Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

10 de febrero de 2022

EVANGELIO DEL DOMINGO 13 -Febrero- 2022(Lucas 6, 17-20-26). Reflexiones de Pagola

 

FELICIDAD NO CONVENCIONAL

 


En aquel tiempo bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

-Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas (Lucas 6, 17.20-26).

 

DICHOSOS LOS QUE NOSOTROS MARGINAMOS

Jesús no poseía poder político ni religioso para transformar la situación injusta que se vivía en su pueblo. Solo tenía la fuerza de su palabra. Los evangelistas recogen los gritos subversivos que Jesús fue lanzando por las aldeas de Galilea en diversas situaciones.

Sus bienaventuranzas quedaron grabadas para siempre en sus seguidores.

Se encuentra Jesús con gentes empobrecidas que no pueden defender sus tierras de los poderosos terratenientes. Ve llorar de rabia e impotencia a los campesinos. Y los alienta: <<Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis>>.

Observa el hambre de las mujeres y los niños desnutridos y no puede reprimirse: <<Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados>>.

Jesús está con ellos. No lleva dinero, camina descalzo y sin túnica de repuesto. Es un indigente más que les habla con fe y convicción total.

Los pobres le entienden. Jesús los llama <<dichosos>> porque Dios está de su parte. Su sufrimiento no durará para siempre. Dios les hará justicia.

Jesús es realista. El mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos de Dios.

Esto es lo que Jesús quiere dejar bien claro en un mundo injusto: los que no interesan a nadie son los que más interesan a Dios.

Los que vivimos acomodados en la sociedad de la abundancia no tenemos derecho a predicar a nadie las bienaventuranzas de Jesús. Lo que hemos de hacer es escucharlas y empezar a mirar a los pobres, los hambrientos y los que lloran como los mira Dios. De ahí puede nacer nuestra conversión.

 

TOMAR EN SERIO A LOS POBRES

Junto a las <<bienaventuranzas>> a los pobres, el evangelista recuerda las <<malaventuranzas>> a los ricos: << Dichosos los pobres…los que ahora tenéis hambre…los que ahora lloráis>>. Pero, <<ay de vosotros, los ricos…los que ahora estáis saciados…los que ahora reís>>. El Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos. Mientras para los pobres es una Buena Noticia que los invita a la esperanza, para los ricos es una amenaza que los llama a la conversión. ¿Cómo escuchar este mensaje en nuestras comunidades cristianas?.

Antes que nada, Jesús nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo, la que más le hace sufrir, la que más llega al corazón de Dios. Una realidad que, desde los países ricos, tratamos de ignorar, encubriendo de mil maneras la injusticia más cruel, de la que en buena parte somos cómplices nosotros.

¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, los que no tienen voz ni poder, los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?

Los cristianos no hemos descubierto todavía la importancia que pueden tener los pobres en la historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para vernos en nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan a la conversión.

Ellos nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de manera más evangélica.

O tomamos en serio a los pobres o nos olvidamos del Evangelio.

 

FRENTE A LA SABIDURÍA CONVENCIONAL

Lo advirtamos o no, todos aprendemos a vivir de nuestro entorno cultural. A lo largo de los años vamos interiorizando la <<sabiduría convencional>>.

Acostumbrados a responder a sus dictados, nos cuesta advertir nuestra ceguera y falta de libertad para vivir de manera más honda y original. Nos creemos libres, y en realidad vivimos domesticados; nos consideramos inteligentes, pero solo atendemos a lo que la sociedad nos ofrece.

Uno de los rasgos que más destacan en Jesús los investigadores modernos es su empeño en liberar a las personas de esa <<sabiduría convencional>> para acoger el proyecto de Dios de un mundo más humano.

Jesús vive y enseña a vivir de una manera nueva y provocativa, modelada por valores diferentes: compasión, defensa de los últimos, servicio a los desvalidos, acogida incondicional, lucha por la dignidad de todo ser humano.

 

¿QUÉ FELICIDAD?

Todos llevamos en lo más profundo de nuestro ser un hambre insaciable de felicidad.

Sin embargo, cuando se nos pregunta qué es la felicidad y cómo encontrarla, no sabemos dar una respuesta demasiada clara. La felicidad es siempre algo que nos falta. Algo que todavía no poseemos plenamente.

Por eso la escucha sencilla de las bienaventuranzas provoca siempre en nosotros un eco especial. Por una parte su tono fuertemente paradójico nos desconcierta. Por otra, la promesa que encierra nos atrae, pues ofrecen una respuesta a esa sed que hay en lo más hondo de nuestro ser.

A los cristianos se nos ha olvidado que el Evangelio es una llamada a ser felices. No de cualquier manera, sino por los caminos que sugiere Jesús.

Según él, es mejor dar que recibir, es mejor servir que dominar, compartir que acaparar, perdonar que vengarse.

Felices los que saben ser pobres y compartir lo poco que tienen con sus hermanos. Malditos los que solo se preocupan de sus riquezas y sus intereses.

Felices los que conocen el hambre y la necesidad, porque no quieren explotar, oprimir y pisotear a los demás. Malditos los que son capaces de vivir tranquilos y satisfechos, sin preocuparse de los necesitados.

Felices los que lloran las injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el sufrimiento de los débiles. Malditos los que se ríen del dolor de los demás mientras disfrutan de su bienestar.

 

FELICIDAD AMENAZADA

Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la sociedad. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e increíble, incluso para los que nos llamamos cristianos.

Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado incluso a confundir la felicidad con el bienestar.

Para muchos lo decisivo para ser feliz es <<tener dinero>>. Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. Nos gusta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.

Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado solo de bienaventuranzas. Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del amor, disfrutan satisfechos en su propio bienestar.

Quizá estamos viviendo unos tiempos en los que empezamos a intuir mejor la verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: <<¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!>>.

Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar.

Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.

¿Y si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra felicidad demasiado amenazada? ¿No tenemos que buscar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y compartir más?

 

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan de la Cruz