En
una de sus catequesis el Papa afirmó que en el Padre nuestro hay una ausencia
impresionante, pues allí falta una palabra. Precisamente una palabra por la que
en nuestros tiempos todos tienen una gran estima. ¿Cuál es la palabra que falta
en el Padre nuestro que rezamos todos los días?
Copio
literalmente la respuesta de Francisco: falta la palabra «yo». «Yo» no se dice
nunca. Jesús nos enseña a rezar, teniendo
en nuestros labios sobre todo el «Tú», porque la oración cristiana es diálogo:
«santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». No
mi nombre, mi reino, mi voluntad. Yo no, no va. Y luego pasa al «nosotros».
Toda la segunda parte del Padre nuestro se declina en la primera persona
plural: «Danos nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras deudas, no nos
dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Incluso las peticiones humanas
más básicas, como la de tener comida para satisfacer el hambre, son todas en
plural. En la oración cristiana, nadie pide el pan para sí mismo: dame el pan de cada día, no, danos, lo
súplica para todos, para todos los pobres del mundo. No hay que olvidarlo, falta
la palabra «yo». Se reza con el tú y con el nosotros.
La razón está en
que no hay espacio para el individualismo en el diálogo con Dios. La oración
que elevamos a Dios es la oración de una comunidad de hermanas y hermanos. Y
los buenos hermanos no solo piensan en sus dificultades sino, sobre todo, en
las dificultades de los hermanos. Por eso, en la oración, Dios y los hermanos,
sobre todo los más necesitados, van siempre unidos.
El
individualismo, que conduce a pensar solo en mis propios intereses y en
utilizar a los demás en mi propio provecho, es un mal que nos afecta a todos y
en el que confluyen todos los males. El mejor antídoto contra el individualismo
es pensar en “nosotros”, en que nada es mío y todo es nuestro, empezando por
los bienes de la tierra. Una clara muestra de individualismo insolidario es lo
que ocurre con los migrantes. A veces, cuando rezamos, se nos cuela, consciente
o inconscientemente, el individualismo. Entonces oramos mal. Y cuando oramos
mal, Dios no nos escucha. La oración del Padre nuestro es un recordatorio de que
la vida cristiana no está centrada en el yo, sino en el tú y en el nosotros, en
el Padre del cielo y en los hermanos de la tierra. La oración nos abre al
llanto de muchas personas cercanas y lejanas. No es una anestesia para
quedarnos más tranquilos.
( Pedro Arrambide )