Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

9 de febrero de 2018

TESTIMONIOS



Pedro Arrupe
Superior General de los jesuitas (1907-1991)

En 1965, el padre Pedro Arrupe fue elegido superior general de la Compañía de Jesús, el primer
vasco, después de Ignacio de Loyola, en ocupar esta posición. En los dieciocho años de servicio como superior general, Arrupe llevó a cabo una renovación tan profunda de los jesuitas, que es llamado por mucho en la compañía, como el “segundo fundador”.
Arrupe guió a los jesuitas, específicamente, a través del importante acontecimiento de la Trigecimosegunda Congregación, una reunión de representantes de  1975. Fue el instrumento que promovió el famoso “cuarto decreto”, que definió palabras de este decreto: “Nuestra fe en Cristo Jesús y nuestra misión de proclamar el Evangelio, requiere de nosotros el compromiso de promover la justica y ser solidarios con los que no tienen voz ni poder”.
El convencimiento de Arrupe de que el Evangelio requiere una solidaridad efectiva con el mundo sufriente, tiene sus raíces en sus primeros años como sacerdote. Antes de entrar los jesuitas en 1927, había estudiado medicina, pero una experiencia de conversión lo colocó en un camino diferente. Luego de su ordenación en 1936, fue asignado a Japón en 1945, Arrupe estaba como para quedar enceguecido por el fulgor de una primera bomba atómica y sentir el estallido que hizo que todas las paredes del seminario se desplomaran a su alrededor. El recuerdo de ese día y del sufrimiento de los sobrevivientes que atendió en las siguientes semanas, se hallaba presente en cada una de las misas que celebró durante el resto de su vida.
La compasión que evocaba esta experiencia creció con el tiempo, hasta convertirse en la convicción de que él ministerio para con los oprimidos y las personas sufrientes no debía permanecer sólo en el nivel personal. Era necesario, asimismo, promover cambios estructurales en el mundo para palear las fuentes de opresión y violencia. De esta manera, Arrupe fue un pionero en impulsar la combinación de la preocupación pastoral, la reflexión bíblica y el análisis social.
Arrupe era consciente de que los jesuitas sufrirían las consecuencias de esa nueva comprensión de su misión, y los instó a prepararse para las críticas e incluso para a persecución. Su preocupación mostró ser profética. A lo largo de los tres años siguientes, cinco jesuitas entregaron su vida en persecución de la justicia, y las críticas no tardaron en llegar. Los jesuitas fueron acusados de substituir el Evangelio por la política, y Arrupe fue acusado de llevar a la Compañía por el camino equivocado.
En 1981, luego de que Arrupe sufriera un derrame que lo dejara inhabilitado, el Papa Juan Pablo II nombró un delegado personal para servir como superior interino de la Compañía, pasando por encima de la elección del propio Arrupe, hecho que fue interpretado por mucho en la Compañía, como una crítica a su bienamado superior general. Este, sin embargo, no expresó jamás ningún resentimiento. Impedido de hablar sin dificutad, preparó una declaración de despedida fue leída ante una asamblea de integrantes de la Compañía:
“Durante estos dieciocho años, mi único ideal fue servir al Señor y a su Iglesia… Doy gracias al Señor por el gran progreso del que he sido testigo en el Compañía. Obviamente, han habido defectos también- los míos propios para comenzar- pero es un hecho que ha existido un gran progreso en la conversión personal, en el apostolado, en la preocupación por los pobres, por los refugiados. Se debe mencionar en forma especial, las actitudes de lealtad y obediencia filial mostradas para con la Iglesia y el Santo Padre, en forma particular, durante estos últimos años. Por todo esto, debemos agradecer a Dios”.
Sin bien antes había servido a Dios a través de una conducción profética y audaz, ahora lo hacía a través  de la oración y un paciente sufrimiento. Como de costumbre, ponía el ejemplo de la disciplina ignaciana de “hallar a Dios en todas las cosas”. Pedro Arrupe murió en de febrero de 1991.
Inspirado en el libro, Todos los Santos, autor Robert Ellsberg.