Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

5 de enero de 2023

EVANGELIO DOMINGO 8-Enero-2023 (Mateo 3, 13-17). REFLEXIONES DE PAGOLA

EL BAUTISMO DE JESÚS


Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:

Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?

Jesús le contestó:

Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: <Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto> (Mateo 3,13-17).

 

EXPERIMENTAR A DIOS COMO PADRE

Jesús vive y siente a Dios como Padre. Nunca le invoca como rey o señor, sino como <padre> (abbá). Se confía al misterio de Dios como un hijo querido. Esa es la primera actitud cristiana ante Dios.

Esta experiencia de Dios como padre querido no le encierra a Jesús en una piedad individualista y excluyente. Ese Padre es el Dios de todos los pueblos, el Padre cariñoso de todas sus criaturas. Jesús lo llama <Padre del cielo>, porque no está ligado a un lugar sagrado ni pertenece a un pueblo o a una raza concreta. No cabe en ninguna religión. Es Dios de todos, incluso de quienes lo olvidan. <Él hace salir el sol sobre buenos y malos>.

Tampoco se encierra Jesús en una experiencia egocéntrica de Dios. No lo busca para liberarse de sus miedos, compensar sus vacíos o desarrollar sus fantasías religiosas.

Lo único que busca es que la justicia, la misericordia y la bondad de ese Padre se contagie a todos, y la humanidad pueda conocer una vida más digna y más propia de hijos e hijas de Dios.


El Dios que nos muestra Jesús no está interesado, en primer término, en qué pensamos de él o cómo le experimentamos, sino en cómo nos comportamos con los que sufren.

Vivimos realmente como hijos e hijas de Dios cuando reaccionamos como hermanos ante quienes no pueden disfrutar de una vida digna.

EL ESPÍRITU BUENO DE DIOS

Jesús no actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera arbitraria ni movido por cualquier interés. Los evangelios dejan claro desde el principio que Jesús vive y actúa movido por <el Espíritu de Dios>.

No quieren que se le confundan con cualquier <maestro de la ley>, preocupado por introducir más orden en el comportamiento de Israel. No quieren que se le identifique con un falso profeta, dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de Roma.

Los evangelistas quieren, además, que nadie lo equipare con el Bautista. Jesús es <el Hijo amado> de Dios. Sobre él <desciende> el Espíritu de Dios. Solo él puede <bautizar>  con Espíritu Santo.

El  <Espíritu de Dios>, según la tradición bíblica, es el aliento de Dios, que crea y sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a los vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e hijas.

Por eso Jesús se siente enviado no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. Las primeras generaciones cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús.

<Ungido por Dios con el Espíritu Santo… pasó por la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él >. (Hechos de los Apóstoles 10,38).

¿Qué <espíritu> nos anima hoy a los seguidores de Jesús?

¿Cuál es la <pasión> que mueve a su Iglesia? ¿Cuál es la <mística> que hace vivir y actuar a nuestras comunidades?

¿Qué estamos poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos <curando> a oprimidos, deprimidos o reprimidos por el mal.


EXPERIENCIA PERSONAL

El encuentro con Juan Bautista fue para Jesús una experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús no vuelve ya a su trabajo de Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del Bautista. Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un Dios que quiere salvar al ser humano.

Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida consistirá en adelante en irradiar y contagiar ese amor insondable de un Dios Padre.

Esta experiencia de Jesús encierra también un significado para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos de recorrer. Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros padres y educadores. Es importante lo que oímos a sacerdotes y predicadores. Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿en quién creo yo? ¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de él?

No hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia personal que no puede ser reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos dicen otros. Desde fuera nos pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo quien he de abrirme a Dios de manera confiada.

Por eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más, un determinado conjunto de fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente del contenido doctrinal que se recoge en un catecismo. Todo eso es muy importante, sin duda, para configurar nuestra visión cristiana de la existencia. Pero, antes que eso y dando sentido a todo eso está ese dinamismo interior que, desde dentro, nos lleva a amar, confiar y esperar siempre en el Dios revelado en Jesucristo.

La fe no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo y del que luego podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido en propiedad para siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha del Dios encarnado en Jesús, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y liberada.

Esta fe no está hecha de certezas. A lo largo de la vida, el creyente vive muchas veces en la oscuridad. Como decía aquel gran teólogo que fue Romano Guardini, <fe es tener suficiente luz como para soportar las oscuridades>.

La fe está hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero creyente sabe creer en la oscuridad lo que ha visto en momentos de luz.



Siempre sigue buscando a ese Dios que está más allá de todas nuestras fórmulas u oscuras.

Lo decisivo es la fidelidad al Dios que se nos va manifestando en su Hijo Jesucristo.

RENOVAR EL BAUTISMO

En las primeras comunidades cristianas se habla del <bautismo de agua> practicado por el Bautista y del <bautismo del Espíritu> introducido por Jesús. Por eso, al bautizarse, no lo hacían para para convertirse en discípulos de Juan Bautista, sino para significar su adhesión al evangelio, su apertura al Espíritu de Jesús y su entrada en la comunidad creyente.

Naturalmente, el bautismo era normalmente la culminación de todo un proceso de conversión, y venía a expresar, de manera viva, la aceptación consciente y responsable de la fe cristiana.

Hoy no es así. Nosotros hemos sido bautizados a los pocos días de nuestro nacimiento, sin posibilidad alguna de que el bautismo fuera un gesto personal nacido de nuestra propia decisión.

Sin duda tiene un hondo significado en la familia creyente, que desea ver a su hijo integrado en la comunidad cristiana.

Sin embargo, y por legítima que sea esta costumbre multisecular, es evidente que implica graves riesgos si no adoptamos una postura responsable.

El bautismo que recibimos de niños está exigiendo de nosotros, los adultos, una confirmación en la fe, una ratificación personal.

Sin ella, nuestro bautismo queda incompleto, como signo vacío de contenido responsable, como llamada sin eco ni respuesta verdadera.

 

ESCUCHAR LA PROPIA VOCACIÓN

Los relatos evangélicos no se detienen demasiado en la descripción del bautismo de Jesús. Dan más importancia a la experiencia vivida por él en aquella hora, y que es, sin duda, determinante para su actuación futura.

Podemos decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación profética: ha sido consciente de vivir poseído por el Espíritu del Padre, y ha escuchado la llamada a anunciar a sus hijos e hijas un mensaje de salvación.

Tarde o temprano, todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro
vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer.

Sencillamente, saber que nuestra pequeña vida puede tener un sentido para los demás, y que nuestro vivir diario puede ser vida para alguien.

No se trata tampoco de escuchar un día una llamada definitiva. El sentido de la vida hay que descubrirlo a lo largo de los días, mañana tras mañana.

Vivimos con frecuencia un ritmo de vida, trabajo y ocupaciones que nos aturde, distrae y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo largo de la vida, pero ¿sabemos exactamente por qué y para qué?

Nos movemos constantemente de un lado para otro, pero ¿sabemos hacia dónde caminar? Escuchamos muchas voces, consignas y llamadas, pero ¿somos capaces de escuchar la voz del Espíritu, que nos invita a vivir con fidelidad nuestra misión de cada día?

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan García de Paredes.