NUESTRA IDENTIDAD
Cuando
salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
Ahora
es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. Si Dios es
glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros (Juan 13,31-33a.34-35).
Los cristianos
iniciaron su expansión en una sociedad en la que había distintos términos para
expresar lo que nosotros llamamos hoy amor.
Los primeros
cristianos abandonaron prácticamente esta terminología y pusieron en
circulación otra palabra casi desconocida, <<agape>>. No querían
que se confundiera con cualquier cosa el amor inspirado en Jesús.
De ahí su
interés en formular bien el <<mandato nuevo del amor>>: <<Os
doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado>>.
El estilo de
amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio
interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Solo piensa en hacer el bien,
acoger, regalar lo mejor que tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Así lo
recordarán años más tarde en las primeras comunidades cristianas: <<Pasó
toda su vida haciendo el bien>>.
Hace sitio en su
corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la
preocupación de las gentes.
Lo que distingue al seguidor de Jesús no es cualquier <<amor>>, sino precisamente ese estilo de amar que consiste en acercarnos a quienes pueden necesitarnos. No lo deberíamos olvidar.
NO
PERDER LA IDENTIDAD
La comunidad es
pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué
será de ellos si se quedan sin el Maestro?
Jesús les hace
un regalo: <<Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo
os he amado>>. Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha
querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han
recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso Jesús
añade: <<La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos
será que os amáis unos a otros>>. Lo que permitirá descubrir que una
comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús no será la confesión de
una doctrina, la observación de unos ritos o el cumplimiento de una disciplina,
sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo no siempre hemos acertado a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a luchar contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir al ser humano.
COMUNIDAD
DE AMISTAD
Jesús comparte
con sus discípulos los últimos momentos antes de volver al misterio del Padre. El
evangelista Juan tiene su atención puesta en la comunidad cristiana. Cuando
falte Jesús, en su comunidad se tendrá que querer como <<amigos>>,
porque así lo ha querido Jesús: <<Vosotros sois mis amigos>>;
<<ya nos os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos>>. La
comunidad de Jesús será una comunidad de amistad.
Una comunidad
basada en la <<amistad cristiana>> enriquecería y transformaría hoy
a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia.
Entre amigos es
más fácil sentirse responsable y colaborar. Y no es tan difícil estar abiertos
a los extraños y diferentes, los que necesitan acogida y amistad.
De una comunidad de amigos es difícil marcharse. De una comunidad fría, rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan apenas lo sienten.
EL
CAMINO UNIVERSAL HACIA DIOS
Hace algunos
años, el prestigioso teólogo francés Joseph Moingt, en una de sus obras más
conocidas, hacía esta afirmación central:
<<La gran
revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los
hombres otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado, la vía profana de la
relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo>>.
Este mensaje
sustancial del cristianismo queda explícitamente confirmado en la
revolucionaria parábola del juicio final. El relato evangélico es asombroso.
Son declarados <<benditos del Padre>> los que han hecho el bien a
los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados, enfermos; no
han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y solidaridad con
los que sufren. Los otros son declarados <<malditos>> no por su
incredulidad o falta de religión, sino por su falta de corazón ante el
sufrimiento del otro.
La salvación no
consiste ya en buscar a través de la religión un Dios salvador, sino en
preocuparnos de quienes padecen necesidad. Lo que salva es el amor al que
sufre. La religión no es requerida como algo indispensable, y no podrá suplir
la falta de este amor.
Seguimos
pensando que el camino obligatorio que conduce a Dios y lleva a la salvación
pasa necesariamente por el templo y la religión. No es así. El cristianismo
afirma que el único camino indispensable y decisivo hacia la salvación es el
que lleva a ayudar al necesitado. Esta es la gran revolución que introduce
Jesús: Dios es amor gratuito, y solo se encuentra con él quien, de hecho, se
abre a la necesidad del hermano.
Hay un camino que siempre conduce hasta Dios, y es el amor al necesitado. Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Solo salva el amor. Este es el camino universal, la <<vía profana>> accesible a todos. Por él peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.
MÁS
QUE UN DEBER
La vida del ser
humano tiene su origen y su término en el misterio de un Dios que es amor
infinito e insondable.
Esto significa
que el amor es mucho más que un deber que hemos de cumplir o una tarea moral
que nos hemos de proponer.
El amor es la
vida misma, vivida de manera sana. Solo quien está en la vida desde una postura
de amor está orientando su existencia en la dirección acertada.
En la medida en
que acertamos a vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a
las personas, nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo,
de la indiferencia y de tantas servidumbres que la pueden ahogar.
Ya puede uno
organizarse su vida como quiera, si termina sin amar ni ser amado, su vida es
un fracaso. Vivir desde el egoísmo, el desamor, la indiferencia o la
insolidaridad es vaciar la propia vida de su verdadero contenido.
Pero no hemos de olvidar que este amor no es una carga pesada que se nos impone para hacer nuestra vida más difícil todavía, sino precisamente la experiencia que puede traer a nuestra existencia mayor gozo y liberación.
José
Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.