Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

2 de julio de 2021

El silencio interior eje de la lectura orante del Evangelio

 El silencio interior




Para escuchar a Jesús, nuestro Maestro interior, que nos conduce hacia el encuentro con el misterio insondable de Dios, hemos de cuidar el silencio interior. No hemos de leer los textos evangélicos desde fuera. Hemos de leerlos desde el interior del corazón.

Juan de la Cruz lo dice de modo más profundo: <<Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta palabra habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma>>

Juan de la Cruz siente que <<el centro del alma es Dios>>. La unión con Dios no es algo que hayamos de conquistar, sino una realidad que hemos de descubrir, vivir, agradecer y gozar.

Todo esto es muy hermoso, pero, ¿por qué la inmensa mayoría de nosotros vivimos con la sensación de que Dios está separado de nosotros, en algún lugar que queda fuera de nuestro alcance?

Esta sensación de separación de Dios, de su distanciamiento y lejanía, proviene de que vivimos con nuestra atención interior centrada exclusivamente en lo que acontece en nuestra mente o en nuestros sentimientos.

Pero la mente no es el único ámbito de nuestra existencia. Hay en nosotros un espacio interior más profundo que no está al alcance de nuestra actividad pensante.

Precisamente la apertura a la presencia del misterio de Dios y la comunión con él acontece en lo más profundo de nuestro ser, no en el nivel conceptual y sensible de nuestra conciencia. Todo eso es real. Todo está aconteciendo en nuestro interior. Pero para nosotros no somos solo eso. Nuestra identidad más profunda y real no es esa. Ese no es el centro de nuestro ser.

No podremos siquiera sospechar que, en lo más íntimo de nuestro ser, nuestra vida esté <<oculta con Cristo en Dios>>.

Viviremos agitados, sin silencio interior, y no seremos capaces de percibir lo que hay en lo más íntimo de nuestro ser.

La fuerza transformadora del silencio interior

La ausencia de silencio interior está llevando a nuestras comunidades a una <<mediocridad espiritual>>.

De poco sirve reforzar las instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia. Es inútil pretender promover <<desde fuera>> lo que solo puede nacer de la acción interior de Dios en los corazones. Es urgente aprender a <<sentir y gustar de las cosas internamente>> (Ignacio de Loyola).

1 Nueva relación con Dios

Antes que nada, el silencio interior puede transformar radicalmente nuestra relación con Dios.

Es el silencio a solas con Dios, adentrarnos en lo profundo de nuestro ser, abandonarnos con confianza a ese misterio de silencio que no puede ser explicado, solo amado y adorado.

El misterio último de nuestro ser se nos oculta. No podemos ver nada, pero tal vez empezamos a percibir una presencia. No podemos escuchar ninguna palabra, pero algo se nos está diciendo desde ese silencio.

Si perseveramos en buscar ese silencio con paz, empezaremos tal vez a escuchar preguntas en lo profundo de nuestro ser: ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿Porqué he perdido mi confianza en Dios? ¿Por qué no le dejo entrar en mi vida? Nadie me responde con palabras. El silencio es el lenguaje de Dios. Pero en cualquier momento puede despertarse mi fe atraída por el Misterio. ¡Dios está en mí!

Es entonces cuando hemos de acallar nuestro ser ante el misterio de Dios y reconocer nuestra finitud: <<Yo no soy todo. Yo no puedo darme a mí mismo la vida. No soy la fuente, el origen de mi ser…>>. Es el momento de acoger con confianza ese Misterio que está en el fondo de mi ser, en lo más íntimo de mí. El momento de descubrir con gozo que en mi interior hay un Misterio insondable de amor que me trasciende, pero que está sosteniendo mi ser. Ahora creo y sé que puedo vivir desde esa Presencia.

2 Silencio curador de nuestra persona

Ahora también nosotros podemos saborear la vida en la fuente. Abrirnos a Dios en silencio interior nos va conduciendo a encontrar una armonía personal y un ritmo de vida más sano.

En silencio interior ante Dios descubrimos mejor nuestra pequeñez y pobreza, pero, al mismo tiempo, nuestra grandeza de seres amados infinitamente por él y transformados y salvados por su amor. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor (Lamentaciones 3,22-26).

3 Silencio para escuchar al hermano que sufre

Sí, perseverando en el silencio interior no sentiremos a nadie como extraño. Descubriremos que podemos abrazar interiormente el universo entero con paz y amor fraterno. Esta era la experiencia de Francisco de Asís, capaz de escuchar el canto de la creación y de unirse a la alabanza que desde ella se eleva hasta el Creador.

Pero en el silencio con Dios aprenderemos, sobre todo, a escuchar y amar a sus hijos. Y aprenderemos a acercarnos de manera más fraterna y solidaria a los que viven y mueren sin conocer el amor, la amistad, el hogar o el pan de cada día.

3 La experiencia del misterio de Dios como Amor insondable

Cuanto más profundo es el silencio, más fuerte es nuestro amor. Este silencio interior que nos abre a un Dios que es misterio insondable de amor nos permite entender y vivir la existencia desde el amor, más allá de otras vivencias, centradas en la utilidad, el consumismo, el protagonismo interesado…

Si los cristianos no somos capaces de escuchar en el silencio interior el misterio de la trascendencia como Amor insondable y si cerramos nuestro corazón para no acercarnos con amor solidario a los que sufren, se nos podrá acusar – con razón – de estar alimentando un <<individualismo narcisista>> y, sobre todo, que estamos abandonando la gran herencia de Jesús a toda la humanidad: la compasión hacia los que sufren.

De hecho, ya se está diciendo que los cristianos de los países del bienestar, una vez cubiertas las necesidades materiales, parecen que se dedican ahora a buscar su <<bienestar espiritual>>. Sería uno de los rasgos de esa religión burguesa que J.B. Metz viene criticando desde hace años.

4 La experiencia de existir unidos a Dios

Cuando nuestra mente se aquieta  y comenzamos a adentrarnos en un silencio más profundo, más allá de nuestros pensamientos, sentimientos, imágenes…, poco a poco emerge en nosotros una conciencia más profunda: que existimos y que hemos existido siempre unidos a Dios, que hemos sido siempre uno con él. Que<<Dios es el centro de nuestra alma>> (San Juan de la Cruz).

Que es el cimiento de nuestro ser. La separación de Dios no es posible, pues dejaríamos de existir.

La sensación de estar separados de Dios nos puede hacer sufrir mucho, pero el silencio profundo y la quietud interior nos revela que esta percepción no tiene la última palabra.

a)Según el evangelio de Juan (15,1-6), nosotros somos los sarmientos y Cristo la vid. Separados de Cristo no podemos nada. Si se corta el sarmiento y no corre por nosotros la savia de Cristo resucitado, no somos nada. Las palabras de Cristo son rotundas:<<Permaneced en mí como yo en vosotros(….) porque, separados de mí, no podéis hacer nada>> (15, 4-5).

b)Pero Jesús, el Hijo de Dios encarnado, nos lleva a Dios como centro de nuestra vida. Ahora bien. Acercándonos a Dios como centro de nuestra vida no solo estamos más cerca de Dios, sino también de los hermanos.

El movimiento hacia Dios y el movimiento hacia el hermano es el mismo movimiento. El camino hacia Dios es camino hacia los hermanos.

c) Si vivimos la vida desde el centro, es decir, desde Dios. Todo cambia. Todo lo percibimos desde el amor de Dios, que se está derramando en la creación entera.

Algo sabía Juan de la Cruz de esta experiencia: <<Parece al alma que todo el universo es un mar de amor en el que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe este amor, sintiendo en mí(….) el vivo punto y centro del Amor>> (Llama de amor viva II, 10).


José Antonio Pagola