EL ROSTRO DE UN POBRE
La esperanza es de los
pobres. No es una virtud para personas con la panza llena. No tiene espacio en
la vida de aquellos que se apelmazan por el bienestar material o que solo
experimentan emoción al vivir <<experiencias>>que resaltan el
espíritu hedonista e individualista que caracteriza a buena parte del mundo de
hoy.
Los pobres son los
primeros portadores de la esperanza. Y eso los hace, los protagonistas de la
historia. Ellos no se contaminan con una de las mayores desgracias que puede
ocurrir en la vida, el tenerlo todo.
El que está quieto como
agua de estanque no tiene esperanza. Son los pobres quienes, como hizo Abrahán
<<contra toda esperanza>>, esperan enriquecidos por la que es una
de las dichas más grandes del mundo: las ganas de cambio.
Nuestros pobres, con
tan poco recurso material al que aferrarse, son los protagonistas de, quizás,
los momentos de gozo <<más bellos y espontáneos que he visto en mis años
de vida>> (EG 7).
La pobreza se nos
presenta a diario, desafiante, <<con sus muchas caras marcadas por el
dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento,
la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el
analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de
personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración
forzosa>>.
Decimos por eso que la esperanza está en esa pobreza que tiene a su vez el rostro de <<mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y del dinero>>.
Ya las bienaventuranzas
nos marcan el camino cuando se abren con la expresión: <<Bienaventurados
los pobres>> (Lucas 6,20). Hoy y siempre, <<los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio>> (EG48).
Los pobres son nuestro
pueblo, los portadores de la confianza en el Señor. Esta certeza de no ser
abandonados es la que invita a la esperanza. El pobre sabe que él no va a
dejarlo, y por eso vive siempre en la presencia de ese Dios que lo recuerda.
Con estas palabras no
quiero ser <<pobrista>> un calificativo con el que suelen adornarme
quienes jamás han dado la mano a una persona necesitada. No. Un papa ama
siempre a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo,
de recordar que los más favorecidos deben ayudar a los más humildes, así como
respetarlos y promocionarlos (EG 58). La obligación es doble, por no decir
ontológica, si ese rico se dice cristiano.
Es por eso que ya desde
mi primer contacto como pontífice con los periodistas de todo el mundo quise
dejarles en claro <<¡cómo quisiera una Iglesia pobre y para los
pobres!>>.
Esto no es un capricho
mío. Es en el Evangelio en donde mayores ejemplos encontramos de la centralidad
que debemos a los pobres en nuestra Iglesia y de cómo es en ellos que podemos
encontrar la verdadera esperanza cristiana.
Cuando san Pablo se
acercó a los apóstoles de Jerusalén para discernir <<si corría o había
corrido en vano>> (cf. Gálatas 2,10), el criterio clave de autenticidad
que le indicaron fue que no se olvidara de los pobres (cf. Gálatas 2,10). Esa
misma frase me susurró al oído el recordado hermano Claudio Hummes apenas fui
elegido papa y fue clave para que tomara el nombre de Francisco.
En el Evangelio, los
pobres y vulnerables no son objetos. Son sujetos, protagonistas junto con Jesús
del anuncio del Reino de Dios. Al decir de mi amado antecesor san Pablo VI,
todos estos pobres pertenecen a la Iglesia por <<derecho evangélico>>.
Fue Dios mismo quien <<se hizo pobre>> (2 Corintios 8,9) y de ahí
deriva nuestra opción preferencial. Por eso debemos tenderles la mano no solo
para ayudarlos a levantarse, sino también para caminar siempre juntos, en medio
de ellos (cf. Eclesiástico 7,32).
PAPA FRANCISCO LA
ESPERANZA NO DEFRAUDA NUNCA
Colaboración de Juan García de Paredes.