El verano (en España) con sus olas de calor no se presta a grandes reflexiones teológicas. Además, los tres textos de este domingo van cada uno por su cuenta. Pero nos ponen en contacto con tres personalidades muy distintas e interesantes.
1. Un profeta demasiado optimista: Jerusalén y Gaza (Isaías 66,10-14)
Recuerda las imágenes
que has visto de Gaza: ruina total, niños hambrientos, madres desesperadas…
Jerusalén durante los siglos VI y V a.C. también estaba en ruina y, además,
vacía. Su población había sido deportada a Babilonia, había huido a Egipto o se
había dispersado por las regiones vecinas.
En este contexto, un
profeta proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los hijos a su
madre: la mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los
desterrados. El profeta también habla de la paz y la riqueza que inundarán la
ciudad. Un mundo maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor.
¿Cómo se consigue? ¿Qué
deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace Dios. Es él quien
hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las naciones; es él quien
consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder (su mano), como dice la
última frase del poema.
Vuelve la mirada a Gaza. El único que ha propuesto una solución es Trump, que desea convertirla en una ciudad turística. Netanyahu prefiere seguir bombardeándola. ¿Habrá algún profeta capaz de consolar a los gazatíes? ¿Servirá de algo su consuelo?
2. Un judío rebelde: Pablo (Gálatas 6,14-18)
En algunas instituciones y colegio se ha propuesto (incluso llevado a cabo) suprimir los crucifijos. En tiempos de Pablo eso no era problema porque no existían. El buen israelita (y muchos cristianos de origen judío) no presumían de llevar una cruz al cuello sino de estar circuncidados. Esa era la garantía de pertenecer al pueblo de Dios y de hallarse en buena relación con él. Pablo, circuncidado a los ocho días, terminó convencido de que la circuncisión no sirve de nada. El único que salva es Jesús al morir por nosotros. La cruz de Cristo es su único motivo de gloria. Y los que se pasan el día hablándole de lo maravillosa que es la circuncisión, que hagan el favor de dejarlo tranquilo.
3. Un optimista realista: Jesús (Lucas 10,1-12)
[La liturgia ofrece la
posibilidad de elegir una lectura breve. Es la que sigo].
Jesús lleva tiempo
dedicado a la actividad misionera, pero quiere que sus discípulos se entrenen
para sucederlo. Según Mateo, envió a los Doce para esa tarea, dándoles antes
una serie de instrucciones. Lucas, que escribe hacia el año 80, cuando el
cristianismo se ha difundido por el imperio romano, sabe que la expansión del
evangelio no ha sido sólo obra de los Doce sino también de otras muchas
personas anónimas. E introduce un cambio muy importante: el discurso que Jesús
dirige a los Doce en el evangelio de Mateo, en Lucas se lo dirige a setenta y
dos (6 x 12, un número simbólico).
Curiosamente, lo
primero que deben hacer es rezar para que el Señor envíe operarios a su mies.
El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo que Jesús, que les ordena
ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes.
La advertencia: no van
a una labor fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. El peligro
no es la dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por
tierra el mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y
predicadores religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la
religión como forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las
dentelladas de los lobos es llevar una forma de vida totalmente pobre y austera:
No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias. La talega hace referencia al
dinero, la alforja al alimento, las sandalias al vestido.
Luego añade unas
palabras que sólo se encuentran en Lucas: «no os detengáis a saludar a nadie
por el camino». Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su criado Guejazí, un día
que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la sunamita). Lucas, que
conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este momento era el
adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La misión de los
discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a mitad de
camino.
¿Qué hacer cuando
llegan a un pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al
alojamiento, insistiendo en no cambiar de casa. Probablemente refleja su
experiencia personal; y Lucas, la de los primeros misioneros. Cambiar de casa
puede provocar muchos celos y tensiones.
Las palabras siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera escrito con ordenador, quizá hubiera marcado bloque, cortado y pegado, cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios.
El contraste entre la lectura
de Isaías y el evangelio
El mundo utópico de
Isaías, el esplendor de Jerusalén, se realiza sin esfuerzo alguno, por pura
obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los discípulos
conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que puede ser
rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida.
Además, esos discípulos
enviados a la misión no son un grupo de selectos. Todos hemos conocido gente
que nos ha hecho gran bien desde el punto de vista humano y cristiano, que nos
han anunciado el Reino de Dios. Y también nosotros hemos llevado y debemos
llevar adelante esa tarea, a veces dura, y muchas veces con sensación de
fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de esperar en el triunfo de la
utopía.