Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

19 de enero de 2019

San Francisco de Sales

San Francisco de Sales

Obispo de Ginebra, Doctor de la Iglesia (1564-1622) 

“La medida del amor, es amar sin medida.”

La Reforma protestante despertó una variedad de respuestas de parte de los apologistas católicos. No contentos con afirmar la verdad, pensaron que la Iglesia debía denunciar el error de manera agresiva y causar su supresión por cualquier medio necesario. Pero otros respondieron de manera diferente. Percibieron en los signos de los tiempos un llamamiento general a la conversión y a una aspiración más intensa a la santidad. Entre los grandes santos de este período se encuentra san Francisco Sales. Como obispo y director espiritual, expuso un mensaje de amor y moderación que tuvo un enorme efecto en restablecer la vitalidad y credibilidad de la Iglesia Católica. La única queja contra sus métodos vino de los críticos rigoristas, que lo acusaban de hacer aparecer la santidad como algo fácil de lograr.

Francisco nació en Saboya en 1567. Sus parientes adinerados deseaban que  fuera abogado y ministro del gobierno. Él se sometió a sus ambiciones y obtuvo un doctorado en leyes. No obstante, estuvo siempre convencido de que su verdadera vocación se encontraba en el sacerdocio. Esto le causó una tremenda tensión hasta que, finalmente, le confesó a su tutor: “Dios no desea que yo siga la vida a la cual me destina mi padre.” Con la ayuda del obispo de Ginebra, fue ordenado sacerdote en 1593.

Al año siguiente, Francisco aceptó una tarea peligrosa. La región de Chablais, alrededor del Lago de Ginebra, se había vuelto completamente calvinista. Las iglesias católicas habían sido incendiadas, los conventos habían cerrado y todos los sacerdotes se habían visto forzados al exilio. Pero en 1594, el católico Duque de Saboya reconquistó la región y solicitó al obispo que permitiera a los sacerdotes retornar. Dada la profunda hostilidad local hacia la Iglesia, esto fue considerado como una misión casi suicida. Sin embargo, Francisco se ofreció para llevarla a cabo.

Durante cuatro años recorrió la región a pie, escapando muchas veces al asesinato. Vivió en la pobreza, dependiendo de las limosnas y sufriendo a través de duros inviernos. Más que denunciar simplemente al calvinismo, eligió, en vez, proclamar el mensaje positivo del Evangelio, de manera superar los estereotipos negativos sobre la fe católica. No por la fuerza de las armas, sino a través del amor y la abnegación, buscó volver los corazones de la gente a su antigua fe. Obtuvo un éxito sorprendente. 
Al menos dos mil trescientas familias se reconciliaron públicamente con la Iglesia católica, como resultado de su misión.

En 1602 fue nombrado obispo de Ginebra. Debido a que la ciudad continuaba siendo un fortín calvinista que no toleraba el disenso, Francisco no pudo entrar en su sede titular y se instaló en el pueblo de Annecy, unas cincuenta millas al sur. Desde allí supervisaba la administración de su diócesis y obtuvo una extensa fama como predicador y director espiritual.

En sus viajes a Francia conoció a una joven y rica viuda, *Juana de Chantal. Luego de la trágica muerte de su esposo, que la dejó al cuidado de cuatro niños pequeños, Juana había sentido la vocación de dedicarse a Dios. Francisco se volvió su director espiritual, y luego de algunos años la alistó a sus planes para crear una nueva forma de congregación religiosa. En vez de aceptar la clausura tradicional, estas mujeres combinarían la oración con una vida de caridad entre los pobres. Éste fue parte del plan de Francisco para rejuvenecer a la Iglesia elevando la devoción espiritual. En 1610, ambos fundaron la Orden de la Visitación, con Juana como superiora.

Para ese momento, Francisco ya había obtenido una amplia fama a través de la publicación de su libro: Introducción a la vida devota. Este manual de devoción fue traducido rápidamente a otros idiomas y sigue siendo uno de los  clásicos de la espiritualidad cristiana. La mayoría de estos libros estaban dirigidos a clérigos o miembros de las órdenes religiosas. Lo significativo del libro de Francisco era que se dirigía a los cristianos cualquiera fuese su condición de vida. El camino a la santidad, enseñaba, podía ser seguido en el mundo tanto como en el claustro. La tarea del director espiritual era adaptar la vida de devoción a la variedad de caminos de la vida: “La religión debe ser practicada de manera diferente por un noble, un trabajador, un servidor, un príncipe, una viuda, una joven, una esposa. Aún más, la práctica de la religión debe adaptarse a la fuerza, situación de vida y obligaciones de cada individuo.” Cualquiera fuese el estado que ocupara cada uno, la lógica de la vida religiosa era la misma; era cuestión, en esencia, de destetarse gradualmente del pecado y de ampliar la capacidad de amar y de practicar la virtud. “La devoción genuina”, escribió, “es, simplemente, verdadero amor a Dios.”
Este tono moderado y equilibrado explicaba la atracción que ejercía Francisco. Sin imponer una dura disciplina o forzar a una elección drástica entre el bien y el mal, su método consistía en desarrollar hábitos de discernimiento que inclinaran a la voluntad en dirección a la luz de Dios. La prueba del verdadero progreso en la vida espiritual no consistía en el rigor del propio sacrificio sino en la intensidad de la caridad.


Cada página del libro de Francisco lleva impresa su sabiduría característica y su comprensión de la psicología humana: “Una sola oración dicha con sentimiento tiene más valor que muchas expresadas en forma rápida y apresurada.” “El Reino de la Gloria no recompensa a sus servidores según la dignidad con la que llevan a cabo su tarea.” Advierte que el devoto no cumplirá diariamente con sus ideales. Pero antes que rebajase como si fuera un pecador sin valor alguno, urge al penitente a decir: “¡Ay de mí, pobre corazón, henos aquí, caídos en el abismo que tan firmemente habíamos decidido evitar!

Y bien, debemos levantarnos nuevamente y abandonarlo para siempre.”

Francisco de Sales falleció en 1622. En 1923, papa Pío XI lo nombró santo patrono de los escritores.

Por Rosario Carrera

Inspirada en el libro de Todos los Santos de Ellsberg Robert