sus bienes, comenta la comunidad cristiana del Cubo de Don Sancho (Salamanca), entendía y vivía tan a fondo la gratuidad del Evangelio, que lo recibía como sacerdote, lo aportaba a la comunidad. Poro sobre todo, afirma la comunidad, que compartió todos sus dones regalando sus saberes al todo el que se lo pedía, así como su propia vida, gastándose y desgastándose por los últimos. Comentaba el propio Marcelino, la debilidad no es un obstáculo para anunciar el Evangelio, sino precisamente es lo que mejor lo anuncia. Marcelino anunció el Evangelio no solo con la palabra, sobre todo con el testimonio de su vida.

Siguiendo con el testimonio de Xabier Pikaza, Marcelino no quería tomar el poder, tampoco educar para el poder, sino buscar una realidad más humana, escogiendo a los últimos para compartir con ellos el camino en la búsqueda del Reino. Buscaba el proyecto de una nueva humanidad que comenzaba aquí y ahora, en los pueblos de su comunidad del Cubo de Don Sancho. Desde el mundo rural quería otro tipo de presbíteros, tomados del pueblo cristiano, sin pasar por los seminarios que eran buenos y necesarios, pero que corrían el riesgo de separar a los candidatos de la vida de los demás creyentes, asentándose en el poder formando parte de una élite sin compartir la vida del pueblo. Obispos y presbíteros con buena intención, con gran trabajo, pero no responden al ideal misionero de Jesús. Quería crear presbíteros que fueran laicos, o lo siguieran siendo, gente del pueblo que no se clericalizaran y que siguieran siendo obreros y trabajadores como el resto de la población.

Un profeta y un místico, lo define el Obispo Nicolás Castellano, con él convivió en muchos encuentros de Semana de oración y concienciación en Arévalo (Ávila) y Ejercicios espirituales en Villagarcía de Campos (Valladolid). Afirma que dedicaba muchas horas a Dios, viviendo esa experiencia en un grado tal que llegaba a una unión inefable con Dios por el amor. Quería vivir al estilo de Jesús, volviendo a sus huellas al Jesús de la historia, al crucificado. Su identificación total con Jesucristo lo conformó y lo configuró intensamente, pero también lo “abrasó” totalmente. Todo en su vida, estudio, pastoral, pobreza era misión y oración.

Quiero terminar con las palabras de Domiciano Martínez: bendecidos por su presencia; su palabra, pan fresco de Evangelio; su profecía, luz alentadora de la historia; su vida, siembra de mostaza en el corazón de estas Iglesias. Mañana florecerá más allá de lo que podemos pensar.  Sirvan estos testimonios para esta presentación humilde de este gran libro que expresa la vida de un hombre que nos remite al Silencio.  Desde aquí, puede surgir un discurso que es único y que sólo puede hacerse con todo nuestro ser. La experiencia de todos los tiempos es expresar el misterio de Dios con todo lo que somos, al principio y al final de nuestra existencia. Es una palabra que se lleva a la vida y no se limita a leerla y a escucharla.

uan Antonio Mateos Pérez
Entre Paréntesis