Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

26 de noviembre de 2021

Sínodo

 Éxodo 151

– Autor: Jesús Bastante Liébana –


Cuando leas este artículo, querido lector, seguramente el Papa Francisco haya promulgado su exhortación post sínodo de la Amazonía, un texto que, aseguran los expertos, irá mucho más allá de lo aprobado por los padres (al final, no por las ‘madres’) sinodales, y abrirá muchísimas puertas, en un camino de renovación que nace del impulso del Concilio Vaticano II y que durante décadas estuvo congelado por una Curia vaticana poco preocupada por el Evangelio y obsesionada por mantener sus cuotas de poder.

Y es que el Sínodo de la Amazonía ha ido mucho más allá de una mera (y vital) discusión sobre el futuro del planeta. Escribo estas líneas mientras, en Madrid, los líderes políticos del mundo supuestamente civilizado tratan de cerrar un ‘acuerdo de mínimos’ en la COP25 que no solucionará los problemas de nuestro planeta pero que tal vez, solo tal vez, ponga las bases para tomar conciencia, de una bendita vez, de que no hay planeta B.

Por primera vez, hasta los católicos españoles y sus instituciones se han unido a la causa común, y han salido a la calle no para protestar contra el matrimonio igualitario o Educación para la Ciudadanía, sino para sumarse a la lucha contra el cambio climático. Algo que no habrían hecho sin este Sínodo, sin este Papa y su Laudato Si.

Todo comenzó en Puerto Maldonado

El Sínodo de la Amazonía se celebró en Roma, a orillas del Tíber, en octubre de 2019, pero hunde sus raíces en el impulso que la Iglesia latinoamericana ha querido dar a este Pontificado; en los incendios de la madre Tierra, el neocolonialismo de los terratenientes y los asesinatos de activistas como Berta Cáceres; en la lucha de los pueblos indígenas por proteger su identidad; en el cambio climático; en las políticas proteccionistas de Estados Unidos, China o Brasil; y, también, en el sueño del Papa Francisco, que dio comienzo al proceso sinodal no en Roma, sino en Puerto Maldonado (Perú), en enero de 2018.

Por primera vez en la historia, un Sínodo universal no tenía como único centro Roma. Un proceso sinodal que se prolongó durante meses, con encuestas a todas las diócesis del mundo (las españolas no fueron especialmente activas, se ve que pensaban que el tema de la Amazonía no iba con ellas), y un especial cuidado en lo que opinaban los indígenas y los jóvenes. Por primera vez, aquellos indios evangelizados cinco siglos atrás tenían la oportunidad de ‘evangelizar’ a la Vieja Europa. Y a fe que lo consiguieron. El instrumentum laboris da buena cuenta de ello.

Laudato Si y un Papa global

El Amazonas es el río más caudaloso del mundo. Sus aguas recorren el mayor espacio verde de la Tierra. Es, sin lugar a dudas, el pulmón del planeta. A él dedica Francisco su magnífica Laudato Si, la primera encíclica ecologista de la historia de la Iglesia. Sus palabras proféticas, recordando al poverello de Asís, lo han convertido (con permiso de Greta Thunberg) en el principal líder global en defensa de la Casa Común. Mal que les pese a los Trump o Bolsonaro de turno, que atacan una y otra vez al Pontífice argentino.

El Amazonas, se vio en octubre, arrasó el Tíber. «El sínodo ha sido un diagnóstico desgarrador en cuanto al desastre ecológico, la vulneración de los derechos de los pueblos indígenas y una llamada de atención a colaborar en su solución», relata el obispo de Puerto Maldonado, el dominico español David Martínez de Aguirre, quien ha acompañado el proceso sinodal desde el comienzo y hasta su final. Él ha sido uno de los hombres clave, junto al cardenal Claudio Hummes y el obispo amazónico-alemán Erwin Krautler.

Y es que, como veremos, el cauce del Amazonas ha recorrido el Tíber, pero también se ha dejado navegar por las aguas del Rin, donde la Iglesia alemana ha comenzado su propio proceso sinodal, de modo paralelo al universal, y con muchos conceptos comunes, desde la toma de decisiones compartida, el papel de los laicos, el sacerdocio para casados o los avances –tímidos, muy tímidos aún– para que sea reconocido el ministerio de las mujeres.

Protagonismo de los pueblos originarios… y de la mujer

En el Aula Pablo VI, la presencia indígena fue constante. Sus palabras, escuchadas por los viejos cardenales europeos, que no terminaban de entender cómo hombres –y mujeres– llegados del fin del mundo les explicaban qué debían hacer, tan acostumbrados como están a que su palabra sea ley y palabra de Dios. También, un protagonismo especial de las mujeres.

Hasta 35 participaron en el Sínodo, con voz… y, finalmente, sin voto, pese a que un nutrido grupo de obispos solicitó formalmente al Papa esta posibilidad. Mujeres, como la española María Luisa Berzosa, incluida en el equipo de la secretaría general del Sínodo, o como Patricia Gualinga, Marlene Betlinski, Birgit Weiler, o Alba Teresa Cediel, que admitió, sin tapujos, que las mujeres «acompañamos a los indígenas en los diferentes eventos cuando el sacerdote no puede hacer presencia y se necesita que haya un bautismo, nosotras bautizamos, si alguien se quiere casar, nosotras hacemos presencia y somos testigos de ese amor, y muchas veces nos ha tocado escuchar en confesión, no hemos dado la absolución, pero en el fondo de nuestro corazón hemos dicho: “Con la humildad de que este hombre o mujer se acerque a nosotras, por situaciones de enfermedad o ya próximos a la muerte”, nosotras creemos que Dios Padre también actúa ahí». Una realidad que, más tarde o más temprano, la Iglesia tendrá que reconocer también en los papeles. Y que habrá de extenderse mucho más allá del corazón de la Amazonía, comenzando por la España vaciada y terminando en la mismísima Santa Sede. ¿Mujeres dirigiendo congregaciones? Seguro. ¿Diaconisas? Es probable. ¿Sacerdotisas?… en eso, hasta este Papa revolucionario se muestra prudente, casi temeroso. Veremos.

Según cuentan quienes estuvieron presentes en el Aula sinodal, los obispos europeos estaban abrumados. Al comienzo, sin saber exactamente qué se iba a abordar. Con el paso de los días, la perplejidad se tornó en actitud de escucha y, salvo los opositores de siempre (a los que se sumaron, quitándose descaradamente la careta, los prefectos de la Congregación de Obispos, Marc Ouellet –quien admitió posteriormente haber votado en contra de los puntos más polémicos del documento final–; o Propaganda Fide, Fernando Filoni, recientemente depuesto para colocar en su lugar al filipino Luis Antonio Tagle), todos fueron tomando conciencia de la importancia de que la Iglesia católica tuviera una sola voz, fuerte y presente en todo el planeta, para el cuidado de la casa común; y que era preciso abrir la mente a posibilidades solo cerradas por el derecho canónico, no por el Evangelio de Jesús.

Cuatro momentos simbólicos

Hubo cuatro momentos simbólicos a lo largo del mes de octubre. El primero, previo al mismo Sínodo, con la celebración, en los jardines vaticanos, de una oración dirigida por varios líderes indígenas y en la que participó el propio Francisco, junto a unas imágenes que algunos identificaron con la Pachamama y que provocaron el disgusto de los más radicales.

El segundo, con la emotiva procesión desde la basílica de San Pedro hasta el Aula Pablo VI en la primera jornada. Con los indígenas arropando al Papa, en una procesión en forma de barca. Francisco no presidía ni cerraba el camino, sino que iba junto al pueblo. Y es que, como no se cansa de repetir el Pontífice, los verdaderos pastores tienen que saber cuándo caminar delante y detrás de la gente, pero siempre dentro del Pueblo Santo de Dios.

El tercer momento vino con el robo de las imágenes indígenas y su lanzamiento al Tíber para regocijo de los sectores ultracatólicos y rigoristas, que multiplicaron el efecto difundiendo el vídeo de la profanación. Por fortuna, el río devolvió las tallas sanas y salvas, que presidieron la última jornada del Sínodo, en la que se aprobó el documento final.

El Pacto de las Catacumbas

Finalmente, y poco antes de culminar el Sínodo, casi un centenar de sinodales hicieron un gesto simbólico, congregándose en la Catacumba de Santa Domitila, el mismo lugar en el que, medio siglo antes, se congregaron obispos como Dom Helder Cámara, que cambiaron el rumbo del Concilio Vaticano II. Allí tras una emotiva Eucaristía, suscribieron el Pacto de las Catacumbas por la Casa Común, en un deseo de asumir una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana.

Un texto en el que se apuntan quince compromisos, que pretenden mostrar “un sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista”. Los compromisos tienen un claro cariz ecológico, que nace del hecho de “reconocer que no somos dueños de la madre tierra”, algo que compromete a los firmantes a “acoger y renovar cada día la alianza de Dios con todo lo creado”.

Así, en continuidad con el Pacto de 1965 se renueva el compromiso con los pobres, hoy representados en los pueblos originarios, llamados a “ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia”, lo que demanda respeto y acogida en pie de igualdad, abandonando “toda clase de mentalidad y postura colonialistas”, y la denuncia de “todas las formas de violencia y agresión” contra los pueblos indígenas, su identidad, sus territorios y sus formas de vida.

El Pacto insiste en cambiar el modo de hacer pastoral en la Amazonía, pasando de la visita a la presencia, asegurando que “el derecho a la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía se haga efectivo en todas las comunidades”, en una clara apuesta por la ordenación de hombres casados, a lo que se une la necesidad de “reconocer los servicios y la real diaconía de la gran cantidad de mujeres que dirigen comunidades en la Amazonía hoy y buscar consolidarlas con un ministerio apropiado de mujeres líderes de comunidad”.

La pastoral en las ciudades, el protagonismo de laicos y jóvenes, la atención a las periferias y migrantes, trabajadores y desempleados, los estudiantes, educadores, investigadores y el mundo de la cultura y de la comunicación, son elementos abordados en el texto, que hace una llamada a dejar de lado el consumismo y asumir “un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario”, con actitudes de cuidado de la Casa Común y compromiso con los profetas y los pobres.

El Sínodo, día a día

¿Cómo se desarrolló el Sínodo? Ya durante la misa de apertura, el Papa Francisco mostró su reconocimiento a las “cruces pesadas” que cargan “muchos hermanos y hermanas en la Amazonía”, que “esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia y es por ellos y con ellos que debemos caminar juntos”.

Después de la primera semana de los trabajos sinodales, uno de los temas tratados a forma de pregunta fue: ¿cuántas personas conocen el Evangelio? De hecho, la proclamación de la Buena Nueva debe ser central, y no solo en la Amazonía, sino en todo el mundo. Frente al tema de la falta de vocaciones, el sínodo habló más de una vez de los viri probati y del diaconado femenino, que acabaron convirtiéndose en los dos temas estrella fuera y dentro del aula sinodal. Con el riesgo de que la defensa del medio ambiente o de los derechos de los pueblos originarios quedaran orilladas en una esquina del documento, y de la actualidad informativa.

Al término de la segunda semana, ya parecía claro que estos temas iban a aparecer en el documento final, y que la presión de los ultraconservadores (que por primera vez en un Sínodo de estas características no eran mayoría) no podría evitar un llamamiento a la defensa de los más vulnerables. Fuera del aula del Sínodo, multitud de organizaciones del tercer sector, vinculadas al trabajo en la Amazonía, también hicieron sentir su voz, con presentaciones de libros, conferencias y, especialmente, un memorable Viacrucis en memoria de los mártires de la Amazonía

Antes de concluir, la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que supo dirigir los debates, desde dentro y desde fuera, emitió un comunicado abogando por seguir navegando, desde el Tíber hasta el Amazonas, por una cuádruple conversión: pastoral, cultural, ecológica y sinodal. Una Iglesia más centrada en la atención al necesitado, inculturada con el lugar –y el pueblo– donde realiza su misión, sostenible y garante del cuidado del medio ambiente, y realmente participativa.

El 26 de octubre, poco antes de que se conociera el documento final y las votaciones de cada uno de los puntos, el Papa quiso cerrar los trabajos del Sínodo, comprometiéndose a tener la instrucción postsinodal publicada antes de fin de año, y a “ir más allá” en las propuestas que se hubieran lanzado. Y es que será el documento papal –con valor magisterial– quien habrá de concretar las propuestas lanzadas por el Sínodo, y quienes le conocen sostienen, sin lugar a dudas, que recogerá muchas de las inquietudes formuladas en los documentos de trabajo previos y que el consenso sinodal afeitó convenientemente.

Claves del documento final

En el documento final, cuyos 120 puntos fueron aprobados por mayoría de dos tercios –en casi todos los puntos, excepto en el de los curas casados, las mujeres o el ‘rito amazónico’, con la práctica unanimidad de los presentes–, quiso destacar “la integración de la voz de la Amazonía con la voz y el sentir de los pastores participantes. Fue una nueva experiencia de escucha para discernir la voz del Espíritu que conduce a la Iglesia a nuevos caminos de presencia, evangelización y diálogo intercultural en la Amazonía”.

“El reclamo, surgido en el proceso preparatorio, de que la Iglesia fuera aliada del mundo amazónico, fue afirmado con fuerza. La celebración finaliza con gran alegría y la esperanza de abrazar y practicar el nuevo paradigma de la ecología integral, el cuidado de la “casa común” y la defensa de la Amazonía”, tal y como señala el punto 4.

El texto final consta de cinco capítulos, más una introducción y una breve conclusión. ¿Cuáles son las claves del Documento? Tras tres semanas de trabajo intensas, los 185 padres sinodales junto a 35 madres sinodales proponen al Papa la ordenación sacerdotal de hombres casados, sin olvidarse de la mujer, para la que han propuesto la creación del diaconado femenino y del ministerio de “la mujer dirigente de la comunidad”.

El Sínodo comenzó cuando el Papa fue a la Amazonía, a Puerto Maldonado, y concluye con la Amazonía entrando en el Vaticano. Y haciéndolo con fuerza, con un impactante documento de 120 puntos, todos ellos aprobados por la práctica unanimidad de los padres sinodales, entre los que se incluyen la petición del sacerdocio para casados, el diaconado permanente femenino o la creación de un “rito amazónico”.

Incluso, los tres puntos más polémicos contaron con una mayoría que supera, con mucho, los dos tercios. Así, el punto 111, el que habla de la ordenación de hombres casados, fue el que tuvo mayor contestación, si bien nimia (128 a 41); mientras que el 103, en el que se propone el “diaconado femenino permanente” cosechó apenas 30 votos negativos. En los 117 y 119, que hablan del rito amazónico, no se llegó a la treintena de ‘noes’. Todos alcanzaron la mayoría de dos tercios, fijada en 120 votos.

Y es que, por mucho que los rigoristas –los de la ‘elite católica’, como los definió Francisco en su discurso final– han presionado, dentro y fuera del aula sinodal, para evitar un Sínodo progresista, lo cierto es que la derrota ha sido sonora. Apenas quedó un borrón en una jornada festiva: finalmente, las mujeres no pudieron votar.

¿Qué dice el documento final del Sínodo de la Amazonía? Muchas cosas, que a buen seguro formarán el corpus doctrinal de la exhortación postsinodal que el Papa ha anunciado publicará antes de fin de año. Una nueva muestra de la velocidad que Bergoglio ha imprimido a este pontificado durante los últimos meses.

Diaconado femenino

Uno de los puntos más especiales es el del papel de la mujer, que ocupa varios espacios del texto: “La Iglesia de la Amazonía quiere ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, se lee en el punto 99. En el 101, se afirma que “la sabiduría de los pueblos ancestrales afirma que la madre Tierra tiene rostro femenino”, por lo que “se pide que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial”.

¿Qué supone esto? Que “es necesario que asuma su liderazgo en el seno de la Iglesia, y que ésta lo reconozca y promueva reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y diócesis, o incluso en órganos de gobierno”.

El texto va avanzando, y camina más allá, especialmente en los puntos 102 y 103. “Reconocemos la ministerialidad que Jesús reservó a las mujeres”, asumen los padres sinodales, que piden “revisar el Motu Proprio de San Pablo VI Ministeria quedam, para que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado, entre otros, a ser desarrollados”. Y más aún: “Pedimos que sea creado el ministerio instituido de la mujer dirigente de la comunidad, y reconocer esto, dentro del servicio de las cambiantes exigencias de la evangelización y la atención a las comunidades”.

Pero, sin duda, el párrafo clave es el siguiente: “En las múltiples consultas realizadas en el espacio amazónico, se reconoció y se recalcó el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan. En un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer”, siempre desde la óptica que plantea el punto 93, que clama “por la igualdad de todos los bautizados y bautizadas”.

Curas casados: hacer realidad lo que se vive

“Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve, lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente (…) de ordenar a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema”, se dice en el punto 111. Un paso definitivo a la ordenación de hombres casados, y no solo en la Amazonía, sino también en el ámbito universal, algo que ya ha reconocido el proceso sinodal abierto en la Iglesia alemana. Y quien habla de las necesidades específicas de la Amazonía, no podrá obviar las similitudes de estas realidades con las que vivimos en la España vaciada, los territorios de misión o aquellos lugares donde la presencia católica es muy reducida.

Lo ideal sería reconocer, con San Pablo, que todo bautizado es sacerdote y apóstol, o como el propio Cristo, que dijo que allá donde dos o más se junten a su nombre, allí estaría él. O a la propia tradición de la Iglesia, que impuso el celibato a partir del segundo milenio: solo uno de los doce apóstoles no estaba casado. De los oficiales: a día de hoy, nadie duda que entre los discípulos de Jesús se encontraban hombres y mujeres. Pero la prudencia exige ir paso a paso, mal que nos pese a los que defendemos una Iglesia en la que todos los bautizados sean plenamente iguales en derechos, obligaciones… y ministerios.

En el documento, los sinodales propusieron “que sea establecida una Universidad Católica amazónica”, así como “crear un organismo episcopal que promueva la sinodalidad entre las iglesias de la región, que ayude a delinear el rostro amazónico de esta Iglesia y que continúe la tarea de encontrar nuevos caminos para la misión evangelizadora (…) Se trataría de un organismo episcopal permanente y representativo que promueva la sinodalidad en la región amazónica, articulado con el CELAM (…) y también articulado con la REPAM”.

Por otro lado, el Sínodo reclama voz y voto para los laicos, “ya sea en la consulta como en la toma de decisiones, en la vida y en la misión de la Iglesia” (94). Otra de las propuestas importantes realizadas en dicho Documento ha sido la de incluir “el pecado ecológico”. “Proponemos definir el pecado ecológico como una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el ambiente” (82), se lee en el documento final, en el que también se explica que es un pecado “contra las futuras generaciones” y se manifiesta “en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas y contra la virtud de la justicia”.

No al colonialismo eclesial

Y es que la ecología integral, afirman los sinodales, “no es un camino más que la Iglesia puede elegir de cara al futuro en este territorio” sino “el único camino posible”, pues no hay otra senda viable para salvar la región (67). En este punto, los Obispos además llaman a la comunidad internacional para que proporcionen “más recursos económicos”, “un modelo de desarrollo justo y solidario” y “herramientas para frenar el cambio climático”.

El Sínodo rechaza “una evangelización de estilo colonialista” (55) y sostiene que la Iglesia tiene la oportunidad histórica de diferenciarse de las nuevas potencias colonizadoras “escuchando a los pueblos amazónicos para poder ejercer con transparencia su actividad profética” (15). Además, para hacerla frente, los sinodales proponen procesos claros de inculturación de sus métodos y esquemas misioneros. También proponen a los centros de investigación y pastoral que estudien “las tradiciones de los grupos étnicos amazónicos” para defender su identidad y cultura a través de “acciones educativas” (57) que favorezcan la inculturación.

Finalmente, el documento realiza una histórica petición de un rito para los pueblos originarios, para “dar una respuesta auténticamente católica a la petición de las comunidades amazónicas de adaptar la liturgia valorando la cosmovisión, las tradiciones, los símbolos y los ritos originarios que incluyan dimensiones trascendentes, comunitarias y ecológicas”, y que “pueda celebrarse y vivirse según las lenguas propias de los pueblos amazónicos. Urge formar comités de traducciones y redacción de textos bíblicos y litúrgicos en las lenguas propias de los diferentes lugares”.

A la espera de la exhortación papal

Un documento para leer, pensar y trabajar. Y para esperar a la exhortación papal. Caminando juntos, sin marcha atrás, por una Iglesia más participativa, más pobre y más centrada en el cuidado de la naturaleza. Un camino que, como decimos, no debe quedarse únicamente en la Amazonía.

El caudal de esperanza que recorrió, desde el Amazonas, la Roma y su Tíber, llegará en los próximos meses a Alemania, con un Episcopado que, a diferencia del español o el italiano, no tiene miedo de arriesgar y proponer nuevos desafíos para la evangelización. La marea amazónica tiene que llegar a toda la Iglesia: sólo así podremos volver a entender la Iglesia como una Casa Común, en la que todos rememos en la dirección del Evangelio, que es manantial del agua viva, y que últimamente no mana en abundancia entre la Curia. Como sucede con el medio ambiente, la pregunta queda abierta: ¿Llegaremos a tiempo, o cuando tomemos conciencia el daño será irreversible? Nos jugamos mucho. En materia de fe, y de planeta.