EL QUINTO PATIO
Por Carolina Vásquez
Araya
En la mayoría de
países, el Día del Niño se celebra en distinta fecha. La marcada como oficial
corresponde a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, emitida por la
ONU en 1954. Esta coincide con los aniversarios del Día Universal del Niño, la
adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (1959) y la
aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989). Todos ellos,
documentos de mayor trascendencia, firmados y ratificados por todos los países
del mundo.
Pero ¿qué sucede con
esos derechos en el escenario real? 4 millones de recién nacidos en el mundo
mueren durante su primer mes de vida. 148 millones de menores de 5 años en las
regiones en desarrollo —en donde se encuentra nuestro continente— tienen un
peso insuficiente para su edad. 1.020 millones de seres humanos pasan hambre
todos los días. 1.400 millones de personas carecen de acceso al agua potable,
una situación que empeora cada día por el cambio climático y las migraciones
forzadas.
Organizaciones creadas específicamente para observar y contribuir al mejoramiento de la situación de la niñez coinciden en señalar cómo esta afecta a millones de niñas, niños y adolescentes, condenándolos a un escenario de pobreza extrema, violencia, explotación y abuso. Sumado a ello, los países tercermundistas consideran a la niñez y adolescencia un subproducto social, dada su condición de vulnerabilidad y por no poseer la menor incidencia en las decisiones políticas. Debido a ello, se encuentran sujetas a decisiones que no les favorecen y sufren la carga adicional de la marginación en el diseño y aplicación de políticas públicas.
A la niñez se le dedica un día al año, como gesto simbólico y oportunidad política.
Carolina Vásquez Araya
Ante la devastación
provocada por los fenómenos climáticos, los efectos de las guerras, la
injusticia de las migraciones forzadas, la polarización de la riqueza y la
corrupción de los gobiernos, las mayores víctimas se concentran entre la
población infantil y juvenil. Para las potencias económicas y los centros
mundiales de poder político y económico, estas masas de niñas y niños
hambrientos y plagados de enfermedades evitables son bajas colaterales. Ante
esta realidad, celebraciones como la señalada anteriormente no solo resultan de
un simbolismo vacío, sino además son un recordatorio obligado de la absoluta
falta de observancia de las declaraciones dedicadas a proteger a quienes son su
principal objetivo.
Uno de los más graves
efectos del abandono en el cual se desarrollan las nuevas generaciones es el
aumento sostenido de problemas de desnutrición, autoestima, crisis de identidad
y depresión. Esto, que ya era parte de la situación de pobreza en la cual se
encuentra la inmensa mayoría de niños, niñas y jóvenes, ha experimentado un
fuerte incremento a partir de la pandemia. De acuerdo con el informe Estado
Mundial de la Infancia 2021, elaborado por Unicef, “El suicidio es la cuarta
causa principal de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años. Cada año,
casi 46.000 niños de entre 10 y 19 años se quitan la vida: es decir, un niño
cada 11 minutos”.
Los discursos
demagógicos y gestos condescendientes de los líderes políticos en sus promesas
de campaña constituyen, ante este crudo panorama de la infancia, un ejemplo de
la aberrante pérdida de sentido de la realidad que les condiciona en cuanto
acceden al poder. La obligación de la ciudadanía es insistir en el respeto por
los derechos de este sector, tan importante como marginado. De él depende el
futuro y esas no son palabras vacías.