Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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4 de noviembre de 2022

Aniversario del Concilio Vaticano II

 

Iglesia en reforma, Hospital de campo, el blog de Dumar Espinosa

Conferencia de un padre conciliar sobre anécdotas del Vaticano II

Cardenal Pimiento (q.e.p.d): “Los obispos franceses critican al papa; los alemanes lo preocupan; los españoles lo defienden; los ingleses lo veneran; los norteamericanos lo mantienen y los italianos viven de él”

Cardenal Pimiento

"Los padres conciliares los frecuentábamos -dos bares instalados en la basílica- para refocilación, estrechar relaciones, comentarios de toda especie y hasta chismes"

"Un teólogo ortodoxo afirmó que el concilio Vaticano I había suprimido a los obispos y que los padres conciliares habían realizado un suicidio canónico”

"Yo voté con la minoría por la separación de esquemas, pero hoy me siento totalmente satisfecho por el logro estupendo de la inclusión de María en la doctrina de la Iglesia"

"El 3 de diciembre de 1963 el insigne pensador francés Jean Guitton y Vittorino Veronese, italiano, hablaron por primera vez como seglares en la gran asamblea"

"Se apreció como milagro mayor el que uno de los mayores teólogos protestantes Oscar Cullmann pronunciara conferencia abierta nada menos que en la oficina de prensa del concilio"

"Urge solicitar a los teólogos que satisfagan el voto del teólogo perito conciliar Karl Rahner: Todavía debe elaborarse una teología que realmente sea digna del concilio Vaticano II"

13.10.2022 | Dumar Espinosa José de Jesús Pimiento

Al cumplirse 60 años de la apertura del Concilio Vaticano II, vale la pena releer algunas memorias del cardenal José de Jesús Pimiento Rodríguez (1919-2019), entonces padre conciliar y arzobispo de Manizales Colombia, quien dictó en 2012 una conferencia magistral durante un Simposio para la inauguración del Año de la fe con “anécdotas que marcan cumbres o hitos históricos del Concilio. Siendo acontecimiento humano y tema de agudas y muy numerosas polémicas, -escribió-, no terminaría de relatar las que precedieron y acompañaron al mayor acontecimiento de la Iglesia en el siglo anterior”.[1] Estas fueron sus palabras:


Humanismo integral


El papa bueno Juan XXIII no sólo organizó en Concilio en todas sus dimensiones e hizo preparar muy digna, adecuada y técnicamente la sede en la Basílica de san Pedro sino que le puso todos los retoques de humanidad hasta espacios para distensión y refrigerio de los participantes; en sacristías adicionales de la basílica organizaron bares muy bien decorados y provistos de jugos, bebidas, bizcochos de toda especie. Los padres conciliares los frecuentábamos para refocilación, estrechar relaciones, comentarios de toda especie y hasta chismes. Les pusieron jocosamente nombres bíblicos: Bar Jona, nombre de san Pedro en hebreo; Barrabás, de triste recordación.

Pero aquí se registra lo más humano del papa,  pues cuando comentó que hacía falta un espacio de distensión, pensó en que también pudieran fumar los asistentes y ante la insistencia negativa de un interlocutor dijo con énfasis y honor: “sí, sí, hay que ponerlo si no terminaremos viendo salir humo de las mitras”.


Tensión por la sucesión


El fallecimiento de Juan XXIII, creó un suspenso mundial y eclesial por la suerte del concilio. Cometarios de Iglesia, de prensa, agitación de toda suerte de opiniones pesimistas y optimistas y desde luego profunda inquietud en los padres conciliares que no podíamos sino con incertidumbre ponderar el futuro del concilio. 

El cónclave fue seguido muy intensamente por optimismos y pesimismos de todo calibre hasta que el 21 de junio de 1963 culminó la elección del papa Montini, Pablo VI. El humo blanco produjo explosión de gozo eclesial y universal pues se despejaba el horizonte y resultaba claro que el concilio herencia preciosa de Juan continuaba felizmente con Pablo.

Los hechos, las declaraciones del mismo elegido papa y las disposiciones sabias, continuas y sin pausa que fueron sucediendo, demostraron que el concilio había encontrado el más firme y acertado timonel.


Preludios de cisma

El lamentable caso de monseñor Marcel Lefebvre se perfiló en el concilio, apareciendo él siempre como una isla del episcopado francés. En conferencia de prensa se centró en elogiar el centralismo de la Curia romana y en criticar las conferencias episcopales nacionales como peligro para los obispos, como fruto de un nuevo colectivismo que invade a la Iglesia. Que las opiniones y votaciones conciliares son meramente consultivas y orientadoras para el papa quien puede decidir solo. Todo esto en contravía de lo que se venía analizando y promoviendo en el concilio como aspectos de verdadera renovación y necesario progreso. Impulsó además un movimiento ideológico que se denominó “Grupo internacional de padres”, para presionar con mensajes y publicaciones multiplicadas a montones algunos válidos y oportunos pero la mayoría marcando tozudez e intransigencia que culminó pasado el concilio en el doloroso cisma que no acaba de reconciliarse.


Sacramentalidad y colegialidad

El Concilio Vaticano I, disuelto por el asalto a los Estados pontificios, dejó ambiente de frustración grande por no haber logrado avanzar en su doctrina sobre la Iglesia en la que avanzó sólo la infalibilidad del papa como primado absoluto sin madurar al episcopado, provocó así un agudo centralismo y confusión sobre el significado, valor y poderes del primado así como de la misión episcopal, tanto que un teólogo ortodoxo pudo escribir que el concilio Vaticano I había suprimido a los obispos y que los padres conciliares habían realizado un “suicidio canónico”; quedó un vacío teológico grave en sí mismo y en sus consecuencias.

Las palabras sacramentalidad y colegialidad hoy nos suenan familiares y como sin trascendencia, pero a la hora del Vaticano II eran desconocidas; no se valoraba en su total contenido y era objeto de debate teológico. Constituyen un progreso enorme en la fe y en la conciencia de la misión y responsabilidad pastorales. Si el episcopado no es sacramento, el obispo es solo un delegado del sumo pontífice y su función se limita al territorio de su diócesis. La sacramentalidad en cambio, le confiere gracia propia de origen divino; no es entonces simple delegado del papa sino vicario real de Cristo. La colegialidad lo hace corresponsable con el sumo pontífice de toda la Iglesia; y el Colegio episcopal tiene mandato y poderes de origen divino que se manifiestan en el concilio pero no sólo en éste; ésto conlleva consecuencias que todavía no se están viviendo en toda su profundidad y extensión. Por la importancia de las verdades que encierran los términos sacramentalidad y colegialidad se explica que los debates sobre el tema fueran encendidos, prolongados y profundos; que culminaron felizmente en votaciones de unanimidad y renovación radical de la vida eclesial que debemos llevar hasta las últimas consecuencias prácticas. El 30 de octubre de 1963 se despejó la visión conciliar con 99% de votantes favorables a la sacramentalidad del episcopado y 80% a la colegialidad de derecho divino.


Votación sobre el esquema mariano

Para el debate sobre la doctrina de la Iglesia apareció la propuesta de incluir en el tema Iglesia la doctrina sobre María santísima. Por el tema en sí  y por la tradición de mariología separada, con tendencias minimalistas y maximalistas, con carga intensa de sentimientos filiales, se acentuaron las corrientes conciliares de inclusión o separación; con argumentos bien ponderados de parte y parte. En la sesión del 24 de octubre de 1963 el cardenal Rufino Santos, filipino, expuso las razones a favor de la separación; y el cardenal König de Viena las razones de la inclusión. El 29 de octubre de 1963 se cumplió la votación con 1114 votos por la inclusión y 1074 por la separación; 40 votos de diferencia, pero en serenidad, sin ambiente de vencedores y vencidos; se satisfizo así la propuesta de Pío XII de construir una devoción mariana que huya de una –presentación- falsificadora y excesiva que sobrepasaría la verdad, de otra de una timidez excesiva que restringiera la dignidad de la Madre de Dios.

Yo voté con la minoría por la separación de esquemas, pero hoy me siento totalmente satisfecho por el logro estupendo de la inclusión de María en la doctrina de la Iglesia como aparece en el capítulo VIII de la constitución sobre la Iglesia, que finalmente voté con la unanimidad.  

El aula conciliar

Anécdotas de humor y símbolos

Cuando nos despedíamos los obispos de la segunda sesión conciliar corrió la nota de apuntes psicológicos sobre episcopados participantes, afirmando con humor algo negro: “los obispos franceses critican al papa; los alemanes lo preocupan; los españoles lo defienden; los ingleses lo veneran; los norteamericanos lo mantienen y los italianos viven de él”; pero numerosos hechos se convirtieron en signos de cambios trascendentales en la vida de la Iglesia.


Caída de esquemas conciliares

El 21 de noviembre de 1962, el sumo pontífice Juan XXIII ordenó retirar el esquema presentado sobre la revelación divina, pues en el debate sobre él se había pronunciado el 73% de la asamblea rechazándolo y pidiendo nueva redacción. La sabia decisión pontificia llevó consigo el nombramiento de nueva comisión redactora; demostró que en el concilio había completa libertad de pensamiento y de opinión; que nada se iba a imponer y que por el contexto del debate había que pasar del juridicismo establecido a cambios renovadores con nueva y profunda visión teológica.

El hecho mal interpretado como rebelión interna del concilio produjo la gracia de cambio profundo del concilio hacia verdadera renovación que hizo que los 70 esquemas presentados fueran reducidos sustancialmente a menos numerosos y centrados en lo fundamental, con visión enteramente nueva. El momento fue calificado de histórico, como el fin de la contrarreforma; ya no era el espíritu polémico del concilio de Trento, justo en su momento, sino la hora de la conversión, de la reflexión y del diálogo, para buscar la verdad en el único centro Jesucristo. El hecho le imprimió rumbo radicalmente nuevo y definitivo al concilio.


Signo de pobreza evangélica

El 13 de noviembre de 1963 se dio otro signo elocuente que se ha de profundizar como lección permanente de vida eclesial. Asistiendo el sumo pontífice Pablo VI a celebración eucarística por obispos de rito bizantino, el secretario del concilio comentó que el papa habiendo oído intervenciones de los padres sobre la pobreza evangélica había decidido entregar la tiara para las necesidades de los pobres; la que él mismo depositó discretamente sobre el altar. Fue un signo antes interpretado por él mismo cuando dijo: “en la Iglesia hay dos presencias de Cristo, una en el pobre, otra en el papa; Cristo vive en el pobre para recibir; vive en el papa para dar; pero el pobre y el papa pueden coincidir, pueden unirse en una sola persona, revestida si de una doble representación de la autoridad y de la pobreza”; quiso decir que la Iglesia toda en todos sus miembros e instituciones debe despojarse siempre de las escorias temporales.

En el concilio se dieron resonancias frecuentes y fuertes sobre el modelo de Cristo pobre; sobre la pobreza evangélica y la opción preferencial por los pobres, que quedaron consignadas en los documentos, especialmente en Gozo y esperanza, cuando afirmó: “Nunca ha tenido la humanidad tanta abundancia de riquezas, posibilidades y poder económico y sin embargo todavía, una enorme parte de la población mundial se ve afligida por el hambre y la miseria” (G.S. 4). Con tal tono y firmeza no menos de 5 frases conciliares invitan a anunciar con tesón la doctrina social y el valor de la pobreza, con denuncias que exijan justicia integral de humanidad.

 


Temas varios

Cuando el 2 de diciembre de 1963 el esquema sobre el ecumenismo fue acogido por unanimidad conciliar, se comprendió que el camino de la unidad de los cristianos estaba abierto en la Iglesia de par en par. El 3 de diciembre de 1963 el insigne pensador francés Jean Guitton y Vittorino Veronese, italiano, hablaron por primera vez como seglares en la gran asamblea. El hecho se estimó como anuncio de la trascendencia que el concilio iba a proclamar, dando impulso definitivo, consistente y permanente al apostolado seglar. El mismo día el sumo pontífice […] como derechos estables de los obispos, 40 concesiones y 8 privilegios que se estaban por documentos del Vaticano, indicando de esa forma la plenitud de facultades que se iban a reconocer como propios de los obispos con la aprobación futura de la sacramentalidad del episcopado.

El 14 de septiembre de 1965 se inauguró la cuarta sesión conciliar y el discurso inaugural fue una proclamación solemne del amor de la Iglesia a la humanidad, como única forma de ser Iglesia, como ejercicio vivo del amor de Dios a la humanidad; como invitación formal a construir la civilización del amor. Al propio tiempo el sumo pontífice con visión profunda del bien total, concretó una forma de aplicar permanentemente de aplicar la colegialidad episcopal con la institución del sínodo mundial de obispos que es prácticamente una forma de consultar al episcopado en forma constante como prolongación permanente y dinámica de la comunión conciliar.

Cuando el 4 de octubre de 1965 su santidad Pablo VI viajó a New York invitado por la ONU a hablar sobre la paz, conmovió al mundo por su presencia con toda la altura moral de la Iglesia en un foro internacional de calidad puramente humana y política e hizo comprender la importancia del hecho y el prestigio del pontificado, pero especialmente como signo de que la constitución Gozo y esperanza que apenas se discutió en el concilio, abría espectacularmente la aplicación del diálogo total de la Iglesia frente a todos los desafíos históricos para beneficio integral de la humanidad.

 


Milagros 

Cuando el cardenal Bea en la conferencia de prensa del 8 de noviembre de 1962 reconoció como verdaderos milagros la presencia en el concilio como observadores de más de 40 protestantes y buena parte de ortodoxos, pues la invitación que se les había enviado había sido objeto de rechazos y condicionamientos inesperados, mientras el signo de estar presentes resultaba definitivamente como estímulo reconfortante y esperanzador; y se apreció como milagro mayor el que en los mismos días, uno de los mayores teólogos protestantes Oscar Cullmann pronunciara conferencia abierta nada menos que en la oficina de prensa del concilio, hecho impensable en la etapa precedente de separación, rechazos y contradicciones intensos; indudablemente impresionaban las reacciones positivas de los observadores cuando manifestaban su admiración por la libertad con que los padres conciliares expresaban opiniones, pues no creían que en la Iglesia católica se diera en ejercicio tal libertad. A ellos se unían innumerables expresiones de cordialidad, fraternidad y honda y sincera comprensión.


Datos estadísticos

Para quienes aprecian números, importa recordar que el concilio se extendió por cuatro años en otoños consecutivos; que participaron alrededor de 2500 obispos de todo el mundo. Entre obispos,  peritos, auditores y observadores, participaron 3500 personas. Se celebraron 168 congregaciones generales; 2212 intervenciones orales; 147 relaciones sobre documentos y 4361 intervenciones escritas, con millares y millares de propuestas de enmiendas a los documentos.


Fueron 300 los personajes que actuaron como comisionados para redactar los documentos conciliares; para rehacerlos de acuerdo con las intervenciones en el concilio y para presentarlos a la definitiva votación del concilio. Es una obra colosal que demuestra que la Iglesia estaba viva, dinámica, actuante; edificándose con todas sus energías divinas y humanas con todo su ser. Lo afirmó el sumo pontífice: “La Iglesia vive, ¿acaso no es ésto venerables hermanos lo que os ha hecho venir a este concilio ecuménico?, ¿acaso no habéis venido para ver vivir a la Iglesia?, más aún, ¿para hacerla vivir más intensamente, para descubrir que no está en los años de su vejez, sino en la juvenil energía, en su perenne vitalidad? Para ésto habéis venido; y he aquí que estos actos conclusivos del concilio nos hacen experimentar: la Iglesia vive, la Iglesia piensa, la Iglesia habla, la Iglesia crece, la Iglesia sigue edificándose.


Súplica como culminación de anécdotas

 

Ahora, por amor a la Iglesia y a la humanidad, permítanme invitarlos con ardor y esperanza a no permitir que el concilio se vuelva cuento e historia pasada, sino que comprendiendo el voto del beato Juan Pablo II, sea brújula segura para orientarnos en el camino del siglo en marcha. Todos y cada uno de nosotros tenemos que apropiarnos el concilio; comprenderlo a fondo; orar con él y aplicarlo a conciencia y con total generosidad. Los logros alcanzados son grandes, pero queda la urgencia mayor de aplicarlo con todo su sentido y alcances, que es nuestra gran responsabilidad ahora. Urge que la constitución sobre la Iglesia que ilumina su misterio y nuestro misterio se viva en intensa y profunda comunión vertical y horizontal con dinamismos total y originalmente trinitarios. Es necesario que la constitución sobre la divina Revelación se convierta para cada uno en verdadera pasión por la Palabra de Dios, aplicando a fondo la Exhortación apostólica post sinodal sobre la Palabra, con decisión irrevocable de ser todos evangelizadores de nueva evangelización para una humanidad en honda crisis de verdad y bien fundamentales; es indispensable que el episcopado lleve hasta las últimas consecuencias en su conciencia y acción pastoral las fulgurantes doctrinas sobre sacramentalidad y colegialidad del episcopado que el concilio ofreció como clave para renovación profunda e integral del ejercicio pastoral.


El presbiterado debe, para renovación conciliar verdadera, adquirir el perfil real de pastores según el corazón de Dios en presbiterios estrechamente unidos con su obispo y entre sí, para fundar de tal modo comunidades cristianas auténticas y maduras. Urge solicitar a los teólogos que satisfagan el voto del teólogo perito conciliar Karl Rahner: “Todavía debe elaborarse una teología que realmente sea digna del concilio Vaticano II y del quehacer por él planteado; las respuestas y soluciones del pasado concilio no podían ser sino comienzo muy remoto del quehacer de la Iglesia del futuro”.


El pueblo de Dios tiene derecho a que por una pastoral litúrgica, intensa y profunda tome conciencia de que la liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza y que los fieles participen plena, consciente y activamente en las celebraciones litúrgicas para vivir los misterios de Cristo en que bebe el espíritu verdaderamente cristiano.


La Constitución Gozo y esperanza, en que la Iglesia manifiesta que pone toda su realidad y fuerza al servicio de la humanidad, debe convertirse en dinámica de diálogo personal y comunitario para apoyar soluciones a los grandes desafíos de la humanidad en la hora actual. El decreto sobre el apostolado seglar tiene que llevar progresiva pero indefectiblemente a que los seglares católicos asuman con decisión su responsabilidad de hacer que el orden temporal en todas sus dimensiones y formas asuma los valores cristianos de que hoy carece; para ello, los pastores cumplan el deber de garantizarles una formación proporcionada a tamaña responsabilidad; y finalmente por […] de hambre, miseria e injusticias sociales que fueron focalizadas por el concilio con llamadas a la pobreza evangélica y denuncias enérgicas especialmente en Gozo y esperanza, son mandato claro para que la Iglesia en todos sus niveles, instituciones y personas, ofrezca signos y acciones evidentes de real pobreza evangélica y asuma con valentía la opción preferencial por los pobres, anunciando específicamente los principios claves de la doctrina social y logrando que la causa de los pobres sea asumida con la denuncia intrépida de las injusticias sociales vigentes. 

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