Obispos de América Latina y el Caribe presentarán el
17 de julio un documento acerca de los Impactos de la Minería, reafirmando el
compromiso de la Iglesia con la justicia social, la protección ecológica y los
derechos humanos frente a los conflictos socioambientales.
La iglesia católica alza su voz ante los abusos de la
minería, pidiendo medidas urgentes y toma de conciencia
Orientaciones Pastorales sobre los Impactos de la
Minería
La Iglesia Católica acaba de dar un paso inédito en su
compromiso con la justicia ambiental: el lanzamiento oficial de una guía
pastoral que interpela con fuerza el modelo extractivo minero en América
Latina.
El documento, llamado “Orientaciones Pastorales sobre
los Impactos de la Minería”, va a presentarse el 17 de julio en Panamá por más
de 20 obispos del continente y representa la consolidación de una postura clara
y directa frente al avance de la minería que, en muchos territorios, ha sido
sinónimo de devastación ecológica, despojo territorial y conflicto social.
Esta iniciativa no es aislada ni coyuntural: es el
resultado de un proceso de escucha comunitaria, teológica y pastoral que comenzó
hace más de diez años, impulsado por el Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM), el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del
Vaticano, y la Red Iglesias y Minería.
En conjunto, estas instituciones buscan marcar una línea de acción concreta ante un fenómeno que, aunque genera divisas y empleos, también deja un reguero de agua contaminada, territorios fracturados y comunidades silenciadas.
Minería bajo sospecha: violencia, extractivismo y
desplazamiento
La minería en muchos países de LATAM está dañando el ecosistema y generando una forma de esclavitud en los pueblos originarios
El documento parte de un diagnóstico crudo: en
numerosos países de América Latina, la minería opera sin controles reales, vulnerando
derechos humanos, desestructurando economías locales e incluso convirtiéndose
en catalizadora de conflictos. Lejos de ser una actividad neutra, la minería
aparece como parte de un modelo económico extractivista que prioriza la
ganancia a corto plazo sobre la vida, la biodiversidad y la justicia
intergeneracional.
Desde esta perspectiva, las orientaciones pastorales
no se limitan a una advertencia moral; son una hoja de ruta para actuar ante el
deterioro socioambiental. La guía propone que la actividad minera sea reducida,
regulada y verdaderamente necesaria, un concepto que choca con el actual
paradigma de extracción ilimitada, donde las empresas, muchas veces
extranjeras, operan con ventajas fiscales, impunidad ambiental y complicidad
política.
La trampa de la “transición energética” y las nuevas
zonas de sacrificio
Uno de los capítulos más audaces del texto apunta
contra una narrativa dominante en el discurso global: la idea de que la minería
es indispensable para alcanzar una transición energética verde. Si bien la
electrificación de las matrices energéticas es crucial, la Iglesia advierte que
no puede justificarse una nueva oleada extractiva que perpetúe el sufrimiento
en territorios vulnerables.
El documento recuerda que detrás del litio, el cobre o el níquel hay ecosistemas frágiles, pueblos originarios, fuentes de agua únicas y culturas milenarias que tienen que preservarse.
Así, se introduce el concepto de “zonas de sacrificio”,
regiones enteras que son ofrecidas como «tributo al progreso global», pero que
nunca ven reflejado ese desarrollo en forma de hospitales, escuelas o acceso
digno al agua. La crítica es clara: si la transición energética no se hace con ética
y justicia, corre el riesgo de ser una nueva versión del colonialismo, pintado
de verde.
Espiritualidad, resistencia y acompañamiento
En un continente marcado por la fe y la religiosidad
popular, la minería también ha impactado en lo espiritual. Muchos pueblos ven
sus cerros sagrados dinamitados, sus ríos consagrados convertidos en canales de
relaves, y sus rituales ancestrales despreciados por el lenguaje técnico de los
informes de impacto ambiental.
La Iglesia, reivindica el valor de una ecología
integral, que no disocia lo ambiental de lo humano, ni lo científico de lo
espiritual.
El documento propone un fuerte compromiso pastoral
para acompañar a las comunidades afectadas, no sólo en lo material, sino en lo
simbólico y espiritual. Llama a los obispos y parroquias a formarse en temas
ambientales, a actuar como mediadores en los conflictos y a levantar la voz
frente a la criminalización de defensores del territorio. La Iglesia no quiere
ser neutral: quiere ser profética.