Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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3 de septiembre de 2025

EVANGELIO DEL DOMINGO 7 DE SEPTIEMBRE (Lucas 14,25-33) REFLEXIONES DE de Jose A. Pagola

En aquel tiempo le seguía una gran multitud a Jesús. Él se volvió y les dijo: Si alguien viene a mí no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miran se pongan a burlarse de él diciendo: “Este empezó a construir y no puede concluir”. Si un rey va a enfrentarse en batalla contra otro, ¿no se sienta primero a deliberar si podrá resistir con diez mil al que viene a atacarlo con veinte mil? Si no puede, cuando el otro todavía está lejos, le envía una delegación a pedir la paz. Lo mismo cualquiera de ustedes: quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo. (Lucas 14,25-33)

ÍDOLOS PRIVADOS

Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autosuficiencia que se vive en la sociedad moderna. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. Su discípulo ha de subordinarlo todo al seguimiento incondicional.

No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Todos sentimos en lo más hondo de nuestro ser el anhelo de libertad. Y, sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación: el ser humano parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de bastarnos a nosotros mismos, nos pasamos la vida buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.

Cada uno buscamos un «dios» para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida: algo que nos domina y se adueña de nosotros. Buscamos ser libres y autónomos, pero, al parecer, no podemos vivir sin entregarnos a algún «ídolo», que determina nuestra vida entera.

Estos ídolos son muy diversos: dinero, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa... Cada uno sabe el nombre de su «dios privado», al que rinde secretamente su ser. Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», hemos de preguntarnos qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.

La invitación de Jesús es provocativa. Solo hay un camino para crecer en libertad, y solo lo conocen quienes se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente, colaborando con él en el proyecto del Padre: construir un mundo justo y digno para todos.

José Antonio Pagola