Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

7 de agosto de 2021

El Evangelio y la reflexión de J. A. Pagola

 

ATRACCIÓN POR JESÚS

 


En aquel tiempo criticaban los judíos a Jesús porque había dicho: <<Yo soy el pan bajado del cielo>> y decían:

¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

Jesús tomó la palabra y les dijo:

No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: <<Serán todos discípulos de Dios>>. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que daré es mi carne para la vida del mundo ( Juan 6, 41- 52).

ATRACCIÓN POR JESÚS

Jesús es; <<pan bajado del cielo>>. No ha de ser confundido con cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una luz, una esperanza, un aliento vital… que viene del misterio mismo de Dios, el creador de la vida. Jesús es; <<el pan de la vida>>.

Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios.

Juan se atreve a decir que <<el que coma de este pan vivirá para siempre>>.

Si en la Iglesia no nos alimentamos del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del cristianismo. Por eso nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien nuestra relación con Jesús, el Cristo.

Si no nos sentimos atraídos por el hijo de Dios, encarnado en un ser tan humano, cercano y cordial, nadie nos sacará del estado de mediocridad en que vivimos sumidos de ordinario.

ESCUCHAR LA VOZ DE DIOS EN LA CONCIENCIA

La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios.

Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. Es que, llenos de ruidos y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros.

Quizá sea esta nuestra mayor tragedia. Estamos arrojando a Dios de nuestro corazón. Preferimos; <<otros dioses>>; con quienes vivir de manera más cómoda y menos responsables.

Sin embargo, sin Dios en el corazón quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos.

Se nos ha olvidado que la paz, la verdad, y el amor se despiertan en nosotros cuando nos dejamos guiar por Dios. Todo cobra entonces nueva luz. Todo se empieza a ver de manera más amable y esperanzada.

El Concilio Vaticano II habla de la; <<conciencia>>; como el;<<núcleo más secreto>>; del ser humano, el <<sagrario>>; en el que la persona; <<se siente a solas con Dios>>, un espacio interior donde; <<la voz de Dios resuena en su recinto más íntimo>>.Quien escucha esa voz interior se sentirá atraído hacía Jesús.

 

NO ES LO NORMAL

 

Hemos respirado la fe de manera tan natural que podemos llegar a pensar que lo normal es ser creyente.

Es curioso nuestro lenguaje. Hablamos como si creer fuera el estado más normal. El que no adopta una postura creyente ante la vida es considerado como un hombre o una mujer al que le falta algo. Entonces lo designamos con una forma privativa: <<in-creyente>>; o <<in-crédulo>>.

Los increyentes no son gente tan extraña como a nosotros nos puede parecer. Al contrario, somos los cristianos los que tenemos que reconocer que resultamos bastantes extraños.

El encuentro con increyentes que nos manifiestan honradamente sus dudas e incertidumbres nos pueden ayudar hoy a los cristianos a vivir la fe de manera más realista y humilde, pero también con mayor gozo y agradecimiento.

Los creyentes deberíamos escuchar hoy de manera muy particular las palabras de Jesús: <<No critiquéis. Nadie puede venir a mí sino lo trae el Padre, que me ha enviado>>.

Para creer es importante enfrentarse a la vida con sinceridad total, pero es decisivo dejarse guiar por la mano amorosa de ese Dios que conduce misteriosamente nuestra vida.

 

SABER VIVIR

 

El evangelio de hoy nos recuerda unas palabras de Jesús que nos pueden dejar un tanto desconcertados: <<Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna>>. La expresión <<vida eterna>> no significa simplemente una vida de duración ilimitada después de la muerte.

Se trata, antes que nada, de una vida de profundidad y calidad nuevas, una vida que pertenece al mundo definitivo. Una vida que no puede ser destruida por un bacilo ni quedar truncada en el cruce de cualquier carretera. Una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque es ya una participación en la vida misma de Dios.

La tarea más apasionante que tenemos todos ante nosotros es la de ser cada día más humanos y los cristianos creemos que la manera más auténtica de vivir humanamente es la que nace de una adhesión total a Jesucristo.

<<Ser cristiano significa ser hombre, no un tipo de hombre, sino el hombre que Cristo crea en nosotros>> (Dietrich Bonhoeffer).

Hay una vida, una plenitud, un dinamismo, una libertad, una ternura que <<el mundo no puede dar>>. Solo lo descubre quién acierta a arraigar su vida en Jesucristo.

 

ACOMPAÑAR HASTA EL FINAL

 

La proximidad de la muerte no aflige solo al enfermo. Hace sufrir intensamente a sus familiares, amigos y a cuantos quieren de verdad a esa persona.

Lo primero es estar cerca, no dejar solo al enfermo. Ya no se le puede curar, pero se le puede cuidar, acompañar, ayudar a vivir los últimos días de manera digna, serena y confiada.

El enfermo necesita los cuidados sanitarios que aseguren su mejor calidad de vida, pero también ayuda para curar heridas del pasado, para enfrentarse con serenidad a sentimientos oscuros de culpabilidad, para reconciliarse consigo mismo y con Dios, para despedirse de este mundo con paz.

Cuánto ayuda entonces poder hablar con fe y desde la fe. Poder sugerir al enfermo, con palabras y gestos sencillos, la ternura y la bondad de Dios, que nos espera y nos acoge al final de la vida con amor insondable de Padre.

Entonces tal vez escuchamos con más hondura las palabras de Jesús: <<Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna>>.

 

José Antonio Pagola