Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

23 de febrero de 2018

LO QUE VA DE AYER A HOY



HISTORIAS BIBLICAS DE AYER
QUE SE REPITEN HOY

EL LÁTIGO 

 Capítulo  4.- el látigo peregrino

Ayer

 Y así, con la celeridad del tiempo narrado, aparecemos en la   Edad Media. ¿Y dónde mejor en
esa época que a lo largo del camino de Santiago en el norte de España?
Es que, de ermita en ermita y de monasterio en monasterio, el inquieto cordel había ido pasando por toda Europa. Con él también, de boca en boca, había corrido la historia del látigo. Había corrido, como buena tradición medieval, corrigiéndose y aumentándose. Ya se contaban leyendas de ángeles con látigos de fuego y dragones sometidos con la cuerda atada al hocico.
El hecho es que un monje heredero de la reliquia, afincado en el sur de Francia, emprendió la peregrinación a la tumba del apóstol. Se ciñó el hábito de peregrino con la santa cuerda y empezó a correr leguas.
Cuentan las crónicas (que en aquella época seguían gozando de una imaginación desbordante) cómo cuando el peregrino intentaba colgar su bolsa de dinero en el santo cinturón, el nudo de la
cuerda se desataba y las monedas se desparramaban. 

Cuentan también que cuando el caminante se encontraba con un río caudaloso y sin puente, asíase de su tosco cinturón, tiraba hacia arriba y cruzaba el río con la agilidad de Tarzán colgado de una liana.





Cuentan otros que, ante el ataque de unos bandoleros, desatóse la cuerda de la cintura y se
convirtió en cruz resplandeciente. Los asaltantes huyeron y el ceñidor de esparto volvió a anudarse en su sitio como si nada hubiera sucedido.
Y cuentan, sobre todo, que llegando a la puerta de la catedral compostelana, la cuerda se negó a entrar. El peregrino no pudo dar ni un paso en el templo. Tuvo que desatarse el látigo-cinturón para poder entrar bajo las bóvedas.
El sagrado látigo del Señor Jesús se quedó anudado en una columna del atrio. 
Pero cuando salió del templo el peregrino, su bendito cinturón ya no estaba en la columna. Tampoco estaba la plaga de mercaderes, vendedores de imágenes, de pergaminos con indulgencias, de reliquias “auténticas” de la Santa Cruz de Jerusalén, de bebidas y bálsamos benditos... No, no estaban.

Un mendigo ciego, sentado en la escalinata contó al peregrino cómo él mismo había visto (“con estos ojos que se los ha  de comer la tierra”) que escapaban los vendedores, perseguidos por una cuerda que se agitaba frenética sobre  sus cabezas. Los mercaderes perseguidos y la cuerda perseguidora se perdieron por el camino.
(La imagen se desvanece fundiendo a un gris de niebla gallega

Hoy
Esta narración del látigo peregrino a Santiago  tiene mucha actualidad  porque la tradición   que empezó hace siglos sigue hoy.
Pero como todas estas  costumbres llamadas religiosas  también ha cambiado.  Muchos
peregrinos, cada vez  más  recorren el camino, aunque con distintos intereses. El camino por motivos de fe no lo hacen muchos.  Otros sí  por una cierta inquietud espiritual que tiene su valor.  Pocos recuerdan que los primeros cristianos. Antes de llamarse así se decían  “los del camino”, porque fue   una vida nueva siguiendo  un nuevo camino lo que Jesús les enseñó (hechos de los apóstoles 9 (1-9)-
Pero luego aparecieron otros elementos en  esa vía, que  podemos resumir con el nombre de turismo.

Muchos jóvenes, sobre todo, y también mayores, se echaron a esa ruta por motivos medio deportivos, medio estético, aunque también  en el fondo  caminaban sintiendo que algo tenía que haber  en ese extraño camino.

  A lo largo de aquellas sendas,  conventos, parroquias, ayuntamientos y discretos negocios de hoteles se abrían a los caminantes.  Algunos  se abrían sencillamente  de brazos   y corazón  fraternal  en albergues de descanso y reflexión


A pesar de los que  sólo veían a los peregrinos como clientes con dinero para desarrollar la economía propia y del país.

Al  final de la ruta se levanta la majestuosa basílica  con su  botafumeiro, incensario gigante  que en tiempos de menos higiene se ocupaba de disminuir el olor a sudor y basura  de los  que entraban; aunque hoy  los  peregrinos pueden llevar en su 


mochila desodorantes y perfumes y alquilar duchas en los hoteles de los alrededores


   Es posible que un poco de látigo les hiciera falta a los piadosos  peregrinos  actuales, allí y a su vuelta a sus  cómodas habitaciones,  como les contaremos en el próximo y último capítulo