Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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16 de junio de 2022

La guerra de Ucrania. Por Fernando Bermúdez

Fernando Bermúdez López 

Comparto este artículo que publiqué en la prensa (Diario La Verdad, Murcia, 11.2.2022):




La guerra de Ucrania está poniendo de manifiesto la falta de humanidad que existe en el mundo. Es una expresión de la crisis de valores que vivimos.  Una guerra entre dos imperios, Estados Unidos y Rusia, que han tomado a Ucrania como campo de batalla sin importarles el sufrimiento humano que este enfrentamiento conlleva: bombardeos indiscriminados, destrucción, muerte, riadas de refugiados…

Llama la atención que los países de la Unión Europea en vez de buscar alternativas para poner fin a la guerra, hayan optado por enviar cada vez más armamento bélico. A través del Fondo Europeo para la Paz  -¡qué ironía!-  ya ha mandado armas a Ucrania por valor de 2.300 millones de euros. Ahí está también España. Enviar armas a Ucrania es echar más leña al fuego. Es crear una espiral de violencia y más destrucción y muerte. Y consecuentemente, incrementar el sufrimiento de la gente. No es con las armas como se solucionan los conflictos sino con la negociación y la diplomacia. Pero ni Estados Unidos, ni Rusia, ni la Unión Europea han tenido la capacidad ni la voluntad política de dialogar a fondo. Se podía haber evitado esta guerra de haberse cumplido los acuerdos que firmados en 1991 entre Rusia y la OTAN, y después los acuerdos de Minsk en septiembre de 2014.

Tampoco la ONU ha tenido capacidad para dialogar. Está condicionada por el Consejo de Seguridad y los países del G-7. No tiene ninguna fuerza moral. Es un organismo que necesita una profunda refundación tal como señalara en su día Miguel d,Escoto Brockmann, siendo presidente de la asamblea general de Naciones Unidas. Este organismo se creó en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, para que nunca más se viviera una guerra y velar por el desarrollo de la paz que nace de la justicia y la solidaridad internacional.

No existe en los gobiernos del mundo voluntad para garantizar la paz. Los intereses geopolíticos, económicos y militares rigen los destinos de la humanidad. La industria y el comercio de armamentista es una de las fuentes que más dinero mueven en el mundo. Se fabrican armas porque hay demanda. Es un negocio que mueve sumas astronómicas de dinero. Los conflictos bélicos son una oportunidad para dar salida a sus mortales mercancías. Si no hay guerras hay que provocarlas. A los imperios (USA-OTAN, Rusia, China…) y a los señores de la guerra no les importa el drama humano que genera una guerra, las muertes de niños y niñas indefensos, los miles de millones de personas huyendo de la muerte y buscando refugio en otros lugares o el hambre que siembra.

El poderoso sistema económico mundial, –hoy llamado anarcocapitalismo-, se alimenta de guerras y del sufrimiento de los pueblos. Se basa en una supuesta “seguridad”, pero en realidad lo que le mueve son los intereses económicos, geopolíticos y estratégicos. Prueba de ello son las intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN en multitud de países de América Latina, África y Oriente Medio. Rusia con la invasión a Ucrania y sus intervenciones militares en otras ex repúblicas del URSS confirman lo que estoy diciendo.

Mientras tanto, el espectro del hambre amenaza al mundo entero, pero sobre todo a países africanos: Sudán, Etiopía, Eritrea, Somalia, Kenia, Uganda, Mauritania, Mali, Níger, Nigeria, Chad, Sudán…, países muy dependientes de los cereales rusos y ucranianos, que ya han visto cómo escasean y se encarecen. Sólo en Etiopía, Kenia y Somalia muere una persona de hambre cada 48 segundos, según Oxfam Intermón y Save the Children.  Si la guerra se prolonga, millones de personas morirán más allá del campo de batalla.

La Unión Europea no ha desembolsado ni un solo euro para paliar esa crisis, y los expertos hablan del riesgo de nuevos desplazamientos de millones de personas a causa del hambre. Razón tiene el papa Francisco cuando señala que el incremento de la industria armamentista frente al hambre en el mundo es una ofensa a la humanidad, particularmente a los pobres y una blasfemia contra Dios. No son las bocas de los cañones las que hay que alimentar sino las de los pobres de la tierra.