Cádiz 12 de noviembre de 2025.
Comenzamos nuestro Círculo de Silencio poniendo el
foco en un debate que no es nuevo, pero que ha escalado con fuerza en 2025: la
inmigración musulmana y su impacto en la sociedad.
Los ataques de sabidos partidos políticos empeñados
en endurecer la política migratoria han coincidido con la elaboración de un
informe de la Moncloa, dependiente de la
Presidencia del Gobierno de España que busca desmontar la islamofobia.
Según los datos recogidos en dicho informe, la
segunda y tercera generación de inmigrantes reduce la práctica religiosa,
estando incluso por debajo de los católicos en asistencia a centros de culto.
Además, la criminalidad no aumenta con la inmigración: España mantiene tasas
muy bajas, con una tendencia a la baja en infracciones penales.
La percepción de inseguridad que algunos intentan
instalar en redes es, simplemente, un espejismo. La realidad demuestra que los inmigrantes son
vecinos, compañeros de trabajo y estudiantes que enriquecen la diversidad y la
convivencia.
España depende de su fuerza laboral inmigrante para
sectores esenciales. Es por tanto un pilar fundamental y silencioso sin recibir
el reconocimiento que merece.
los extranjeros aportan un 10% de los ingresos a la
Seguridad Social y suponen solo un 1% del gasto público. Por cada euro
invertido en un español, el gasto en un migrante es de 0,68 euros, lo que
refleja una contribución neta positiva y sostenida.
También es común escuchar que los inmigrantes “viven
de las ayudas”, pero la evidencia muestra otra historia. La tasa de actividad
de las personas migrantes es del 69,3%, superior a la de la población española,
que se sitúa en 56,4%. Siete de cada diez trabajadores de servicios domésticos
son migrantes, casi uno de cada dos en hostelería y uno de cada tres en
construcción y agricultura.
Combatir la discriminación no es solo una cuestión moral; es un imperativo económico y social. Si entendemos que los inmigrantes contribuyen más de lo que reciben y que las falsas narrativas carecen de base, podemos pasar del miedo a la colaboración.
La sociedad española tiene la oportunidad de
transformar la inmigración de un debate cargado de prejuicios a una evidencia
de cómo la diversidad fortalece comunidades. No es un discurso ideológico: es
economía, convivencia y justicia social en cifras y experiencias reales.
El desafío está claro: sustituir la desinformación
por datos, la xenofobia por empatía y la sospecha por conocimiento. Solo así se
podrá aprovechar plenamente el potencial de quienes, lejos de restar, suman a
nuestra sociedad.
Y hay que hacerlo por quienes dejan atrás su tierra,
sus familias, su idioma, para que sus hijos tengan futuro.
Por quienes trabajan, cuidan, cultivan, construyen y
sanan —y, sin embargo, aún tienen que demostrar que merecen estar aquí.
Se levantan muros invisibles hechos de papeles que
nunca llegan, de prejuicios infundados y de políticas populistas.
Miles de personas siguen atrapadas en procedimientos
interminables para obtener un permiso de residencia y de trabajo.
Mientras tanto, el discurso del miedo crece: según
una encuesta publicada por El Español este año 2025, un 73 % de los españoles
cree que hay “demasiados inmigrantes” y un 81 % apoya endurecer las políticas
de entrada.
Pero hay otra historia, una verdad que los datos
confirman y que la calle respira.
Los inmigrantes sostienen este país.
Son repartidores, cuidadoras, albañiles, camareras,
jornaleros, estudiantes.
Son España. Sin ellas, la población activa se
hundiría, las pensiones serían insostenibles, y el campo y la hostelería se
paralizarían.
Es por ello que exigimos un tratamiento justo y
valiente, en una sociedad que no criminalice la pobreza ni el color de piel, que
garantice papeles para vivir y trabajar sin miedo, que proteja a los menores
migrantes, que cierre los CIE y que abra rutas seguras para no tener que
lamentar las casi 2.000 personas que fallecieron en los 5 primeros meses de
este año 2025.
Porque los derechos humanos no se detienen en la
frontera de Tarifa ni en el aeropuerto de Barajas, ni en Canarias.
Queremos unas ciudades que reconozcan el valor de su
diversidad, instituciones que acompañen, y vecinos que no vigilen.
Porque muchas de las ciudades donde vivimos fueron
construidas por manos que un día también emigraron.
Es cuestión de empatía, de humanidad, de abrir los brazos y el corazón. Porque cuando un pueblo cierra su corazón se marchita y se autodestruye.
Nadie es ilegal, todos somos parte.
Amigos, comienza nuestro TIEMPO DE SILENCIO
MESA DIOCESANA DE ATENCIÓN Y ACOGIDA DE MIGRANTES Y REFUGIADOS DE CÁDIZ Y CEUTA
Colaboración de Juan García de Paredes.

