MARTÍN VALMASEDA
Últimamente entre los comentarios del Papa Francisco, en torno a los sucesos actuales, está el entendimiento entre países y personas. No sólo a nivel político, sino familiar o deportivo.
No hay mayor sordo que quien no quiere escuchar. Lo hemos visto y escuchado recientemente, en el enfrentamiento entre un jugador brasileño y el público; o la actitud del presidente ruso que cuando recibió una propuesta para la paz contestó diciendo cínicamente que él no había recibido nada. No queremos oir, para eso no leemos las noticias, que no nos convienen o nos hacemos los sordos para poder hablar o gritar nosotros solos y no escuchar a los demás.
San Mateo habla en su evangelio de algo de eso:< los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.» (12,14-21)
Esperar  otra palabra 
unida  con  el 
diálogo,  junto  con 
escuchar.  Conozco  gente 
con  problemas  de 
audición  que  no 
usa  los  audífonos 
porque  así  puede 
hablar  él  solo, 
lo  que  es 
distinto  al  diálogo.
Pensemos  si 
en  nuestras  ciudades, grupos sociales,  familias... 
predomina  la  escucha 
y  el  diálogo 
o  el  monólogo 
y el  grito.
 



