Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

6 de agosto de 2018

VÍCTIMAS DEL VOLCÁN

VÍCTIMAS DEL VOLCÁN

“Me daba más miedo el ejército que la erupción del volcán (de Fuego)”, dice sobreviviente

Una sonrisa optimista y una mirada de desolación. Lucrecia López es la dueña de la sonrisa, y Alejandro Esqueque, el de la mirada. Ellos, sobrevivientes de la tragedia del Volcán de Fuego, viven sin saber cuándo podrán retomar sus vidas.

Por PIA FLORES
Nómada


Lucrecia. La observadora
La lluvia y los truenos dan ritmo de fondo al trasiego de personas en el patio redondo de una escuela que es albergue desde hace dos días. Voluntarios distribuyen víveres. Un doctor cura el pie de un anciano. Los niños juegan. Vecinos reparten comida, tamales, arroz, frijoles, tortillas. El olor a camarones, donados para la cena, sazona el aire húmedo.

Son las 7 de la noche del 5 de junio de 2018, en la Escuela Tipo Federación José Martí en Escuintla, a 20 kilómetros del Volcán de Fuego y a 50 kilómetros de la Ciudad de Guatemala.

La escuela ahora es uno de los albergues habilitados tras la erupción del volcán, dos días antes.
Lucrecia López observa toda la actividad. Está parada bajo un papel que dice Trinidad. A la par está la puerta del salón donde duerme ella con su esposo y sus tres hijos, y otras 40 personas de la comunidad ’15 de octubre La Trinidad’. Queda en la falda del lado sur del volcán, a unos 6 kilómetros de San Miguel Los Lotes, hoy la zona cero. Trinidad, una comunidad de repatriados desde México después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, fue evacuada el domingo en la noche, medio día después de la tragedia.



Alejandro. Ocho familiares desaparecidos
En el pasillo circula el cuerpo esbelto de Alejandro Esqueque. La cara del señor de 45 años aparece apagada, no le quedan sonrisas. Tampoco llora. Incansablemente pregunta a cada persona con chaleco de las diferentes instituciones en el albergue, si alguien le puede ayudar a conseguir información de la morgue en Escuintla.

– Hoy fui y me hicieron pruebas de ADN. Me dijeron que tenía que esperar, que me iban a llamar, pero todavía no han llamado. Allí hay siete familiares míos, yo sé que están allí.
Todas las personas le dicen lo mismo. La morgue está saturada por la tragedia. Alejandro Esqueque tiene que esperar.


Lucrecia. La guerra le dio más miedo
Un voluntario pasa con un balde metálico enorme con tamales. Le pasa uno a Lucrecia López. Es su tercera noche en el albergue, ella y su familia ya están acomodados pero sigue llegando gente. Aunque hace horas que oscureció. Lucrecia López se soba las manos mientras camina un poco entre las bolsas con agua pura, las cobijas y el laberinto entre los colchones. Así mastica en su mente la erupción del domingo y los recuerdos que le trajo de la época del conflicto armado.
– Cuando oí el truenazo del volcán me recordé de los bombardeos durante la guerra y aquella noche que el ejército quemó las casas en la aldea. Esa vez hicimos lo mismo, correr y correr. No había hombre, ni mujer, ni abuela. Solo éramos personas que queríamos sobrevivir. Así fue el domingo también.

Estaba en su casa con su esposo y su hijo mediano cuando sonó la explosión. Se asustaron, pero la furia de un volcán no se compara, para ella, con la del ejército. Asegura que la erupción fue más calmada que aquella noche de 1982 en la que llegaron los militares y empezaron a disparar, con armas y lanzagranadas, a la pequeña comunidad de agricultores donde creció ella en Buena Vista, Santa Ana Huista en Huehuetenango.

Alejandro. El visitante de la morgue
Desde el domingo, Alejandro Esqueque intenta desesperadamente localizar a su mamá, dos de sus hermanos y cuatro sobrinos. Cuenta que en la morgue pidió que le dejaran ver los cuerpos no identificados, pero no se lo permitieron. Alejandro Esqueque está convencido de que están muertos. Vivían en San Miguel Los Lotes, la comunidad que la lava borró del paisaje. Sus hermanos nunca abandonarían a su mamá, que usaba silla de ruedas, cuenta.

Alejandro Esqueque, que vivía en la comunidad La Reina, se aseguró de que su esposa e hijos estuvieran a salvo. Después, regresó con un vecino a lo que ahora se conoce como la zona cero, a buscar a su mamá y hermanos. Esperaba llegar antes que el río de lava. Después, subió con un vecino a lo que ahora se conoce como la zona cero, a buscar a su mamá y hermanos. Esperaban llegar antes que el río de lava. Para evitar la carretera asfaltada donde la Policía Nacional Civil ya había cerrado el paso, subieron por los caminitos entre la vegetación. Allí encontraron a Doña Agripina, una vecina que iba corriendo para abajo. Les gritó a Alejandro y su vecino que huyeran, que la lava ya consumió las casas de San Miguel Los Lotes. Atrás de ella venía la neblina gris de ceniza.

El lunes volvió a intentarlo sin suerte. Ya han pasado 48 horas y sabe que encontrar a su familia con vida ahora sería un milagro. Pero quiere volver a ir, dice con determinación. Solo espera la luz del día para buscar otra vez.

Lucrecia. Volver a empezar
Lucrecia López no tiene brasier. Lo cuenta con risa. La familia huyó el domingo solo con la ropa que traía puesta cuando fue evacuada. No le preocupa. La comunidad es organizada y siempre se han apoyado entre sí, dice. Explica que, cuando regresaron de México, ella fue una de las cuatro mujeres que representaron a la comunidad para negociar la repatriación. El gobierno les ofreció casas de 4×4 metros por Q16.000, pero consiguieron que fueran de 6×8. Por el mismo precio.

Con 18 años, Lucrecia López sobrevivió ocho días en la montaña, con su bebé de cuatro meses y su hermana de 9 años, antes llegar a Chiapas (México). En el país vecino, vivió 18 años en un campamento para refugiados. Dice que también sobrevivirá a la erupción del Volcán de Fuego. Vivirá en el albergue el tiempo que sea necesario. Aquí por lo menos hay techo, agua y comida, y se puede bañar, dice. No le importa volver a empezar.

Antes de retirarse a su colchón con su esposo e hijo, recuerda por un momento su agradecimiento al partido URNG y a Álvaro Arzú que facilitaron la fundación de la comunidad 15 de Octubre Trinidad. Pero el resarcimiento que les prometieron por la pérdida de los miembros de su familia que murieron en el masacre en 1982, nunca les llegó. Otros vecinos de los vecinos de Trinidad no están tan agradecidos. Desde el albergue cuestionan por qué Arzú decidió ubicar la comunidad en la falda del Volcán de Fuego. Explican que la propuesta original de ubicarla en la falda del Volcán Santiaguito en Quetzaltenango fue cancelada justamente por el peligro de erupciones.

Alejandro. Se le acabó todo. Y su mamá
Reticente, Alejandro Esqueque regresa al salón común de la escuela donde están algunas de las familias de la comunidad La Reina. En el camino pasa por el salón de la comunidad El Rodeo, desde donde se oyen gritos y risas. Son dos payasos que a pesar de ser las 8.15 de la noche, van salón por salón a animar a la gente.

Él no se anima. Sus ojos casi no se distinguen de su piel. Aún están rojos por la irritación de las cenizas del domingo. Se sienta en una fila de colchones nuevos, pegados al escenario, donde le espera su familia. Su esposa Lesvia, su hijo Lester de 18, su hija más pequeña Cáterin de 16 y la hija de ella, la pequeña Sofía de 8 meses. A Cáterin le acaban de regalar un frasco con puré de banano, que da a su hija con el dedo porque no hay cucharas.

Lucrecia. El cigarrito del señor Volcán
–Siempre hemos visto cómo sale el fuego del volcán. Cuando mi hijo se asustaba por el fuego del volcán yo le decía: Déjelo, él cigarrito quiere, que fume el señor Volcán.

Lucrecia López explica que al señor Volcán lo respetaba, tenía poder. Pero siempre confiaba en que no les iba a pasar nada. Sólo fumar quería. Tanto ella, como su esposo Jesús Pascasio López, dicen que ahora ya no confían tanto. Regresarán más temerosos a Trinidad, pero regresarán. Están seguros, aunque no saben cómo quedó su comunidad.

 La señora que prefiere las noticias por las telenovelas, enfatiza que aunque los hombres y mujeres tengan cada quien sus responsabilidades, no hay que dejar que los hombres tomen todas las decisiones. Asegura que conjunto con las otras familias de la comunidad 15 de octubre La Trinidad llegarán a levantarse otra vez.

Alejandro. La llamada
A las 8.55 un corte eléctrico deja en completa oscuridad el albergue. Bajo el techo alto del salón grande se oye como todos aguantan la respiración por el susto. Regresa la luz. Algunos se ríen nerviosamente, otros que ya estaban dormidos se sientan para enterarse de qué pasó. Lesvia, la esposa de Alejandro Esqueque, se queda congelada con una mirada seria. No sabe qué hacer. No les han dicho cuánto tiempo van a vivir en el albergue, solo que ya no podrán regresar, que esto va para largo.
Lesvia, la esposa de Alejandro, se levanta a buscar dónde cargar su celular. De cada lado del escenario se miran dos cables de cargadores con celulares colgados. Son cuatro de los pocos enchufes para las docenas de personas en el salón, muchos pendientes de recibir noticias de sus familiares. Alejandro Esqueque recibe una llamada. Es Paty, una de sus hermanas. Le llama para contarle que Elsa Judith, la hermana menor de los dos, no está en el hospital San Juan de Dios, como les había comentado un vecino.

–¿Entonces ya es un hecho que ella murió también?”, pregunta totalmente desconcertado.
Sin llorar, responde su propia pregunta.
– Es un hecho, mi hermana está muerta. No aparece ni en el [hospital] Roosevelt ni en el San Juan de Dios. Ya se me acabó todo lo que tenía, y mi mamá.

Lucrecia y Alejandro. Las luces 
Ya es tarde y Lucrecia López, la señora bajita, delgada, con pelo blanco y pómulos redondos, está cansada. Pero entre el hacinamiento, la humedad del albergue y las lágrimas que le provoca revivir el miedo de la guerra, el volcán no le quita la sonrisa.

Determinado de encontrar el cuerpo de su mamá, Alejandro Esqueque se fue hoy, miércoles, en la madrugada a San Miguel Los Lotes. El equipo de rescate también logró entrar. En un paisaje apocalíptico, Alejandro sabía exactamente dónde quedaba la casa de su familia y pidió que los socorristas excavaron allí. A la 1 de la tarde encontraron varios cuerpos, uno en una silla de ruedas.
Desde el pasillo se oye a uno de los coordinadores del albergue. “Las luces se apagan a las 10. A las 10 se apagarán las luces”. Faltan 15 minutos. Aunque así dijeron las otras noches también y no se apagó hasta más tarde en la noche. Seguían llegando víveres, seguían llegando personas buscando refugio.

Esta noche, el gobernador de Escuintla, Guillermo Domínguez de León, llega justo a las 10. Vestido con un chaleco anaranjado de la Coordinadora Nacional de Desastres (Conred), se asegura que que todos lo escuchan: “¿Quienes no tienen colchón? Decime cuántos colchones faltan porque el presidente ha dicho que hoy nadie dormirá sin colchón”.

Las luces no se apagan a las diez

Por PIA FLORES
Nómada