Me encontré con Gustavo
Gutiérrez en algunas ocasiones, y, además, mantuvimos una ocasional
correspondencia. No es el caso destacarla más que en función de él mismo.
En mis estudios, en la
Facultad de Teología, jamás oímos hablar de la teología de la liberación (es
bueno señalar que casi toda ella transcurrió durante la dictadura cívico-militar
con bendición eclesiástica lo cual aporta comprensibilidad). Sólo Lucio Gera
nos habló de la centralidad del Reino de Dios. Debo confesar que en un
encuentro con Gera (1990) él nos dijo, “no hay teólogo del que me sienta más
cerca que de Gustavo Gutiérrez”; le comenté esto a Gustavo y dijo: “yo digo lo
mismo”, e incluso acotó que él sabía que en Puebla, donde Gera fue perito y
Gutiérrez tenía la entrada vedada, que Lucio dijo en un momento: “¡Acá falta
Gutiérrez!” Fue recién después de cinco años de cura (1987) que, en lo que yo
he llamado mi “viaje iniciático” a Bolivia, pude encontrar “otra iglesia”.
Escuché hablar (más que de papeles, me refiero) de las Comunidades Eclesiales
de Base, de los mártires latinoamericanos y de la teología de la liberación.
Esto motivó a que me fuera adentrando en ella. Así llegué a Gustavo.
Debo decir – sin dar
nombres – que me fui formando diferentes opiniones de distintos teólogos, que
fui leyendo con más pasión a unos que a otros, que me fui identificando más con
algunos que con otros. Así lo digo en mi tesis doctoral:
la perspectiva dentro
de la que nos ubicamos es, por un lado, la de aquella que intenta leer
"desde el reverso de la historia", desde los pobres, y a veces con un
acercamiento a aquella que se ha llamado "teología de la cultura" o
"teología del pueblo" y que algunos han llamado, creemos que
erróneamente, "teología argentina".[1]
Es desde entonces que,
particularmente inspirado por Gustavo Gutiérrez, pretendí – y pretendo – pensar
y escribir “desde el lugar del pobre”.
Debo señalar que,
siendo profesor de Biblia, desde el principio, esta fue un motivo particular de
mi acercamiento a su teología. Si hacer teología es “hablar de Dios” no
entendía ni entiendo que se pueda pensar teológicamente sin escuchar, sin
contemplar al Dios que se revela en la Escritura. Desde su libro fundacional la Biblia y los
buenos estudios nutren cada página de Gustavo. Si la Biblia es (o debiera ser)
el alma de la teología, ciertamente, eso recibimos de la Teología de la
Liberación. Gustavo sabe tener un oído en la Biblia y otro oído en el pueblo.

Gustavo Gutiérrez era
de “escribir poco”, según él mismo lo decía. De hecho, muchos de sus libros
fueron originalmente artículos o conferencias, luego ensayos y finalmente una obra
acabada (o nunca acabada, como puede verse en el extensísimo prólogo de 36
páginas que hace a la 14ª edición de Teología de la Liberación (1990). Tanto
Teología de la Liberación como Hablar de Dios y En busca de los pobres de
Jesucristo, fueron originalmente artículos, además de varias obras que no son
sino una recopilación de textos. Se puede decir que son pocas las obras que
Gustavo pensó y escribió como libro.
Otro elemento que me
atrapaba de la teología de Gustavo Gutiérrez fue la centralidad de Dios del que
constantemente destaca su gratuidad. Incluso en una carta me decía que “de
Teresa de Lisieux recibí la gratuidad” y, más tarde, volviendo sobre el tema me
precisó: Teresa me la mostró y de Agustín aprendí a teologizarla. Es cierto que
la insistencia en la gratuidad – que se destaca desde Teología de la Liberación
y se refuerza más en las siguientes obras – fue mal interpretada en ocasiones,
pero eso no quita nada de la importancia de la gratuidad. Cuando Gustavo señala
la preferencia de Dios por los pobres lo remarca claramente: no es por mérito
alguno, es por gratuidad, porque “así es Dios”; Dios no los prefiere porque
sean solidarios o porque sean más religiosos… Si lo son, ¡mejor para ellos!,
los ama, “¡porque así es Dios!” Gratuidad y espiritualidad entendidas desde su
precisa lectura y sentido bíblico.
Que la teología de la
liberación se presente como “acto segundo” refuerza un planteo inicial: la
teología de la liberación es “espiritualidad”. Es un caminar según el espíritu;
recién después se reflexiona sobre ese camino de la fe vivida.
Pero, hemos de
reconocerlo, la teología de la liberación “molestó” (y molesta). No faltan
algunos con poco vuelo teológico que parecen más sociólogos que teólogos (nada
en contra de la sociología en esta nota, solo señala que la sociología no es
teología) y entendieron “el pobre” desde una perspectiva exclusivamente
socio-económica, cuando ya desde Teología de la Liberación el planteo fue
bíblico. Toda víctima, todo insignificante, desvalorado por la hegemonía o los
poderes fácticos, puede verse claramente como “pobre” bíblicamente. Cuando se
ponía en paralelo, como planteando otro horizonte, las teologías india,
feminista, negra, y, luego desde otras situaciones de marginalidad, no
resultaba difícil entender que todas ellas, y otras que pudieran surgir, se
leen perfectamente desde la perspectiva bíblica de los pobres. Pero también
molestaba (y molesta) a los acomodados, a los que se han desentendido y se
desentienden de la vida y muerte de los pobres. Así, fue habitual escuchar y
leer que, desde la caída del Muro, la teología de la liberación había muerto (o
estaba agonizando), lo que era una manera obvia de decir que era una teología
marxista y que, así como murió el comunismo, con él sus “intelectuales orgánicos”.
Recuerdo en un encuentro en Brasil en 2001 que Gustavo, con ese fenomenal
sentido del humor que lo caracterizaba, dijo que si la teología de liberación
había muerto le llamaba la atención que no lo hubieran invitado al velorio.
En otro encuentro más
tarde, supimos que Gustavo estaba escribiendo un nuevo libro. Creo recordar que
el título que se insinuaba era “cerca de los pobres, cerca de Dios” o algo
semejante. Gustavo todavía estaba en Notre Dame donde bautizó a la hija de unos
amigos. Dos veces le pregunté, en sendos encuentros, por el libro que imaginaba
sustancioso y, por tanto, lo esperaba con ansias. La última vez (2019) dijo que
seguía retocando cosas y nuevos aspectos. Yo no sabía que ya había renunciado a
seguir escribiendo y había dejado la edición en manos de Leo Guardado (quien, a
su vez, en un encuentro, tampoco me dijo nada al respecto, lo cual es obvio).
Yo, simplemente, sospechaba que Gustavo pretendía presentarlo como una obra
póstuma.
Ahora se ha presentado
Vivir y pensar el Dios de los pobres (Lima: CEP, 2025). Y debo decir que creo
que “todo Gustavo Gutiérrez” está allí. Desde el título que presenta la
teología como un acto segundo, la insistencia, persistencia y resistencia en
partir “desde el lugar del pobre” (pocos textos de Gustavo no tienen la palabra
“pobre” en su título).
En lo personal creo que
ya ha pasado la “primavera bíblica” del inmediato post-concilio, y los estudios
bíblicos están ausentes de congresos y de documentos eclesiásticos (vaticanos
incluidos); la Biblia se ha constituido una suerte de adorno que embellece lo
que ya se ha decidido decir. Partir de la Biblia es algo inexistente. Pero, ver
que desde la primera a la última página de “Vivir y pensar…” la Biblia esté
presente y sea criterio hermenéutico, no puede menos que alegrarme. Y mi
primera alegría (que me hizo exultar intuyendo que mis expectativas con el
libro se verían realizadas, es que la primera palabra de Gustavo de todo el
libro es “La Escritura…”
La Biblia y los pobres,
los pobres y la Biblia están desde la primera a la última página del texto. Los
que hemos leído a Gutiérrez podemos ver referencias o reminiscencias a sus
obras por doquier, como si de una obra síntesis se tratara. Casi podríamos decir
– algo irónicamente – que Vivir y pensar el Dios de los pobres es una suerte de
Teología de la liberación 2.0. Y, en lo personal, como cuando logré “entrar” en
este hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, porque es un Dios de la
Vida, y un Dios del que podemos hablar después de beber de nuestro propio pozo
y haber estado en busca de los pobres de Jesucristo, para hablar desde la
fuerza histórica de los pobres porque la verdad nos hará libres, como en ese
entonces (o “esos entonces”) celebro que Gustavo siga abriendo caminos para que
quien quiera oír, que oiga. Así, Gracias a Gustavo, con un oído en el Evangelio
y otro pido en el pueblo sabemos que “hay que seguir andando, ¡nomás!” (Enrique
Angelelli).
Eduardo de la Serna
Amerindia