Con las olas de calor y la sucesión de incendios devorando nuestros montes, la simbología del fuego nos incomoda, nos molesta. Como en Palestina cuando se escribió este evangelio. La predicación del Galileo era incendiaria. Las palabras y acciones de Jesús sacudían los cimientos de una sociedad injusta con los marginados y por eso acabaron con él los que estaban cómodos con el sistema.
Igualmente nos
resulta escandaloso hablar de división cuando estamos deseando la paz con el
corazón en un puño. Obviamente el evangelio no está a favor de la violencia, ni
de las guerras, ni de los genocidios. Nos anima a rechazar y plantar cara, con
firmeza, a todo abuso de poder.