Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

12 de junio de 2021

El Evangelio y la reflexión de J. A. Pagola

                 SEMBRAR

 


En aquel tiempo decía Jesús a la gente:

El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Dijo también:

¿Con qué podremos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarla en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Marcos 4,26-34).

NO TODO ES TRABAJAR

Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla.

Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.

De hecho, la <<lógica de la eficacia>> está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior donde Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.

La vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que hemos de acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también contemplativa.

Saborea la vida como gracia el que se deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada día, el que se deja agraciar y bendecir por Dios.

LA VIDA COMO REGALO

Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.

Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.

Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola.

Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo.

Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor <<desgracia>> es solo vivir de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios.

Alguien ha dicho que hay problemas que no se <<resuelven>> a base de esfuerzo, sino que se <<disuelven>> cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros.

En definitiva, <<todo es gracia>>, porque todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.

SEMBRAR

Según diversos observadores, estamos pasando poco a poco de una <<sociedad de creencias>>, en la que los individuos actuaban movidos por alguna fe que les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una <<sociedad de opiniones>>, en la que cada uno tiene su propio parecer sobre la vida, sin necesidad de fundamentarlo en ninguna tradición ni sistema religioso.

Las religiones van perdiendo la autoridad que han tenido durante siglos. Olvidadas las grandes tradiciones religiosas, cada individuo se ve obligado a buscar por su cuenta razones para vivir y dar sentido a su breve paso por este mundo.

La pregunta es inevitable:¿en qué se cree cuando se deja de creer?, ¿desde dónde orienta su vida quien abandona las antiguas <<razones de vivir>>?

Sin embargo, Dios sigue sembrando en las conciencias inquietud, esperanza y deseos de vida más digna.

Lo hace no tanto desde los predicadores, maestros y teólogos, sino sobre todo desde los testigos que viven su fe en Dios de manera atractiva y hasta envidiable.

PEQUEÑAS SEMILLAS

Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los <<vendedores de sensacionalismos>> no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.

La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento?. Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.

¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?.

No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan inadvertido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.

Quizá necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos.

Un gesto amigable, una sonrisa acogedora a quién está solo, una señal de cercanía a quién comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado…no son grandes cosas. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste que ha olvidado de las cosas sencillas y buenas.

SIEMBRA HUMANIDAD

C.B.Macpherson habla del <<individualismo posesivo>> que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado.

Detrás de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El ser humano está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor.

Sin embargo, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios.

Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren. Ellos son portadores de una <<cultura de la gratuidad>>

No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, cuidando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, protegiendo a niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.

No son seres vulgares, pues su trabajo está movido por el amor. Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos.

Al final no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías, sino por el amor concreto a los necesitados.

Estas son las palabras de Jesús:

<<Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber>>. Ahí está la verdad última de nuestra vida. Sembrando humanidad estamos abriendo caminos al reino de Dios.


José Antonio Pagola