Cuando es elegido un
papa y se pregunta por su orientación política suele responderse que hay que
separar la esfera política de la religiosa y que el pontífice es solo un líder
religioso, que no se implica en los asuntos políticos. Se olvida, sin embargo, que
la Iglesia católica es un Estado, que el pontífice es el jefe de ese Estado y
juega un papel político muy importante en la esfera internacional. El ejemplo
más cercano es el papa Francisco, que durante sus 12 años de pontificado se
convirtió en un líder internacional no solo en el terreno moral, sino también
en el político, económico y social a través de sus intervenciones públicas,
gestos, viajes y encíclicas, que no dejaron indiferentes a nadie.
Su ubicación en la
escena política fue el Sur global, entendido no solo geográficamente, sino,
según el científico social portugués Boaventura de Sousa Santos, como la
metáfora del sufrimiento sistémico de la injusticia estructural de las clases
sociales y de los pueblos oprimidos provocados por los distintos sistemas de
dominación que actúan en alianza y complicidad: el capitalismo, el
colonialismo, el patriarcado, la xenofobia, el racismo, el supremacismo blanco,
el imperialismo, el fundamentalismo político, religioso y económico.
La mayoría de sus
viajes tuvieron como destino países del Sur global. Sus mensajes de denuncia y
sus propuestas alternativas se dirigieron a mejorar las condiciones de vida de
los pueblos del Sur. Reconoció un protagonismo a las iglesias del Sur como
encarnación de la Iglesia pobre y de los pobres. Fue en el Sur donde se
encuentran las periferias humanas a las que se dirigió Francisco.
Afirmó que el sistema económico neoliberal genera extremas desigualdades, empobrecimiento y subdesarrollo en el Sur global y ¡mata!, no solo metafóricamente, sino de manera real, a millones de seres humanos. Y sitúa dicho sistema asesino en el Norte global. En la encíclica Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común afirma que el Norte tiene una deuda ecológica con el Sur que se niega a pagar, mientras que obliga a los pueblos empobrecidos a pagar su deuda externa, que se ha convertido en deuda eterna. Ante tamaña injusticia urgió a los países del Norte a pagar la deuda ecológica contraída por el Sur. ¿Cómo? Limitando sustancialmente su consumo de la energía no renovable y aportando más recursos a los países más necesitados con políticas y programas de desarrollo sostenible (Laudato Si’, n. 52).
Son los pueblos del Sur
global, reconocía Francisco, quienes poseen importantes reservas de la biosfera
y contribuyen al desarrollo de los países más ricos. Sus tierras son ricas y
pocos contaminadas por el buen trato que reciben de sus pobladores, que
conforman con la naturaleza una comunidad eco-humana. Sin embargo, “el acceso a
la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales
les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad
estructuralmente perverso” (ibid.., n. 52).
Criticó el colonialismo
cultural de Occidente, por ejemplo, hacia países con una fuerte estructura
tribal como Irak y Libia, a quienes Occidente ha tratado de imponer sus propios
valores y, en concreto, su propio estilo de democracia, que no es precisamente
un ejemplo de transparencia y está sometida a la dictadura del mercado. Y todo
ello a cambio de una limosna financiera. Relacionó, a su vez, el colonialismo
cultural con el avance del terrorismo. Es el colonialismo el que genera la
violencia. Así lo reconocía en una entrevista publicada en el diario católico
francés La Croix el 16 de mayo de 2016.
Poniéndose del lado del
Tribunal Penal Internacional y de las organizaciones internacionales de
derechos humanos, calificó los ataques de Israel contra la población civil de
Gaza de genocidio. Denunció la crueldad de los bombardeos de Israel en Gaza con
motivo del asesinato de 25 palestinos, entre ellos siete menores de edad. “Esto no es una guerra, es una crueldad.
Quiero decir esto porque me toca el corazón”, dijo. Plantó cara a Trump
denunciando su política de expulsión de inmigrantes en condiciones inhumanas y
la limpieza étnica en Gaza en apoyo a Netanyahu.
En el viaje de
Francisco a Bolivia en julio de 2015, Evo Morales se refirió al colonialismo:
“en 1492 sufrimos una invasión europea y española”. Ante tal denuncia la
respuesta del papa fue una humilde petición de perdón “no solo por las ofensas
de la Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la
llamada conquista de América”. En similares se habían pronunciado Juan Pablo II
y Benedicto XVI, pero no con tanta contundencia. En un acto de justicia, tuvo
un reconocimiento para quienes durante la conquista “se opusieron a la lógica
de la espada con la lógica de la cruz”.
Con su ubicación en el
Sur global Francisco estaba marcando el camino a seguir por León XIV en el
escenario geopolítico actual. Alguna pista ya dio el nuevo papa en el discurso
que pronunció tras su elección como papa. En él defendió una “paz desarmada y desarmante”,
que vinculó con la justicia. Estaba claro su mensaje: la paz justa frente a la
guerra justa. Es una propuesta alternativa a los discursos y las prácticas
belicistas de Trump, Putin, Netanyahu y del sionismo cristiano. Constituye
también una llamada de disuasión a la política de rearme de la Unión Europea y
al incremento en gastos de defensa. Es, asimismo, una invitación a buscar vías
de negociación para resolver los 56 conflictos armados en los que están
implicados 92 países, que amenazan con convertir el mundo en un coloso en
llamas, si no lo está ya.
Otra de las
manifestaciones más en sintonía de León XIV con Francisco, a quien cita
reiteradamente en sus discursos, es su defensa de las personas y los colectivos
inmigrantes y refugiados, que choca frontalmente con la política xenófoba,
racista y anti-migratoria de Trump y de no pocos dirigentes europeos,
insolidarios con quienes vienen a nuestros países huyendo de la guerra, del
hambre, de la pobreza y del terrorismo. La apuesta por la hospitalidad de León
XIV constituye un ejemplo de humanidad frente a las prácticas inhumanas de no
pocos gobernantes, que cierran las puertas de sus países a cal y canto a quienes
consideran extranjeros.
La tercera línea de
acción del nuevo papa es la creación de “una Iglesia que construye puentes y el
diálogo siempre abierto”. Es la respuesta al clima de la polarización que reina
hoy en la Iglesia, en la sociedad, en la vida política y en las relaciones
internacionales. Un clima que está alimentado por los discursos de odio que
impiden la convivencia pacífica y desembocan con frecuencia en prácticas
violentas contra las personas más vulnerables, los colectivos empobrecidos y
los pueblos oprimidos.
Espero que el buen
comienzo de León XIV y la excelente acogida con que ha sido recibido por la
comunidad internacional, los líderes de otras religiones y la comunidad
cristiana vayan concretándose a lo largo de su pontificado en actitudes,
prácticas gestos, compromisos y opciones en favor del Sur global, en sintonía
con los movimientos sociales y con los colectivos que trabajan por “Otro Mundo
Posible”.
[Por: Juan José Tamayo]